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Juan Carlos Girauta

Dos independentistas

Los hechos por los que España ha de pedir hoy perdón se inauguran con un macabro hallazgo: miles de cadáveres de españoles mutilados, empalados, castrados por los “independentistas”

¿Qué tendrá el Rif que le quita el sueño, qué tendrá el valle, qué tendrá la sierra de Ketama? ¿Qué ha llevado allí a Tardà? Que no cunda el pánico: ha ido a comprobar las secuelas de la guerra con España.
 
Aunque también podría haber ido, sensible como es, tras las huellas de Fortuny, el pintor de Reus que siguió a los voluntarios catalanes, por encargo de la Diputación de Barcelona, en una guerra anterior. Era decir África y ya estaban nuestros abuelos inmersos en la morería romántica, en los escenarios de Fortuny, que animó a los catalanes a repetir las hazañas de “aquellos audaces aventureros que lucharon en Oriente”.
 
Las hazañas de Tardá siguen siendo estrictamente románticas, aunque menos audaces que las gestas almogávares invocadas por el artista. Se culminan sobre moqueta: minar el prestigio de España, debilitar sus instituciones, desequilibrar sus poderes y, de vez en cuando, ponerla de rodillas. Quiere que España pida perdón por la “guerra de agresión” que siguió al desastre de Annual, una guerra que, dice, perseguía “acabar con el movimiento independentista rifeño acaudillado por Abd el Krim”. El adjetivo “independentista” es un guiño que le permite sentirse un poco víctima por lo acaecido hace ochenta años al otro lado del Estrecho. Y gratis, sin necesidad de leer el Expediente Picasso, que creerá un informe sobre pintura cubista.
 
La desgraciada iniciativa podría despertar un nuevo interés por la figura de Abd el Krim, y así sabrían los nenes de la Logse que aquel alumno de la escuela musulmana de Fez combinaba ya el Corán con las armas de fuego, que estudió en España y en escuela española, que su hermano, becado, se hizo ingeniero en Madrid, que tuvo cargos en periódicos y en organismos oficiales españoles. Qué moderno suena, ¿verdad?
 
Annual nos dejó más de trece mil muertos y supuso –como apunta César Vidal en su imprescindible España frente al Islam–, “la aniquilación de toda la obra civilizadora de España en Marruecos”. Pero llegó el contraataque, que es lo que trae por el camino de la amargura a Tardá.
 
Abd el Krim era tratado con gran respeto por la prensa europea, asesorado por delegados de la Komintern y respaldado por el Partido Comunista francés cuando ascendió al poder el dictador Primo de Rivera, un subproducto de Annual, con la bendición de los catalanistas. Los hechos por los que España ha de pedir hoy perdón se inauguran con un macabro hallazgo: miles de cadáveres de españoles mutilados, empalados, castrados por los “independentistas”.
 
A ver si al final lo que le duele a Tardá es la victoria de Alhucemas, por la que Franco eclipsó en prestigio al caudillo berebere. Aquí nadie tiene que pedir perdón a nadie porque todos están muertos. Si acaso Tardá, por jugar a los anacronismos con la que nos está cayendo desde el norte de África.

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