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Pablo Molina

El Ministerio de la Verdad

si algún empresario de comunicación se atreve a disentir, el talante actúa de inmediato, pues nada complace más al Ministerio de la Verdad (socialista) que aplicar periódicamente ejemplares castigos a quienes se atreven a disentir de la ortodoxia progre

Por supuesto, la tierra se está calentando a ritmo acelerado. De hecho estamos al borde del cataclismo térmico por culpa, claro, del capitalismo depredador. El Protocolo de Kioto no es un ataque directo a las economías desarrolladas, a cambio de unos resultados previstos en materia medioambiental más que risibles, sino la única tabla de salvación para los que tenemos el usufructo de la bondadosa Gaia.
 
La pobreza no es el estado natural de las sociedades humanas, sino el resultado del expolio sistemático al que el tercer mundo se ve sometido por parte de los países desarrollados. La vía para que los países pobres salgan de la miseria no es garantizar la protección de los derechos de propiedad y la libertad de comerciar, sino entregar a las cleptocracias gobernantes abundantes subvenciones, extraídas a los ciudadanos a través de unos impuestos cada vez más abusivos.
 
Una manifestación en defensa de la familia es una parada neofascista de curas en contra de la homosexualidad (serie “Aquí no hay quien viva”. 15 de junio de 2005 en prime time; Antena 3). Si una veinteañera confiesa a su madre en plena calle que está embarazada, la mamá no se enfada ni se preocupa lo más mínimo; lo más probable es que con sonrisa pícara y un codazo cómplice, replique a la atolondrada joven: «Espero que el padre sea bien guapo; a ver cuando me lo presentas» (Serie «Hospital Central». 7 de junio de 2005 en prime time; Telecinco).
 
El público, no ha dejado de ver las películas españolas por el hastío que le produce la repetición incansable de los mismos tópicos argumentales (el sempiterno antihéroe marginal, que explora su sexualidad y lucha contra el sistema ante la mirada somnolienta de Javier Bardem). Los consumidores, en contra de lo que pueda parecer, tampoco huyen despavoridos de las salas donde se proyecta el cine patrio por la estupidez conceptual de sus guiones o por una cuestión elemental de buen gusto, sino por la competencia desleal de la industria norteamericana, lo que exige aumentar exponencialmente las subvenciones a la productora de Almodóvar («El dinero público no es de nadie»; Calvo Poyatos dixit)
 
Hablando de yanquis, todo el mundo sabe que el ciudadano norteamericano medio es un ser primario, adosado a un rifle de repetición, semianalfabeto, belicista y profundamente reaccionario. Bush es idiota. Pepiño Blanco un genio.
 
Si hay una manifestación masiva en defensa de valores ante los que la izquierda reacciona como si a Superman le ofrecieran kriptonita o a Sabina agua mineral, se silencia en todas las televisiones evitando cualquier conexión en directo. Si por el seguimiento abrumador del acto no hay más remedio que dar la noticia, se utilizan enfoques en ligero contrapicado para sacar sólo la primera fila de personas y dar una idea de que se trata tan sólo de cuatro botarates ociosos, mientras la voz en off del locutor sugiere que nos encontramos ante unos intolerantes, que se oponen al reconocimiento de un derecho fundamental a los homosexuales.
 
Todo esto no son más que unos cuantos ejemplos del pluralismo informativo español espigados al azar. Y es que cuando los medios de comunicación de masas necesitan el permiso del gobierno para existir, es inevitable que acaben actuando como el Ministerio de la Verdad que Orwell predijo en su famosa novela. Ni siquiera la existencia de diez millones de Winston Smith –mercado apetitoso donde los haya– es incentivo suficiente, siquiera en materia económica, para que las televisiones privadas decidan atender la demanda informativa de un sector tan sustancial. El miedo a perder el favor estatal, es superior al respeto que deben al accionista.
 
Y si algún empresario de comunicación se atreve a disentir, el talante actúa de inmediato, pues nada complace más al Ministerio de la Verdad (socialista) que aplicar periódicamente ejemplares castigos a quienes se atreven a disentir de la ortodoxia progre en materia de información.
 
La única esperanza es que el inexorable avance tecnológico permita alguna vez la existencia de proyectos empresariales capaces de disentir, ofreciendo una alternativa a los que hace tiempo dejamos de frecuentar los albañales mediáticos de la España oficial. Como el proceso se retrase, puede acabar llegando demasiado tarde. Recuerden cómo terminó el protagonista de «1984».

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