Touriño no ha podido ni querido evitar la mención a la II República. Su momento de gloria le ha recordado a la unión del socialismo y el galleguismo durante la segunda etapa republicana. Es algo propio del zapaterismo reinante, pero carece de sentido común, histórico y político. Es imposible aplicar la lógica a la pretensión de Zapatero de tomar la II República como referencia para esta legíslatura socialista, a no ser que quiera llenarnos de zozobra.
Los años 30 del siglo XX fueron la época de la política de masas, los totalitarismos y el desprecio a la democracia. Y España no escapó a este movimiento occidental. La crisis total de esa época determinó, en muchos casos, incluso en el “corazón de Europa” –Alemania y Francia– el que la violencia sustituyera a la opinión, los bloques polarizados a los partidos, los militares a los políticos, los revolucionarios profesionales a los líderes parlamentarios. En nuestro país, no solamente se evitaron esos problemas, sino que se recrearon ampliamente.
La II República, además, fue un régimen efímero, mal construido, en el que ningún partido, ni líder o sindicato estuvo a la altura. Un momento nefasto de nuestra historia, sectario, intolerante y violento. Otra cosa es cómo se ha utilizado la imagen de la II República, su intrumentación como arma política contra la derecha. Es evidente que forma parte del acervo psicológico de la izquierda antifranquista, la cual no ha tenido ningún empacho en obviar los asesinatos, ajustes de cuentas y golpes contra la legalidad republicana practicados por, y entre, los distintos grupos izquierdistas.
Si la referencia de Zapatero y el PSOE a la II República es en cuanto al “talante” con los nacionalistas, tampoco es muy afortunada. Ya el socialista vasco Indalecio Prieto llamaba a la pretendida Euskadi nacionalista el “Gibraltar vaticanista del norte”. Y no creo que haga falta referirse a cuando el peneuvista José Antonio Aguirre convocó, en 1932, una asamblea de alcaldes euskaldunes para hacer del País Vasco un Estado libre asociado a la “República federal española”. O al bamboleo del PNV en su apoyo a un bando u otro durante la Guerra Civil. O puede que sea inútil aludir a las veces en las que los nacionalistas catalanes intentaron, desde el balcón de un edificio público o con el fusil en la mano, convertir a la Cataluña autonómica en un Estado independiente.
La referencia de Touriño quizá se deba a que el primer Estatuto de Galicia se aprobó por referéndum el 28 de junio de 1936, durante el gobierno más radical de la República: el del coruñés Casares Quiroga, de la ORGA –Organización Republicana Gallega Autónoma–. No es, tampoco en esta ocasión, un paralelismo muy feliz.