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Cristina Losada

La inesperada resistencia

Ni en las convocatorias electorales se ha hundido el PP, como deseaban y preveían, ni sus proyectos de ingeniería política y social se están tragando sin rechistar

Para saber cuál es la realidad, basta fijarse en los mensajes del socialismo gobernante e invertirlos. Si dicen que es de día, es de noche y si dicen que es negro, es blanco. Y a Blanco vamos a parar, pues tiene una virtud el hombre y es que prescinde del edulcorante. Así que cuando el secretario de Organización, cuyo paso por la Consejería de Juventud de aquel infausto bienio gallego todavía se recuerda por el gasto suntuario que hizo fluir, resalta que Rajoy ha salido malparado de todas las elecciones, se entiende que les preocupa lo contrario: que la derecha no se haya derrumbado a la de tres.
 
Más aún, les inquieta que esa parte de la sociedad conservadora, liberal o simplemente contraria a sus planes, y que tiene en el PP su refugio político, esté ofreciendo resistencia a los embates del gobierno. Ni en las convocatorias electorales se ha hundido el PP, como deseaban y preveían, ni sus proyectos de ingeniería política y social se están tragando sin rechistar. Todo lo contrario. Y, como remate de la temporada, las elecciones gallegas no les han dado el gusto de plantar una pica y pinchar en ella la cabeza de Fraga.
 
No es extraño que esa resistencia les fastidie y les sorprenda. Y ello por una razón de la que volvían a dar cuenta las encuestas en Galicia: el hecho de que el votante del PP se siente tan perseguido que oculta su preferencia y hasta su voto, una vez depositado. Pensaban que habían marcado a fuego a la derecha con el signo luciferino y que el clima de coacción atizado en los últimos años daría sus frutos con rapidez. Confiaban en que interiorizada por la derecha la condición de “apestada” que le endilgan, todo sería coser y cantar. Pero el cuchillo ha topado con algo más duro que la mantequilla.
 
Ahora bien, ese sigue siendo el nudo gordiano de cualquier proyecto conservador y liberal. Y de la democracia española. Pues la deslegitimación de la derecha por sus adversarios y la voluntad de éstos de arrinconar y machacar a su base social, constituye su gran anomalía. Una que ya contribuyó al fracaso de la II República y, por ende, a la guerra civil. Por primera vez desde la Transición, la sociedad que se identifica grosso modo con ese proyecto, reacciona. Pero no tanto gracias al PP, como a pesar de él.
 
Según parece, el PP se va a dedicar, acabadas las gallegas y la acción, a preparar iniciativas y propuestas con las que asombrar en dos sentidos: hacerle sombra al gobierno, al estilo de los shadow cabinet británicos, y sorprender, agradablemente, se entiende, al personal votante. Sin embargo, no estamos aquí en la Inglaterra, y siendo así de inapelable la geografía política, el escollo que afronta un partido conservador en España no se disolverá con programas ni reformas que prometa o deje de prometer.
 
Mientras el principal partido de la derecha no dignifique sus valores y sus ideas y batalle de frente contra la caricatura que de ella se difunde, tanto les reportará a los del PP labrarse unsuperrequeteprogramacomo ofrendar ese esfuerzo al cultivo del grelo y de la patata, que es a lo que nos puede poner en Galicia una coalición de iluminados.

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