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Juan Carlos Girauta

Soberanía

los dos receptores de poder hacia arriba y hacia abajo (Unión Europea y Comunidades Autónomas), dan muestras de un insaciable apetito que amenaza con vaciar de todo sentido al estado nación llamado España

Los cuatro atributos clásicos de la soberanía son localización (el poder más alto de una jerarquía político-legal), secuencia (su poder último de decisión), efecto (su influencia general) y autonomía (su independencia en las relaciones con otros agentes, a los que no está sujeta).
 
Múltiples beneficios se han derivado de dos cesiones inversas de contenidos de soberanía: hacia arriba, vía integración en uniones estables de estados, y hacia abajo, descentralizando competencias tradicionalmente estatales hacia administraciones de ámbito territorial menor. Cabe preguntarse si existen límites a esas dos formas de cesión que, una vez superados, impiden seguir hablando propiamente de soberanía.
 
España ha experimentado en los últimos veinte años un auténtico vaciado de competencias estatales en ambos sentidos. Al formar parte de la Europa del Euro, por ejemplo, ha logrado una notable estabilidad a cambio de renunciar a potestades que ahora mismo podrían serle de gran utilidad, como la devaluación de la moneda, asunto de especial importancia cuando estamos a punto de ser el país con el mayor déficit por cuenta corriente del mundo según la Comisión Europea. En cuanto al vaciado hacia abajo, basta atender a la proporción entre el montante presupuestario autonómico y el estatal para comprender que la Administración del Estado es hoy residual.
 
Se puede argüir, con razón, que las comunidades autónomas, como las administraciones locales, también son Estado en sentido amplio, y que los diferentes niveles de poder territorial se articulan por razones operativas. Sin embargo, es evidente que los entes creados al amparo del Título VIII de la Constitución están dispuestos a desbordar la Constitución entera, en algún caso a través de meros Estatutos de Autonomía, una vez el proceso de asunción de competencias (si de razones operativas se trataba) parecía culminado.
 
Por decirlo claramente, los dos receptores de poder hacia arriba y hacia abajo (Unión Europea y Comunidades Autónomas), dan muestras de un insaciable apetito que amenaza con vaciar de todo sentido al estado nación llamado España.
 
Al apetito de la burocracia europea le han dado un buen correctivo los pueblos francés y holandés, y Gran Bretaña está a punto de reconducir las cosas hacia la racionalidad tras el intento chiraquiano de liderar una gran potencia de veinticinco países. En cuanto al apetito autonómico, está por ver cómo se resuelve la huída hacia delante del tripartito nacionalista catalán, que, como suele ocurrir, será espejo del resto.
 
Lo único que no encaja en todo esto es la alegría con que el presidente del gobierno se presenta como avanzado defensor de los argumentos de todas las instancias succionadoras, con sus hechos y con su discurso claudicante. Hasta tiene un ministro decidido a sustraerle al soberano pueblo español el recurso a la guerra a favor de la ONU, burocracia putrefacta con ínfulas de gobierno mundial en la que sólo creen las dictaduras y los catedráticos de Derecho Internacional Público.

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