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Porfirio Cristaldo Ayala

Los caminos del infierno

Venezuela, que alguna vez fue el país más próspero y libre de América Latina, ahora transita por los caminos del infierno. Venezuela está sumida en la pobreza y la arbitrariedad.

La reciente Cumbre del Mercosur reunió a varios presidentes latinoamericanos y a un bufón. El presidente venezolano Hugo Chávez, como se ha vuelto costumbre, puso la nota cómica al estéril evento. En el Congreso paraguayo, entre aplausos y risas de los presentes, Chávez, autodenominado socialista bolivariano, disertó sobre el diablo, el infierno, el capitalismo y concluyó que lo menos que los ricos pueden hacer es repartir sus bienes entre los pobres, porque “ya Cristo dijo que difícilmente entren al reino de los cielos”.
 
Pero la retórica populista de Chávez y su ciega oposición al capitalismo lejos de ser graciosa es una vergüenza, dado que insiste en promover y financiar las mismas políticas estatistas que sumieron en el atraso a Latinoamérica. Tiene razón Chávez cuando asegura que las vías que hasta ahora transitan nuestros países no son las vías del desarrollo sino “las vías del mismo infierno”. Pero se equivoca cuando culpa de ello al capitalismo. No puede tener la culpa un sistema que nunca existió realmente en nuestros países.
 
En los últimos 500 años, el sistema económico dominante en América Latina fue el mercantilismo que trajeron los españoles y portugueses en la conquista. Al único país al que se puede acusar de estar avanzando hacia el capitalismo es a Chile, que hace unas décadas empezó a desechar el mercantilismo y favorecer una economía sin privilegios, ni proteccionismos, ni extrema corrupción como en el resto del continente. Y el camino de Chile no es el camino del infierno que sigue el resto de los países, sino el camino que lleva a la libertad, justicia, democracia y prosperidad.
 
Solo un fanático o un idiota no ven que el socialismo vernáculo fracasó irremediablemente en todas partes. No existe régimen socialista alguno en el mundo que haya logrado sacar a su pueblo del infierno de la pobreza. En setenta años de experimento socialista en la ex URSS no se logró producir lo suficiente para alimentar y vestir a la gente. La planificación central exterminó a decenas de millones de personas. El comunismo se derrumbó, no a causa del capitalismo, sino porque los rusos se cansaron de ver a los europeos occidentales vivir decentemente, con libertad, en abundancia y bienestar. Todos los países capitalistas del mundo, sin excepción, ofrecen a sus pueblos un alto nivel de vida.
 
Chávez está en lo cierto cuando dice que “hay que ser radicales”. Lo patético del caso, sin embargo, es que él no se percata que el socialismo vernáculo que propugna, lejos de ser radical, es sólo un proyecto reaccionario que se opone al cambio y a la modernidad. Chávez no se da cuenta que para salir de la miseria, los pueblos latinoamericanos deben cambiar el viejo mercantilismo que los oprime y atrasa desde tiempo inmemorial, por una economía libre, sin privilegios, ni corporativismos al estilo fascista, ni proteccionismo y tutelaje estatal a los amigos.
 
La verdadera revolución que necesita América Latina no es profundizar el estatismo que nos ha hundido sino liberalizar la economía de nuestros países, eliminar el amiguismo y los monopolios políticos, empresariales y sindicales, realizar las reformas de mercado que nunca han existido y abrir sus fronteras al libre comercio. La apertura debe ser unilateral, reduciendo a cero los aranceles y trabas a la importación, sin necesidad de celebrar tratados comerciales con otros países ni buscar seudo-integraciones regionales en remedos de uniones aduaneras.
 
Venezuela, que alguna vez fue el país más próspero y libre de América Latina, ahora transita por los caminos del infierno. Venezuela está sumida en la pobreza y la arbitrariedad. Su prensa oprimida. Su democracia enferma. Para peor, Chávez malgasta el petróleo venezolano en comprar armas y apoyo popular, importar comunismo de Cuba y exportar revueltas a Bolivia y otros países, en lugar de ahorrar los ingresos extraordinarios, preparándose para una recesión cuando caigan los precios del petróleo.
 
Sólo el estado de derecho, el gobierno limitado y austero, la defensa de los derechos de propiedad y el libre comercio conducen fuera de ese infierno.

En Libre Mercado

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