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Fundación Heritage

Por los valores judeocristianos XVII

Con respecto al hombre “sometiendo y conquistando la naturaleza” la sola idea fue una de las más revolucionarias del Antiguo Testamento y posibilitó los avances médicos y científicos de Occidente.

Dennis Prager

Uno de los conflictos más grandes entre el sistema de valores judeocristianos y el de otros sistemas laicos que compiten con él tiene que ver con las respuestas a estas preguntas: ¿La naturaleza fue creada para el hombre o el hombre es sólo una parte de la naturaleza? En otras palabras ¿el medioambiente tiene algún significado sin el hombre que lo aprecie y lo use para su bienestar?
 
Las respuestas judeocristianas son claras: La naturaleza ha sido creada para el uso del hombre; y por sí sola, sin el hombre, la naturaleza no tiene sentido. Los delfines son adorables porque los humanos los encontramos adorables. Sin gente que aprecie a los delfines o el papel que juegan en el ecosistema de la Tierra para favorecer la vida humana, no son más adorables o significativos que una piedra en Plutón.
Es el meollo de la historia de la Creación, todo fue hecho en preparación del camino para la creación del hombre (y mujer; esta aclaración va para aquellos cuya educación los lleva a confundir la palabra genérica “hombre” por “varón”. Según el DRAE: Hombre (Del lat. homo, -ĭnis) m. Ser animado racional, varón o mujer).
 
Cada día de la creación dijo Dios “bien”, pero el sexto día de la creación, cuando creó al hombre dijo “muy bien”.
 
Hay críticos que ven como inaceptables 3 nociones bíblicas sobre la naturaleza: que el hombre deba reinar sobre ellas; que la Tierra fuera creada solamente para el hombre y por lo tanto no tenga valor intrínseco; y finalmente que no sea sagrada.
Argumenté con respecto al último concepto –que Dios está fuera, no dentro de la naturaleza– en el ensayo anterior, Parte XVI.

Con respecto al hombre “sometiendo y conquistando la naturaleza” la sola idea fue una de las más revolucionarias del Antiguo Testamento y posibilitó los avances médicos y científicos de Occidente. Para todas las civilizaciones antiguas, la naturaleza (o los igualmente caprichosos y amorales dioses de la naturaleza) gobernaban sobre el hombre. El libro del Génesis vino a cambiar todo eso enseñando lo contrario: El hombre debe reinar sobre la naturaleza.
 
Sólo reinando y conquistándola el hombre desarrollará curas para las enfermedades de la naturaleza. Le ganaremos al cáncer, el cáncer no nos ganará. Y solamente seres racionales, no dioses irracionales de la naturaleza, pueden hacer eso. Los valores judeocristianos son la razón fundamental por la que la ciencia y la medicina moderna se desarrollaron en Occidente. Un Dios racional diseñó la naturaleza y gracias a ello los seres humanos racionales pueden percibirla y, por supuesto, conquistarla.
 
La noción que es gracias al laicismo y no a los valores judeocristianos que se posibilitara la investigación científica constituye quizá la victoria propagandística más grande de la historia. Prácticamente cada gran científico desde Sir Isaac Newton hasta principios del siglo XX vio la investigación científica como el estudio del diseño divino.
 
Con respecto a la moderna objeción laica a la noción judeocristiana de que el hombre representa la culminación y el propósito de la naturaleza, uno sólo puede decir qué martirio para la humanidad si esa objeción prevalece. Cuando el ser humano es reducido a ser parte del mundo natural, su estatus es reducido al de un delfín. Una de las grandes ironías del mundo contemporáneo es que los humanistas convierten la vida humana en algo prácticamente sin valor mientras que los judíos y los cristianos que se guían por los principios de Dios vean la vida humana como infinitamente sagrada. El valor del hombre es totalmente dependiente de la idea del mundo fundamentada en la creencia de Dios. Sin Dios, el hombre es otra parte del ecosistema y a menudo una pésima parte en él.
 
Así es que digamos lo que no se puede decir junto a compañía sofisticada: La naturaleza fue creada como el medio por el cual Dios creó al ser humano y también para dar sustento emocional, estético y biológico a la humanidad. La naturaleza en sí misma no tiene utilidad ninguna sin la existencia de los seres humanos para apreciarla. En las palabras del Talmud, cada persona debería mirar al mundo y decir “El mundo se creó por mí”.
 
¿Significa esto que la perspectiva bíblica de la naturaleza da al hombre el derecho a contaminar la Tierra o abusar de los animales? Absolutamente no. Abusar de los animales está prohibido en la Torá: La prohibición de comer una parte de un animal vivo, la prohibición de poner a dos animales de diferente tamaño en el mismo yugo, la prohibición de hacer trabajar a los animales 7 días a la semana son sólo algunos ejemplos. Causar sufrimiento injustificado a un animal es un pecado grave. Con respecto a contaminar la Tierra, también está religiosamente prohibido. Si el propósito de la naturaleza es mejorar la vida humana y ser testigo de la magnificencia de Dios, ¿bajo qué entendimiento de este concepto podría una persona creyente defender la contaminación de la naturaleza?
 
En verdad, tenemos que ser los encargados de la naturaleza, pero no por su bien sino por el nuestro.
 
©2005 Creators Syndicate, Inc.
©2005 Traducción por Miryam Lindberg
 
Dennis Prager es periodista y comentarista radiofónico muy respetado en Estados Unidos, su programa se transmite desde Los Ángeles diariamente desde 1982. Sus artículos aparecen en grandes publicaciones americanas como The Wall Street Journal, Los Angeles Times, Townhall y el Weekly Standard, entre otras.
 

Libertad Digital agradece a Dennis Prager y a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.


Tiene a su disposición en Libertad Digital la serie completa Por los valores judeocristianos escrita por Dennis Prager

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