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Jorge Vilches

Los costes de la demagogia

El coste, por tanto, es triple: desgobierno general, inexistencia internacional y envalentonamiento del terrorismo y del separatismo. ¿Alguien da más?

El plan de ruta etarra para llegar a la independencia, sacado a la luz por El Mundo el lunes pasado, hubiera sido impensable en época del gobierno Aznar. Su existencia revela que los terroristas y sus acompañantes creen que se dan las circunstancias adecuadas en el gobierno y en la sociedad españolas para conseguir su objetivo.
 
La sociedad parece preparada desde la irrupción del terrorismo islámico en nuestro país. Los atentados del 11-M han hecho creer a los españoles que los gobiernos deben no provocar a los terroristas, o negociar con ellos, para evitar la violencia. Este estado de opinión permite el diálogo con ETA sin demasiada crítica.
 
La situación idónea del gobierno Zapatero para negociar con los etarras no se debe a su debilidad parlamentaria, que más difíciles las tuvieron González y Aznar. La facilidad se debe a la personalidad demagógica que ZP le ha dado al socialismo español. Los dos últimos años de oposición al gobierno Aznar estuvieron trufados de propuestas maximalistas, sin límite, para todos y en cualquier momento, con un discurso de grandes y huecas palabras. Los socialistas de Zapatero forjaron un programa y una actitud demagógicas que les acercaban al elector común –de centro, si se quiere–, y que les permitían la alianza con los partidos doctrinales: nacionalistas y comunistas.
 
Una vez alcanzado el gobierno, los acreedores políticos llamaron a la puerta de ZP para cobrar esa demagogia. Y así ha comenzado el debate territorial, el aumento del apetito nacionalista, y la indiferencia presidencial hacia ideas como la de nación española. Los Estatutos de Autonomía no son válidos, resultando, ahora, fórmulas anacrónicas, aceptadas años ha por el ruido de sables, en una Transición que es mejor olvidar. Y se resucita la guerra civil y la represión franquista para decir que el bando derrotado y humillado, la izquierda y los nacionalistas, ha sido olvidado y necesita una reparación. Hay que repensar España, su organización y su ley, creen, sin tener en cuenta a los “herederos del franquismo” que, por supuesto, no son demócratas. Por eso, en la hoja de ruta etarra se cuenta con una reparación histórica a los miembros de ETA; eso si, financiada por lo que quede de Estado español.
 
Los costes de la demagogia son igual de gravosos en política exterior. España ha pasado de una situación privilegiada con la mayor potencia del mundo, a ser un paria de la tierra abrazado a regímenes dictatoriales. Pero el discurso de la alianza de civilizaciones –nunca se habló más de algo con tan poco contenido– se pasea por medio planeta. La lucha contra el terrorismo islámico se ha sustituido por su justificación al hablar de la existencia de un “océano de injusticia universal”. El europeísmo ciego, con la aprobación a macha martillo del tratado constitucional de la UE, ha sido un fracaso, y no se ve correspondido con los fondos de cohesión, la complicidad de Francia y Alemania, ni con un mayor papel político de España.
 
La demagogia puede ser útil para alcanzar el poder en países con una opinión pública conmocionada o polarizada, pero tiene la pega de que ha de traducirse en leyes, y la realidad es muy tozuda. Así, lo más probable es que un gobierno demagógico se dedique a la indolencia o a las medidas publicitarias baratas –como los matrimonios gays o la marcha atrás en las políticas del Ejecutivo anterior–. El coste, por tanto, es triple: desgobierno general, inexistencia internacional y envalentonamiento del terrorismo y del separatismo. ¿Alguien da más?

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