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José T. Raga

La demanda social

en el modelo de izquierdas, la sociedad no la forman un conjunto de personas que sufren y disfrutan. Esas personas sólo se tienen en cuenta para votar; después, la sociedad, como tal, adquiere cuerpo y se desconecta de quienes le dieron sentido

Es una de las deidades a las que adora la izquierda y en la que se refugia la acción de gobierno del socialismo, tanto más intensamente cuanto mayor es la falta de pudor hacia la mentira o el engaño. De hecho, al socialismo le va bien todo lo que suene a social, venga o no a cuento, utilizando tales apelativos con el propósito de dejar boquiabiertos a quienes llevados de su buena fe consideran que, “lo social” se aplica siempre con referencia al bien de la comunidad.
 
Aunque, de ordinario, trato de mantenerme en silencio, suplicando al Todopoderoso que dé luz a quien la necesite para ver con claridad aquello que le afecta, no dejándose engañar por los intereses espurios de carácter personalista que utilizan la mentira como arma para conseguir sus objetivos, hoy, al tratarse de la demanda social, que huele a término económico, y siendo la Economía mi oficio, no frenaré como en otras ocasiones mi instinto de anotar algunas consideraciones a esta nueva categoría político-económica.
 
En Economía se distingue, y la distinción es meridianamente clara, entre demanda individual y demanda colectiva o demanda de mercado; siendo esta última la suma de todas las demandas individuales para una determinado bien o servicio. El término demanda social no suele ser de uso frecuente en la teoría económica, aunque trata de encontrar espacio a la vez que en la Teoría de la Hacienda Pública lo encontraron los conceptos de coste social o beneficio social; bien que ambos de difícil medición y, por ello, instrumentos en manos del sector público, es decir de los gobiernos, para asignar los recursos a lo que para ellos resulta de mayor interés.
 
También el concepto de demanda social está teniendo una finalidad equivalente. La persona bien intencionada, el oír este término, se deja arrastrar inexorablemente a una necesidad manifiesta, sentida por toda la sociedad o, al menos, por la mayor parte de ella, y que el providente gobierno se apresura a satisfacer, como dice, porque las fuerzas del mercado no garantizan su satisfacción.
 
El resultado último de tan providente intervención acaba siendo el sacrificio de la sociedad que mediante sus impuestos ha financiado, por mano del Estado y del Gobierno que lo administra, un objetivo que en modo alguno beneficia a la comunidad, haciéndolo en el mejor de los casos a un reducido número de sus miembros y, casi siempre, traduciéndose en un puñado de votos para quien así decidió a favor de unos pocos y en perjuicio de todos los demás.
 
Pero, aún así, la demanda social y la alusión a la misma, acaba siendo el reducto donde reposar las veleidades de unos dirigentes políticos que, no atreviéndose a denunciarse ante la sociedad en sus intenciones bastardas, las encubren de ese hálito de confusión complaciente que se atribuye a lo que aparece bajo el signo de lo social.
 
No hace mucho el Presidente Rodríguez Zapatero, a modo de exposición de motivos no escrita de la nueva Ley de reforma del Código Civil, por la que se define como matrimonio la unión entre dos personas del mismo sexo, afirmaba que con ello se daba satisfacción a una demanda social que legítimamente venía haciéndose presente en España y que, como toda demanda social debía ser atendida por el Gobierno, suponemos que más aún, por un gobierno de gran sensibilidad ante estas necesidades sociales tan apremiantes en la España de hoy.
 
El sábado día 18 encontramos una buena muestra de lo que significa una demanda social. En una concentración ante el monumento a la Constitución, en Madrid, para reivindicar algo a todas luces innecesario –la igualdad de todas las personas ante la ley y más importante, aunque los allí presentes no lo supieran, la igualdad de toda criatura ante Dios–, convocada nada menos que por 1.600 asociaciones, se congregaron unas doscientas personas (es decir, ocho asociaciones por persona congregada) las/os cuales atentas/os a los sonidos bien timbrados que emanaban de la laringe de doña Pilar Bardem unían sus corazones a la voz de ésta en un único clamor por el manifiesto.
 
Esa es la demanda social a la que se refiere el Presidente del Gobierno y la que trata de satisfacer mediante la reforma necia y contra natura del Código Civil español y que constituye una de sus más importantes obsesiones de gobierno. Doscientas personas congregadas. El referido monumento a la Constitución, se ve a diario más acompañado, y seguramente para él con mayor satisfacción, por los estudiantes de la Escuela de Ingenieros Industriales que retozan en merecido descanso sobre el césped de la colina, otrora llamada “altos del hipódromo”.
 
Así se manejan por los gobiernos, en España y fuera de ella; sobre todo por los de izquierdas, las llamadas demandas sociales. Y es que, en el modelo de izquierdas, la sociedad no la forman un conjunto de personas que sufren y disfrutan. Esas personas sólo se tienen en cuenta para votar; después, la sociedad, como tal, adquiere cuerpo y se desconecta de quienes le dieron sentido. Por eso, demanda social, puede ser cualquier cosa que interese a quien interpreta la existencia de esa demanda, incluso su cuantía.
 
Queda en el aire averiguar, si esas 1.600 asociaciones convocantes reciben subvenciones del gobierno, y si el importe de tales subvenciones se reparte entre las doscientas personas congregadas, porque, igual no es mal negocio. Pero eso lo dejamos para más adelante.

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