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José García Domínguez

El espejito mágico de Zetapé

apresurarse a deponer que la causa de que unos iluminados multimillonarios árabes quieran destruirnos radica en las “enormes desigualdades en el mundo” es algo más que una soberana estupidez

Sólo en una sociedad encadenada al mando a distancia, tan modélica alumna del magisterio de Belén Esteban y Ernesto Ekaizer como discípula avezada en las cátedras de Boris Yzaguirre y Cebrián, sólo en una comunidad infantilizada al extremo de agrietarse las palmas de las manos aplaudiendo a cualquiera que prometa todos los derechos y ningún deber, persuadida de que libertad significa “yo hago lo que me da la gana”, y de que esfuerzo y sacrificio son dos sinónimos del adjetivo fascista, una colectividad en la que la consideración social se gradúe por el modelo de móvil que se exhiba en la mesa del bar, y donde pesen más las sentencias de un actor analfabeto que todos los dictámenes académicos del mundo, es decir, sólo en la España de hoy, la cobardía podía haberse convertido en atributo ejemplar de los gobernantes. Porque sólo en los países sin pulso moral el liderazgo recae no en los capaces de dirigir a la sociedad, sino en los inanes que se dejan arrastrar por ella. He ahí la diferencia entre Blair y Zapatero, pero también —no lo olvidemos— el océano que separa a Inglaterra de España.
 
Esta sociedad, que asumió sin rechistar el argumento más burdo del terrorismo intelectual —quien no se rinda, es un siervo de los americanos— es la misma que ahora, cuando los británicos le han colocado un espejo delante, se avergüenza de sí misma. Ahora, cuando el mismo mando a distancia le acaba de descubrir que los discursos de los estadistas de verdad no los redacta el guionista de Los Lunnis, y que ninguna sede del Partido Laborista está siendo asaltada en estos momentos por la claque de Crónicas Marcianas.
 
Y sin embargo, quien representa la quintaesencia de esa polis adocenada, el Zapatero que abjuró de la fe en la escolástica socialdemócrata para abrazar el culto beato a lo politically correct, es el único que no se ruboriza al verse reflejado en el cristal. Esa es la explicación a la pregunta ilusionada que le formulaba en el Financial Times de este sábado: “Espejito, espejito ¿quién más que yo podría representar el papel Arnaldo Otegi en esta conflagración mundial contra el terrorismo islamista?” Y es que, con todo el Reino Unido angustiado a la espera de un segundo ataque, apresurarse a deponer que la causa de que unos iluminados multimillonarios árabes quieran destruirnos radica en las “enormes desigualdades en el mundo” es algo más que una soberana estupidez. Es proveer de cobertura ideológica a los asesinos y de legitimación política a sus crímenes.
 
Por eso, se equivocan quienes creen que lo que está expuesto al público desde el jueves en los jardines de La Moncloa, es un óleo de Chamberlain. Porque no hay que fijarse demasiado para descubrir que se trata del retrato de Dorian Grey.           

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