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EDITORIAL

Por la familia y por el sentido común

el espíritu que hoy congregará a miles de españoles entre Cibeles y Puerta del Sol no es ir ni contra los homosexuales ni contra el Gobierno, es apelar al más elemental sentido común en un espacio que es de todos

Ya en la antigüedad clásica, antes incluso de la irrupción del cristianismo, se tenía perfecta conciencia de lo que era un matrimonio y lo que no. El derecho romano, magnífico pilar sobre el que se ha edificado todo nuestro cuerpo jurídico, lo definía como la unión de hombre y mujer en pleno consorcio de sus vidas y así ha venido siendo, al menos en occidente, hasta nuestros días. No es, por lo tanto, un capricho de la Iglesia considerar que el matrimonio –tal y como lo entendemos– es, además de una institución básica y socialmente muy beneficiosa, la libre unión de dos personas de distinto sexo.
 
La equiparación legal que impulsa el Gobierno entre matrimonios y uniones civiles entre homosexuales, es decir, la reforma del artículo 44 del Código Civil, desafía uno de los principios jurídicos esenciales y pone en el punto de mira a otra milenaria institución, la de la familia. Porque si el matrimonio se trivializa, su consecuencia directa, que es la familia, queda expuesta a un incierto destino y a una indefinición casi absoluta. En tanto que la familia es el núcleo primordial sobre el que se asienta la vida en sociedad, jugar con ella y someterla a semejante cirugía es cuando menos una actitud irresponsable.
 
No ignoramos que existe, efectivamente, una minoría de ciudadanos homosexuales que desean plasmar su compromiso sobre el papel. No dudamos tampoco de la necesidad de regulación de esas uniones, de las garantías derivadas y de su protección jurídica. Es labor del legislador atender a las demandas de la sociedad articulando leyes que las atiendan. El gobernante no puede arrogarse, sin embargo, la función de modelar la sociedad a su antojo y conforme a su ideología. El matrimonio es lo que es, no lo que un Gobierno oportunista y proclive a la ingeniería social diga que es.
 
La manifestación que hoy discurrirá por la madrileña calle de Alcalá viene a recordar a Zapatero que una buena parte de la sociedad española no está anestesiada por la inmensa maquinaria progre que se ha apoderado de los medios de comunicación y de la enseñanza. A pesar de la campaña a la contra orquestada por el Gobierno desde sus terminales mediáticos, sociales y hasta judiciales; los que hoy se den cita tras la pancarta no son ni ultraderechistas ni analfabetos que hacen lo que dice el cura. Son ciudadanos que valoran en alta estima su condición de tales y que no están dispuestos a que un Gobierno de radicales de izquierda se las dé con queso. Muchos españoles, más de los que Zapatero quisiese, no terminan de tragarse una reforma legislativa que no se ha dado en ningún país del mundo y que supone la defunción de una manera milenaria de entender el matrimonio. En definitiva, el espíritu que hoy congregará a miles de españoles entre Cibeles y Puerta del Sol no es ir ni contra los homosexuales ni contra el Gobierno, es apelar al más elemental  sentido común en un espacio que es de todos, no sólo de las organizaciones de izquierda.     

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