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Emilio J. González

Europa enferma

Hoy, la UE ha entrado en una dinámica en la que se discute todo el proyecto de integración europea, un proceso realizado a espaldas de unos ciudadanos que no ven nada claro por qué hay que avanzar hacia una unión política, ni cuáles serán los poderes real

Las manifestaciones de Pedro Solbes, restando importancia al debate sobre el euro no dejan de ser un simple ejercicio obligatorio del responsable de la política económica del Gobierno y del vicepresidente de un Ejecutivo que lo ha supeditado todo, sin contraprestaciones, a una Unión Europea que, desde el no de Francia y Holanda a la Constitución europea ha dejado de ser lo que era.
 
Hoy, la UE ha entrado en una dinámica en la que se discute todo el proyecto de integración europea, un proceso realizado a espaldas de unos ciudadanos que no ven nada claro por qué hay que avanzar hacia una unión política, ni cuáles serán los poderes reales de unas instituciones comunitarias, como la Comisión Europea, que actualmente toman muchas decisiones que afectan a la vida diaria de todos –personas y empresas– sin que exista un verdadero control democrático y una verdadera responsabilidad política acerca de las mismas. Desde esta óptica, la propuesta del ministro italiano de Trabajo, Roberto Maroni, de que su país abandone el euro no puede entenderse únicamente como una manifestación de inquietud ante la posible toma de control de dos de sus principales bancos –la Banca Nazionale del Lavoro (BNL) y Antonveneta– por parte de dos entidades extranjeras –BBVA y ABN Amro, respectivamente–, sino como una falta de fe en un proceso que ha entrado en vía muerta del que Italia, por lo visto, quiere descolgarse ya. En este proyecto de construcción europea, la moneda única se supone que desempeña el papel de punto sin retorno en el camino hacia la unión política y, de entrada, ya hay un Gobierno que empieza a hablar en serio de dar marcha atrás, a pesar de los perjuicios para sus tipos de interés, su Bolsa y su moneda, en caso de volver a contar con ella, que el abandono del euro acarrearía. Esto lo sabe perfectamente Maroni y, aún así, ha dicho lo que ha dicho. Por eso, sus palabras no pueden calificarse de “extravagancia”, como ha hecho Solbes, sino como un serio aviso del cariz que están tomando las cosas en esta Unión Europea que necesita hacer un alto en su camino y pararse a pensar no tanto de dónde venimos como en hacia dónde vamos y cuál es la mejor senda para llegar a la meta.
 
A pesar de ello, Solbes ha insistido en que de la próxima reunión del Ecofin –el consejo europeo de ministros de Economía y Finanzas– tendrá que salir un acuerdo de relanzamiento del proceso de integración europea. En cierto modo, esta declaración es la que cabía esperar de un cargo como el suyo puesto que, por parte española, a quien corresponde enterrar el actual proyecto y pasar a uno nuevo es al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, como en los demás países este papel lo tienen que desempeñar los jefes de Estado y primeros ministros, no los responsables de Economía. Lo que sí pueden, y deben, hacer estos últimos es resaltar la parte buena que ha tenido hasta ahora el proceso de construcción europea –el mercado único y, por qué no, el mismísimo euro– que entra dentro de su ámbito de competencias. Lo demás tiene que quedar para una reunión a más alto nivel en la que se deberían tomar decisiones sobre un futuro para Europa distinto del trazado en el Plan Delors, en 1985, que ni se corresponde con la realidad actual del mundo ni cuenta con el respaldo de unos ciudadanos que miran con mucho recelo un proceso de construcción europea que, tal y como está diseñado, revela que Europa está enferma. 

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