Parece mentira que hayamos llegado a esto, aseguró ayer, incrédulo, el diputado popular Ángel Acebes ante el cariz que están tomando los acontecimientos desde que Zapatero pisase el acelerador del despropósito con motivo de las elecciones vascas. Iba cargado de razón. Este escenario extremo, anómalo y preocupante al que el Gobierno nos ha conducido tras su apuesta decidida por entregarse sin condiciones a nacionalistas de todo pelaje era, hace apenas un año, simplemente inimaginable. Si algo había sagrado, o casi, en los asuntos domésticos era la lucha antiterrorista y la determinación institucional frente a los que, con las armas, pretendían partir el espinazo a nuestra democracia. Los resultados de ese consenso estábamos empezando a recogerlos ahora, con una ETA debilitada como nunca antes y con el anhelado fin de la pesadilla nítido en el horizonte.
No ha sido posible. Un gobierno equilibrista, maniobrero e irresponsable ha impedido que, después de tres décadas y media de terror, la Nación doblegue a los que durante todo este tiempo han estado chantajeándola sin contemplaciones. Desde que Ibarretxe se echase al monte el pasado diciembre aprobando su plan secesionista en Vitoria, los movimientos se han sucedido con la cadencia de un vals. Primer paso, debate sobre el nuevo estatuto en el Congreso de los diputados. Segundo paso, ninguneo a las víctimas del terrorismo etarra y detención ilegal de dos militantes del PP en una manifestación de la AVT. Tercer paso, relegalización de una Batasuna embozada tras las siglas del PCTV. Cuarto paso, desprecio y condena al ostracismo a los populares vascos tras las elecciones. Quinto paso, comienzo oficial de las negociaciones con la banda terrorista ETA.
Todo ha funcionado como una maquinaria perfectamente engrasada, como un reloj de factura suiza, como si respondiese a un plan trazado con anterioridad. Para el sexto paso, que no es otro que la entrega de armas y bagajes al enemigo combinado con la traición al antiguo amigo, es necesario anestesiar a la opinión pública para paliar los efectos de lo primero y demonizar hasta el ridículo al amigo para que la traición no parezca tal. En esas coordenadas nos encontramos. Los estrategas del Gobierno tienen la hoja de ruta muy clara. Si el Estado de Derecho se rinde, y lo hará en tanto en cuanto preste oídos a unos criminales, no ha de notarse demasiado. Y en cuanto al Partido Popular, es preciso que parezca que los culpables son ellos, es preciso convencer a la audiencia que un partido a quien votó casi el 40% del electorado es enemigo de la paz y causante de la crispación. Vistas así las cosas, se puede entender la burda representación que están llevando a cabo ciertos miembros del Gobierno y algún ilustre diputado del PSOE reconvertido en martillo de herejes.