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Fernando R. Genovés

Instrúyelos o sopórtalos

En su hacer y hablar buscan principalmente “hacer hablar”, por decirlo coloquialmente, o sea, fastidiar al vecino de enfrente, enfadar a la parroquia, indignar al muy sensible. En suma, y por decirlo a lo bestia, esto es, a lo Bardem, joder al personal.

En las Meditaciones de Marco Aurelio consta una reflexión que me tiene intelectualmente obsesionado. En ella, el emperador y filósofo romano afirma que comoquiera que los hombres han nacido los unos para los otros no hay más remedio que instruirles o soportarles. He aquí un dramático dilema contenido en un pensamiento puro y profundo que apunta a la naturaleza de la relación entre la ética y la política, pero también al núcleo del problema relativo a cómo asegurar la convivencia, a cómo tratarnos con los demás, quienes, claro, son distintos a uno y más que uno. Y tienen además diferentes ideas y creencias, acaso también propias, a las nuestras. ¿Cómo persuadir a quien juzgamos que está equivocado de su error? ¿Cómo garantizar el diálogo fructífero con los otros, el intercambio de pareceres con el prójimo, con el conciudadano?
 
A pesar de que el presidente del Ejecutivo, José Luis Rodríguez, prometió en los primeros compases de la actual legislatura que España experimentaría en los próximos años un incremento en la “calidad democrática”, aquí no hay quien se entienda, aunque algunos han llegado a vivir muy bien. Aquí se entienden unos cuantos entre sí, a escondidas o a media voz, a fin de que el resto quede sumido en el silencio o en el estatuto de ciudadanía de segunda clase. Y si abre la boca y protesta, es acusado sin conmiseración por parte de los apologistas del diálogo sin límite de adoptar una actitud “vociferante”.
 
En estos últimos tiempos, los españoles debemos de soportar una cantidad de opiniones, sentencias y declaraciones en verdad que muy disparatadas y muy poco democráticas. La mayoría de periódicos y de cadenas de radio y televisión no dan abasto en artículos, reportajes y comentarios ofensivos para la inteligencia o sencillamente provocadores. Los ministros y las ministras de ZP tampoco dan tregua, pugnando entre sí a ver quién dice la burrada mayor. Sus socios de gobierno, para no ser menos, dicen lo primero que se les ocurre y piensan, y eso que cavilan mucho pero ponderan poco. Con este mar de fondo, bastantes ciudadanos, viajando en clase cívico-preferente, como simples acompañantes o sin rumbo, parecen aceptar sin más este reparto de papeles, o este “escenario” como dicen quienes se expresan con un lenguaje propio del show business. Con sus silencios, sus concesiones y sus votos parecen dar por buena semejante situación, o espectáculo. ¿Intentamos persuadir a los confundidos y desorientados de su incorrección y les recordamos cómo se suman dos y dos y cuál es su resultado? Vale, adelante con ello. Los instruimos o los soportamos.
 
Mas ¿qué hacer con quienes se solazan en la mentira y la insidia, con quienes escuchan al discreto y prudente como quien oye llover, creyendo en el fondo que no es más que un memo, que lo mejor es seguir la corriente y no meterse en problemas? Qué hacer con quienes hablan mal y hacen el mal a conciencia? ¿Los instruimos, los soportamos, o qué?
 
No ha sido destacado ni sopesado suficientemente el valor y el alcance del reciente exabrupto de Javier Bardem, quien declaraba que de ser homosexual, se casaría de inmediato, sólo por joder a la Iglesia. Según reza un viejo adagio, sólo los locos y los tontos dicen la verdad. De manera que deberíamos atender un poco más lo que dice la voz bruta del insensato, pues despide una cruda realidad y una llana sinceridad bastante ilustrativas de lo que nos domina en el momento presente. Y es que tengo para mí que esto es lo que nos pasa, que gran parte de declaraciones públicas y de acciones de gobierno que inundan nuestras tierras resecas no son, en el fondo, más que ajustes de cuentas privadas y operaciones de desgobierno.
 
No niego que ZP y su Gobierno tienen un plan. Lo tienen, y más de uno: demoledores y libremente asociados con partidos políticos y dirigentes poco moderados y muy extremistas. Ni digo que sus secuaces no sepan lo que dicen. Sostengo, sencillamente, que, al devenir su proceder más que nada del odio, el resentimiento y la mala conciencia, les encanta llevar la contraria, deshacer lo ya hecho. Les impulsa por encima de todo molestar al adversario, convertido en enemigo: USA, Israel, Aznar y el PP, la derecha, la clase media, la Iglesia, quien se enfrenta al terrorismo y todo aquel que no se pliegue a sus graciosas disposiciones. Como en la canción que interpreta Groucho Marx en la película Horse Feathers (“Plumas de caballo”): Whatever it is, I´m against it (“Sea lo que sea, yo, lo contrario”). Pero sin ninguna gracia. En su hacer y hablar buscan principalmente “hacer hablar”, por decirlo coloquialmente, o sea, fastidiar al vecino de enfrente, enfadar a la parroquia, indignar al muy sensible. En suma, y por decirlo a lo bestia, esto es, a lo Bardem, joder al personal.
 
Así es difícil entenderse, intentar persuadir al desatinado e instruir al obtuso. Según enseña la sabiduría de los clásicos, para que exista un diálogo racional es preciso dar razones, pero también recibirlas. Digo, recibir razones y no coces y “soeces”. En este plan, cuando el error, el embuste y la majadería no provienen de la monda ignorancia sino de la malevolencia, de la mala fe, del deseo de hacer mal a sabiendas, de… jorobar al otro, ¿cómo soportarlo? He aquí, la cuestión.
 
Que no hay que exasperarse ni renunciar, que es preciso armarse de valor y paciencia, seguir enseñando al que no sabe y aguantar el chaparrón, lo sé. ¿Cómo y por qué escribir en España si no después del 11-M y del 14-M?

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