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Pío Moa

Mentiras inconvincentes

Debemos recordar que el marxismo español siempre fue un poco de pandereta, de nulo rigor crítico e incapaz de aportar nada a su propia doctrina. Y la historiografía, desde luego, no constituyó una excepción

Hace poco el historiador (pero no buen historiador) Julián Casanova arremetía en El País contra algunos investigadores que, según él, contamos “mentiras convincentes” sobre la guerra civil. De que son convincentes no hay duda, basta ver las tiradas de nuestros libros y su efecto social. Que sean mentiras él tendría que demostrarlo, y, desde luego, ni lo intenta. Quizá más adelante se ponga a ello, y desde aquí quiero animarle, pues termina su artículo llamando a los suyos a emprender de una vez la crítica de nuestras “mentiras”. Ya iba siendo hora, la verdad, pero más vale tarde que nunca. Le sugiero el método siguiente, el más adecuado desde el talante democrático y la honestidad intelectual: un debate en El País, en igualdad de condiciones, que supere de una vez la censura inquisitorial practicada por ese periódico contra investigaciones como las mías, y nos permita creer en la honradez y capacidad de rectificación de sus directores. Pero si lo que pretende el señor Casanova es el abuso de los medios de masas para divulgar sus tesis sin permitir derecho de réplica, me permito señalarle que esa táctica, mantenida durante seis años, ya no funciona: ha desacreditado a sus empleadores y no ha logrado silenciar nuestras “mentiras”.
 
Casanova se contenta con acusarnos a algunos de mentir, sin demostrarlo. Yo en cambio, creo poder mostrar en su artículo algunas tretas, vaguedades y desvirtuaciones que no le dejan en buen lugar. Dice, por ejemplo: “Durante las dos primeras décadas de la transición, desempolvar ese duro pasado fue tarea casi exclusiva de un variado grupo de historiadores que revelaron nuevas fuentes, discutieron sobre las diferentes formas de interpretarlo y abrieron el debate a la comparación con lo que había ocurrido en otras sociedades”. Un buen historiador concretaría más: el eje de ese “variado trabajo” consistió en la herencia intelectual del estalinista Tuñón de Lara e interpretaciones también en clave marxista como las de Jackson, Preston y otros, muy reverenciados también por la derecha cutre. Hasta hace pocos años los historiadores e intelectuales marxistas marcaban con su estilo todas las universidades y medios de masas españolas. Tras la caída del muro de Berlín se han vuelto más discretos, pero no han sometido a crítica sus ideas. El propio Casanova habla de “El pueblo en armas” para describir la entrega de armamento a los sindicatos y, no pocas veces, a delincuentes comunes.
 
Debemos recordar que el marxismo español siempre fue un poco de pandereta, de nulo rigor crítico e incapaz de aportar nada a su propia doctrina. Y la historiografía, desde luego, no constituyó una excepción. La interpretación marxista o marxistoide predominante, incluso ahora mismo –al menos en el aparato burocrático de la universidad y en diversos medios de masas– tiene dos rasgos: es radicalmente antidemocrática, y no menos radicalmente falsa. No voy a extenderme ahora en estos puntos, que he examinado en otras ocasiones, porque cualquiera puede verlo aplicando el “criterio de la práctica histórica”. Y por esa razón casi todo ese trabajo ingente de varias décadas encomiado por Casanova, un trabajo más burocrático que científico (el marxismo siempre se presentó como “científico”), con sus miles de publicaciones, congresos, simposios, con su enorme gasto de dinero público y proyección en los medios de masas, sólo puede ser útil hoy como material de desguace.
 
Dentro de la típica manipulación marxistoide, continúa Casanova: “Desde la segunda mitad de los años noventa salieron a la luz hechos y datos novedosos y contundentes sobre las víctimas de la Guerra Civil y de la violencia franquista (…) Descendientes de esas decenas de miles de asesinados se preguntaron qué había pasado, por qué esa historia de muerte y humillación se había ocultado, quiénes habían sido los verdugos…” Aquí Casanova opera como el clásico propagandista que atribuye los crímenes al “pueblo”. No fueron, o no principalmente, los descendientes de las víctimas quienes “se preguntaban”, sino determinados partidos, historiadores y asociaciones, a menudo subvencionados con dinero público, quienes organizaron una incesante campaña, no para restablecer la realidad histórica sino los rencores del pasado, y arrinconar al PP. El mensaje implícito, pero clarísimo, era: “ustedes, derechistas, provienen de los asesinos de la democracia y los demócratas en España. Aunque hayan cambiado algo, su deuda no está del todo pagada, y tenemos derecho a pensar que en cualquier momento pueden volver por sus viejos instintos”. Si le queda alguna duda al mal historiador Casanova, sólo tiene que recordar las recientes campañas electorales con llamamientos al “no pasarán”, a no votar “a los asesinos de García Lorca”, a la reiterada caracterización del PP como “asesinos”, “nazis”, etc., y la violencia correspondiente. Truco de propagandista, no método de historiador, exhibe aquí el señor Casanova.
 
¡Y la pretensión de que la democracia fue defendida en España por una amalgama de estalinistas, marxistas revolucionarios, anarquistas y jacobinos golpistas…! Todos ellos, además, saboteándose, torturándose y matándose entre sí, como sabemos por sus propios testimonios… Y todos ellos bajo la dirección, no simple ayuda, de Stalin, ese demócrata sin par. Que esta patraña gigantesca haya funcionado durante décadas y siga presente en la universidad, sólo revela lo muy bajo que ésta ha caído bajo la hegemonía de aquel “variado grupo de historiadores”.
 
Con absoluta cara de cemento nos aclara el señor Casanova: “el registro del desafuero cometido por los militares sublevados y por el franquismo hizo también reaccionar, por otro lado, a conocidos periodistas, propagandistas de la derecha y aficionados a la historia, que han retomado la vieja cantinela de la manipulación franquista (…) Todas las complejas y bien trabadas explicaciones de los historiadores profesionales quedan de esa forma reducidas a dos cuestiones: quién causó la guerra y quién mató más y con mayor alevosía. La propaganda sustituye de nuevo al análisis histórico. (…) con sus habituales tópicos sobre octubre de 1934, el terror rojo, el anticlericalismo, Paracuellos, las Brigadas Internacionales, las checas y el dominio soviético”.
 
Mire usted, señor Casanovas, llamar “tópicos” o “cantinelas” a esos hechos plenamente demostrados ya le retrata a usted a la perfección, y no precisamente como historiador serio, por decirlo con mucha suavidad. El origen de la guerra no es una cuestión propagandística, sino justamente la cuestión clave para entender lo ocurrido. Y no se exceda usted en hipocresía: dar vueltas a quién mató más y con mayor alevosía es precisamente lo que han venido haciendo ustedes de modo incesante desde hace años. Peor todavía: de creerles a ustedes, la derecha fue casi la única que mató, y en todo caso la verdadera criminal, porque las víctimas derechistas habrían perecido a manos del “pueblo”… Y ya se sabe que ese “pueblo” de ustedes siempre tiene razón.
 
Y termino, de momento: por mi parte no he recuperado ninguna propaganda franquista, como usted asegura. Mentira comprobable por cualquier lector de mis libros, y no olvide usted que tengo muchos. Contra sus afirmaciones, mis principales fuentes no son secundarias ni franquistas, sino primarias, bastante más que las que suelen utilizar ustedes, y proceden en su abrumadora mayoría de la documentación izquierdista. ¿Por qué insisten ustedes en esas supercherías? ¿No ven que les desacreditan a ustedes, desacreditan a la universidad y sólo convencerán a unos cuantos incautos o fanáticos sin remedio? Tampoco soy nostálgico de la dictadura, como usted vuelve a mentir. En cambio usted sí recupera los tópicos y métodos del Frente Popular, y eso indica que de demócrata tiene usted poco.
 
En fin, le reitero mi invitación: un debate libre en el periódicoEl País: ahí, y no en excusas palabreras podría comprobar todo el mundo si tienen ustedes intención de aclarar la realidad histórica o de seguir embarullándola.

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