Menú
EDITORIAL

Bono, un pacifista en defensa

José Bono, acaso el mayor propagandista de sí mismo que hemos tenido desde que recuperamos la democracia, debería tener muy en cuenta que el Ejército no es una ONG y que no es a él a quien corresponde enarbolar la bandera del pacifismo.

Cuando hace unas semanas el ministro José Bono aseguró en el curso de una conferencia en Washington DC aquello de “yo prefiero que me maten a matar” quedó completamente desautorizado para mantenerse como titular de la cartera de Defensa. Y no porque este ministerio haya de estar dirigido por un ministro belicoso, nada más lejos, sino porque la razón de ser del mismo es disponer la defensa de la Nación en el caso de que sea necesario. Si ya de primeras el responsable de acometer semejante tarea se revela como un pacifista entregado, no hacen falta muchas conjeturas para adivinar el triste destino que nos aguarda si en el futuro un país extranjero –o un grupo terrorista– lanza un ataque contra España. Siguiendo el guión del ministro, antes que defendernos, dejaremos que nos maten.
 
En el imaginario naif y nihilista que Zapatero y sus hombres tratan de imponer a machamartillo a toda España, la guerra no sólo es algo indeseable –algo en lo que coincidimos plenamente– sino imposible. La consigna quedó fijada a fuego con lo de las “ansias infinitas de paz”, estrambote vacío y de inconfundible factura zapaterista. Si España fuese un pequeño país insignificante o, más directamente, el reino de nunca jamás, tales planteamientos estratégicos tendrían una inmarcesible validez, pero no es así. España es la octava potencia económica del mundo y está enclavada –muy a pesar del Gobierno– en uno de los puntos más calientes del planeta. Por si esto no fuese motivo suficiente para extremar las precauciones, nuestro vecino del sur mantiene reclamaciones territoriales sobre dos ciudades que son españolas desde hace siglos.
 
En esos dos ejes; el geográfico que nos otorga nuestra posición en el globo y nuestro peso específico, y el estratégico como país fronterizo con una monarquía medieval que quiere expandirse a nuestra costa, ha de dibujarse la política española de defensa. Bono, en el año y pico que lleva a cargo del ministerio, ni ha estado a la altura de lo primero ni ha dado muestras de firmeza ante lo segundo. Tras la vergonzante huida de Irak, las tropas españolas han quedado relegadas a un plano secundario jugando un papel intrascendente en el gran desafío por la democracia que Estados Unidos ha lanzado desde que descabalgase a los talibanes del poder en 2001.
 
En América, tradicional área de influencia española, acudimos –como en el caso de Haití– bajo mando extranjero, de la mano de los marroquíes y sin objetivo alguno. En Oriente Medio, gran tablero donde se despacha la batalla por la democracia, España ha desaparecido por completo. Tan sólo queda Afganistán, donde una escasísima dotación militar tiene como encargo colaborar con las fuerzas de paz internacionales allí destacadas. El país que sirvió de guarida a Ben Laden durante gran parte de su carrera sigue siendo un país muy peligroso y, naturalmente, sigue plagado de terroristas emboscados en sus impenetrables montañas. Si, por azar, nuestros soldados detuviesen a uno, no podrían retenerle ni ponerle a disposición de la justicia. Y no por falta de ganas sino porque el ministro les ha prohibido expresamente hacer uso de sus armas de fuego. Eso, trasladado al lenguaje de la calle, es como si el ministro del Interior, impidiese a los policías valerse de su arma reglamentaria cuando un criminal se da a la fuga. Delirante.           
 
José Bono, acaso el mayor propagandista de sí mismo que hemos tenido desde que recuperamos la democracia, debería tener muy en cuenta que el Ejército no es una ONG y que no es a él a quien corresponde enarbolar la bandera del pacifismo.

En España

    0
    comentarios