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Amando de Miguel

Gramatiquerías

Con el anonimato de Respublicae (qué manía de esconder el nombre), se me pregunta la diferencia entre antífrasis, antítesis y oxímoron. Es muy fácil.
 
La antífrasis es la aplicación irónica de la cualidad contraria a la que se espera. Por ejemplo, llamar “pelón” al calvo, “respetuosa” a la puta, “milhombres” al alfeñique.
 
La antítesis es la contraposición entre dos enunciados de sentido contrario, de tal forma que así se resalta el segundo. Ejemplo, la famosa frase de Jack Kennedy, “no preguntes qué puede hacer el país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”. Los ocho puntos del Sermón de la Montaña son magistrales antítesis.
 
El oxímoron es la combinación de dos palabras, normalmente sustantivo y adjetivo, de significados opuestos, incompatibles, pero que, por contraste, dan lugar a un nuevo concepto. Ejemplo, “estruendoso silencio”, “calma tensa”.
 
Como puede verse, se trata de tres figuras retóricas que se hallan emparentadas. Cuando se emplean con gracia, se convierten en recursos expresivos, incluso poéticos. Después de todo, el secreto de la poesía está en poner un adjetivo sorprendente a un nombre. Lo malo es cuando las figuras dichas resultan repetitivas, adocenadas, fáciles. En cuyo caso se cae en el retruécano sin gracia. El buen retruécano requiere un gran ingenio. Recuérdese el título de Álvaro de Laiglesia, En el cielo no hay almejas. Un retruécano divertido es el que acuñó espontáneamente Federico Jiménez Losantos al referirse a “lo contrario del matrimonio, que es la unión legal de los homosexuales”, en una palabra, “el antimonio”.
 
En relación al plural de “tortilla de patata”, “hijo de puta” o “guardia civil” he recibido docenas de imeils. Resumo el pequeño referéndum de los lectores. Debe decirse: “Tortillas de patata, hijos de puta o guardias civiles”. A propósito de esto, Josefina Poropat, profesora de español para extranjeros, les enseña que debe decirse “los hombres se pusieron el sombrero” o “a los hombres les dolía la cabeza” (no “sus sombreros” o no “sus cabezas”). Doña Josefina observa, con buen tino, que en inglés se precisan más los posesivos que en español. Añado que en inglés se dice you’re pulling my leg (= estás tirando de mi pierna), lo que en español es no me tomes el pelo o no me toques los cataplines. No hace falta el posesivo.
 
Antonio de Tena opina que se debe decir “veintiuna mil personas” y no “veintiún mil personas”. Tiene razón. “Uno” (apócope “un”) es el único número cardinal que tiene género masculino y femenino. Recordemos “las mil y una noches”. En ese caso la “y” no es necesaria, pero se introduce por costumbre, para dar un carácter de indeterminación. Aun así, lo de “veintiún mil personas” tampoco suena muy mal. Confieso que lo he debido de decir así alguna vez.
 
Guillermo Sobrino (Madrid) expresa su “profunda discordancia” conmigo respecto a la concordancia de un colectivo singular con un complemento especificador en plural. Por ejemplo, “un grupo de cardenales piden”. Don Guillermo dice que “en su humilde opinión” en ese caso el verbo debe ir en singular. Pues no, señor. Insisto en que puede ir en plural y es más lógico que vaya así. En cambio “el cónclave acabó el martes” es correcto. Véase la opinión de Seco en su Diccionario de dudas bajo la voz “concordancia” (p. 124). Con todo, las dos fórmulas pueden valer. En algún caso yo estaría más conforme con la tesis de don Guillermo. Por ejemplo, suena mejor “el número de cardenales supera…”. Francamente, no sabría decir por qué funciona mejor una fórmula que otra. Es cuestión de oído.
 
Juan Enrique de la Rica se siente a disgusto con la pronunciación de cónclave, cuando tan bien le suena conclave (voz grave). Así lo hemos oído en italiano y en latín con ocasión del último cónclave. Es decir “con la llave” (puesta). Es un acento que ha oscilado a lo largo de los siglos. El Tesoro de Covarrubias, contemporáneo del Quijote, escribe cónclave. Pero Cervantes, en El coloquio de los perros, dice conclave. Así figura también en el Diccionario de Autoridades del siglo XVIII. En el XX ya está cónclave. Así lo he oído yo siempre.
 
José Manuel Fernández (Pontevedra) me envía una información interesantísima. Resulta que lo de separar la parte entera de la parte decimal está regulada por un Real Decreto de 1989. Dice así: “En los números, la coma se utiliza solamente para separar la parte entera de la parte decimal. Para facilitar la lectura, los números pueden estar divididos en grupos de tres cifras (a partir de la coma, si hay alguna); estos grupos no se separan jamás por puntos ni por comas. La separación en grupos [de tres] no se utiliza para los números de cuatro [o más] cifras que designan un año”. Añado que, si bien a partir de la coma no se separan en grupos de tres, esa separación sí se hace con las unidades de mil, de millón, etc. antes de la coma. Digan lo que digan las leyes, esas separaciones se suelen hacer con un punto. Es más, son muchos los españoles un poco agringados que dicen “.6” en lugar de “0,6”. Esa nomenclatura numérica se nos mete a través de los ordenadores, las calculadoras, la televisión.
 
Don José Manuel añade que el mundo se divide en dos: los países que siguen nuestro sistema de “coma para decimal” y los de “punto para decimal”. La división recuerda la de los países que han aceptado plenamente el sistema métrico decimal y los que se resisten (o se han resistido) más a ese sistema. Defendamos la coma decimal, el metro y el kilo como símbolos de la ilustración liberal.

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