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EDITORIAL

La amenaza persiste

Esta vez, simplemente, no lo han conseguido pero eso no es óbice para bajar la guardia sino que ha de servir de acicate para que el Gobierno de Blair persevere en su firmeza contra el terror

Hemos dicho en multitud de ocasiones que los dos únicos móviles del terrorismo islámico son el fanatismo religioso y el odio a Occidente. No existen otros. La realidad, terca como una mula, se empeña en darnos la razón una vez más. A los luctuosos atentados del día 7 que arrojaron 56 muertos le sucedió ayer un renovado calambrazo de terror que volvió a paralizar la ciudad del Támesis. Cuatro explosiones en tres estaciones de metro y en un autobús urbano. La misma estrategia, idéntico planteamiento y, supuestamente, idénticos objetivos. Esta vez, afortunadamente, los terroristas no se salieron con la suya; algunos artefactos no estallaron y los que lo hicieron no causaron víctimas mortales.  
 
La reacción del Gobierno británico con Tony Blair a su cabeza ha sido modélica de nuevo. Con gravedad y la circunspección que preside su rostro desde la matanza del 7-J, el premier aseguró desde su residencia de Downing street que no debía minimizarse lo sucedido, la intención de los terroristas era matar porque, como muy bien apuntó el comisario jefe de Scotland Yard, “esto no se hace con otra intención”. Efectivamente, los terroristas en general -y el islamista en particular- saben bien que los muertos son, aparte de su razón de ser, su mejor capital para conseguir las metas que persiguen. Esta vez, simplemente, no lo han conseguido pero eso no es óbice para bajar la guardia sino que ha de servir de acicate para que el Gobierno de Blair persevere en su firmeza contra el terror.
 
Establecer una relación causal, tal y como se ha venido haciendo a lo largo de todo el mes, entre los atentados de Londres e Irak no sólo es aventurado sino tremendamente falaz. Los herederos de los que asesinaron hace quince días a medio centenar de personas y de los que ayer colocaron las cargas explosivas del metro no van a cejar un minuto en su empeño de seguir matando en nombre de Alá cuando puedan, donde puedan y como puedan. Ante amenaza de tal magnitud no caben medias tintas; o rendirse o derrotar a los que quieren liquidar nuestras libertades. Blair lo ha entendido, su homólogo australiano, el valiente John Howard, también. Plegarse a los dictados de los terroristas es concederles una gratuita y simbólica victoria. El Reino Unido no se lo puede permitir, Occidente en su conjunto tampoco.  
 
Tan elemental lección ha pasado, sin embargo, desapercibida para el Ejecutivo español de Rodríguez Zapatero. Ayer mismo, Naciones Unidas nombró al paquistaní Iqbal Riza coordinador del proyecto "Alianza de Civilizaciones", delirante propuesta que hizo nuestro presidente ante la Asamblea General hace casi un año y cuyo raquitismo conceptual no hace sino ponerse más y más en evidencia conforme pasa el tiempo. Riza es un burócrata de la ONU que está aún envuelto de lleno en el escándalo “Petróleo por alimentos”, colosal y apestosa trama internacional gracias a la cual muchos funcionarios se hicieron millonarios y enriquecieron aún más a Sadam Hussein a costa del petróleo iraquí. Un personaje con un currículo así será el encargado de impulsar el proyecto estrella de la progresía bienpensante para erradicar el terrorismo islámico. Partiendo del hecho que esa misma progresía considera que las causas del terrorismo hay que buscarlas en Occidente y no en la enferma conciencia de unos asesinos fanatizados por el Corán, lo más que cabe esperar es que los que aplaudieron los atentados de Nueva York, Madrid o Londres se regocijen a sabiendas que Occidente prepara una rendición preventiva.
 
El mal ejemplo que dimos retirándonos de Irak precipitadamente y a modo de premio para los matarifes del 11-M es, en definitiva, el modelo que persigue la ONU y su proyecto de “Alianza de Civilizaciones”. Frente a ello, a los que aún creen en la libertad y en los valores democráticos occidentales, les queda la determinación de británicos, norteamericanos y australianos cuyos gobiernos han hecho la única lectura posible y realista de la gran amenaza que representa el terrorismo islámico. Esta amenaza persiste. Ayer fue Londres, mañana puede tocarle a cualquier país de Occidente, incluidos, naturalmente, los que no intervinieron en la campaña iraquí.

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