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Juan Carlos Girauta

Ampliar o profundizar

La UE es ya un sistema integrado de derecho y de hecho, formado por naciones dinámicas y abiertas que comparten principios y valores, modelos, reglas de juego, espacio geográfico y, en algunos casos, moneda.

El lunes tuve ocasión de participar en el debate de Àgora, de Canal 33, sobre Europa. Es un programa de enjundia, con tiempo para exponer argumentos, sin micrófonos que suben y bajan y sin manipulación. Constaté el cambio de tono de los defensores del Tratado constitucional, que ahora reconocen, tras los contundentes noes de Francia y Holanda, que hay que parar y reflexionar. No podía ser de otro modo cuando esa misma tarde Jack Straw acababa de comunicar la suspensión del referéndum británico a la Cámara de los Comunes. Cae, pues, en el olvido la insólita propuesta de Giscard: repetir el referéndum hasta que se apruebe. Propuesta que aquí secundó el gran estadista José Blanco.
 
El proceso de ratificación se concibió como un trágala urgido por los negros escenarios que esperaban a Europa si no se adoptaba la criatura de Giscard. Y se espoleó por la vía de no diseñar un plan B, truco que trataba de acentuar la sensación de vacío si triunfaba el no.
 
Ahora el plan B hay que improvisarlo a toda prisa, y el Apocalipsis anunciado habrá que echarlo al olvido. Ni un minuto tardaron en comprenderlo Balkenende y Bos, primer ministro y líder de la oposición socialdemócrata holandesa respectivamente, que habiendo apoyado el sí en un referéndum no vinculante, extrajeron estas lecciones: “No hay duda de que la mayoría piensa que Europa se ha convertido en un asunto más para los políticos que para los ciudadanos” (Balkenende). “Creíamos que existía un consenso ciudadano sobre Europa y nos hemos equivocado (...) El tratado está muerto para Holanda” (Bos).
 
La clave podría estar en dos errores, el uno analítico y el otro estratégico. El primero fue no darse cuenta de que no existía verdadera necesidad de un gran impulso integrador, en el sentido de unión política, en esta etapa histórica. La UE es ya un sistema integrado de derecho y de hecho, formado por naciones dinámicas y abiertas que comparten principios y valores, modelos, reglas de juego, espacio geográfico y, en algunos casos, moneda. Ya tienen en la UE el marco armonizador, la libertad de movimientos de personas y capitales. Quienes crean riqueza son las empresas y emprendedores, los individuos con su libre iniciativa, y este proceso, en un marco de globalización, no pide más regulación y más rigidez, sino menos. Además, los ciudadanos saben que la garantía última de sus libertades y derechos radica en sus naciones. No se entiende en qué puede mejorar esto la llamada Constitución Europea.
 
El error estratégico ha sido abordar simultáneamente la ampliación y la profundización. Precipitar, forzar casi a la unión política a la vez que se incorporaban diez miembros más, se abrían conversaciones con Turquía y Croacia, se ponía fecha a la entrada de Rumanía y Bulgaria, Serbia-Montenegro y Bosnia. La ampliación puede ser oportuna, pero ya es demasiado desafío como para forzar a la vez todos los resortes de la Unión con el invento giscardiano. El invento fallido.

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