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Fundación Heritage

Los demócratas y el Supremo

Sea cual sea el asunto, los demócratas perciben a los republicanos no sólo como equivocados sino como malvados.

Por Dennis Prager

No sabemos a quién propondrá el Presidente George W. Bush para suceder en el cargo a la juez del Tribunal Suprema Sandra Day O'Connor. Pero una cosa es cierta: los demócratas desprestigiarán a cualquier candidato. No importa si el candidato resulta ser una persona honorable, intelectualmente honesta y profundamente conocedora de la ley. En realidad, cuánto más formidable sea el candidato, más grandes serán los ataques personales.
 
¿Por qué? Hay tres razones.
 
Primero, los demócratas creen que los conservadores son malas personas por definición. Tal como dijo recientemente Howard Dean, presidente del Comité Nacional Demócrata, “en contraste” con los republicanos a los demócratas sí les importa si los niños se van a dormir teniendo hambre por la noche. En la mente de la mayoría de demócratas, a los republicanos no les interesa si los niños se van a dormir teniendo hambre y son racistas, intolerantes, machistas, tacaños, malvados y prefieren la guerra a la paz.
 
La razón por la que los conservadores son vistos de esta manera es que la mayoría de personas en la izquierda están seguros que ellos tienen buenas intenciones; por lo tanto sus oponentes han de tenerlas malas. Es más, los progres tienden a valorar las posiciones de la política en esos términos: se preguntan si los motivos son buenos en lugar de ver si producen buenos efectos en la realidad.
 
Por ejemplo, los progres defienden la educación bilingüe para niños inmigrantes a pesar de que no es buena para ellos. Hace que aprendan el lenguaje de su país adoptivo más lentamente y su integración se ralentice, con lo que disminuyen sus oportunidades de éxito.  A pesar de ello, los educadores y políticos progres prefieren la educación bilingüe por compasión hacia los niños inmigrantes (y antipatía a su asimilación en Estados Unidos). Por tanto, los progres creen que si la compasión les lleva a favorecer la educación bilingüe, sólo la falta de compasión puede explicar la preferencia conservadora de la inmersión lingüística.
 
Igualmente, a ojos progres, la preferencia republicana de bajar los impuestos sólo puede emanar del egoísmo y la apatía hacia los pobres. Y el apoyo conservador a la guerra en Irak no puede emanar del amor a la libertad y un deseo moral de destruir a los totalitarios islámicos, sino del amor al petróleo, compromiso con el imperialismo americano y adoración de macho al poder militar.
 
Sea cual sea el asunto, los demócratas perciben a los republicanos no sólo como equivocados sino como malvados. Y cuando se pelea contra los malvados, casi todas las armas son válidas.
 
La táctica preferida ha sido el desprestigio de los conservadores. Hay pocas figuras políticas conservadoras cuyos nombres no han sido manchados por los progres. Comenzó con el juez Robert Bork, llegó al nadir con Clarence Thomas y sigue hoy en día.
 
Los republicanos no han llegado ni de lejos a la cantidad de ataques personales a las vidas privadas de personas públicas. Una razón, irónicamente, es que la gente se espera un comportamiento más decente de los conservadores.
 
Tampoco es intelectualmente honesto rebatir diciendo que los republicanos hicieron lo mismo con el presidente Clinton. Si Clinton hubiese dicho: “Siento mi falta de criterio, lo siento por mi familia y por mi país”, los republicanos habrían dejado el affaire Lewinsky. Fue su mentira – al país y bajo juramento –lo que mantuvo vivo el asunto.
 
Una segunda razón por la que los demócratas y otros en la izquierda usan el desprestigio como arma política es para evitar ideas desafiantes y argumentos intelectuales. Los progres han podido hacerlo en todas las áreas que ellos dominan –en la universidad, los medios de comunicación y los sindicatos. En su lugar, han aprendido a confiar en ataques personales, tales como tachar a sus oponentes consistentemente de “racistas”, “sexistas”, “homófobos” e “intolerantes”.
 
Tercero, habiéndoles sido imposible persuadir al pueblo americano de que adoptasen la mayoría de sus políticas, la izquierda se ha apoyado cada vez más en los tribunales para lograr lo que no pueden con el proceso político. Esto lo reconoció el fin de semana pasado William A. Galston, ex asistente del presidente Bill Clinton: “A principios de los años 50, el Partido Demócrata se convenció de que, especialmente en temas sociales, el principal vehículo para avanzar serían los tribunales”.
 
Por consiguiente, la izquierda se lo juega casi todo a una carta, la del Poder Judicial. Saben que sin tribunales progres, no hay agenda progre. Y cuando eso se combina con el desprecio moral que sienten por los conservadores y la incapacidad de la izquierda para persuadir al público, esa izquierda necesita retener el Tribunal Supremo a cualquier precio. Y ese precio es el buen nombre de la gente buena. Ya lo verán.
 
©2005 Creators Syndicate, Inc.
©2005 Traducción por Miryam Lindberg
 
Dennis Prager es periodista y comentarista radiofónico muy respetado en Estados Unidos, su programa se transmite desde Los Ángeles diariamente desde 1982. Sus artículos aparecen en grandes publicaciones americanas como The Wall Street Journal, Los Angeles Times, Townhall y el Weekly Standard, entre otras.
 
Libertad Digitalagradece aDennis Pragery a laFundación Heritageel permiso para publicar este artículo.

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