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Juan Carlos Girauta

Mutua compensación

Es como si un bar te cobrara un plus a la entrada por el eventual uso del lavabo y, cuando vas a usarlo, un cartel anunciara: “prohibido pasar”.

Estos progres son la monda. Defienden la política de puertas abiertas y los papeles para todos sin orden ni concierto. Si un somalí o un eritreo, no contentos con que las autoridades les subvencionen el alquiler del piso, lo usan para montar bombas –como acaba de suceder en Londres–, maquinan zarandajas como las de Cebrián y su empleado Zapatero, o como las de la conservadora Benita Ferrero-Waldner, comisaria de Relaciones Exteriores de la UE, con su último hallazgo: “la lucha contra el terrorismo pasa ante todo por la reducción de la pobreza en los estados desfallecientes”. Desfallezco ante ti, bendita Benita, bonita.
 
Una vez dentro el inmigrante, lo normal es que prefiera ganarse la vida a estallar en el metro. Si por efecto del mar de injusticia no lo contratan ni a tiros, es posible que acabe recurriendo a la venta callejera de copias pirata de discos y películas. ¡Incauto desgraciado! Las huestes de Teddy Bautista (“Ponte de rodillas”, se llamaba su primer éxito) exigirán a la policía que actúe con toda contundencia. Aquí no hay críticas que valgan al “ciego egoísmo de las sociedades capitalistas” ni consideración alguna para con el pobre desfalleciente. Aquí lo que hay es una ley que cumplir; están robando al lobby de los principales aliados estratégicos del Zapaterismo Zelig Zen (ZZZ), siglas que invitan a echar una cabezadilla, como cuando vamos a ver una de sus películas o nos ponen a traición uno de sus discos.
 
Primero levantan su dedo acusador contra los que prefieren la manta a la mochila, y luego lo levantan contra nosotros, por si acaso: todos los ciudadanos somos sospechosos de hacerles la pirula, aunque paguemos religiosamente los discos en El Corte Inglés. Ya han logrado imponer su canon sobre los soportes vírgenes, penalización anticipada por las copias privadas que podríamos hacer; a la vez, el proyecto de ley arrancado a la Calvo ¡ilegaliza tales copias! Es como si un bar te cobrara un plus a la entrada por el eventual uso del lavabo y, cuando vas a usarlo, un cartel anunciara: “prohibido pasar”.
 
Puestos a compensar, ¿qué pasa con los tostones que contienen los centenares de discos españoles que he ido adquiriendo con los años? Por una canción buena, una decena de bodrios. ¡Quiero que me devuelvan mi dinero! ¿Qué hay de tantos guiones basura del cine español que he visto a lo largo de mi vida? Las entradas que pagué costaban lo mismo que el cine de verdad. Por no hablar de la música que nunca he deseado oír, alguna compuesta por altos ejecutivos de la SGAE, y que me han colocado en locales públicos, con la consiguiente depresión. ¿Quién me paga el Prozac? Y sobre todo, ¿quién nos compensa por tener que soportar las continuas lecciones morales de esa tropa insaciable?

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