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Emilio J. González

Sombras en la economía

si la construcción se desacelera y el sector exterior sufre un importante desequilibrio, la conclusión inmediata es que se pueden avecinar problemas.

Hagamos un repaso al estado de salud de la economía española. Según el Gobierno, que se muestra muy contento con las cifras que presenta, es bastante bueno y lo seguirá siendo en 2006. Es lo que prevé el cuadro macroeconómico de los presupuestos para el próximo ejercicio, que el vicepresidente económico, Pedro Solbes, presentó el pasado viernes en el Consejo de Ministros, y que contempla un crecimiento del 3,3% para este ejercicio y para el próximo. Por su parte, el Banco de España, en su último informe trimestral sobre la economía española, que acaba de publicar, estima que la actividad productiva se aceleró en el segundo trimestre del año hasta una tasa interanual del 3,4%, una décima más que en el periodo enero-marzo, gracias a la fortaleza de la demanda interna. Y la Bolsa, aunque por los pelos, ha vuelto a recuperar el nivel de los 10.000 puntos, desconocido desde hace cuatro años, y su revalorización en los siete primeros meses ya ha superado las previsiones para el conjunto de 2005 y sigue en tendencia ascendente. En resumen, a la luz de todos estos datos se podría decir que las cosas van bien, más que bien. Pero, cuidado, esto sólo es un primer vistazo y al analizar los datos con más profundidad aparecen signos preocupantes.
 
Empecemos por la demanda interna, la responsable de la aceleración del crecimiento económico en el segundo trimestre. Esta muy bien que el gasto de los españoles siga sosteniendo la actividad productiva pero cuanto más demandan, más presión ejercen sobre los precios en unos momentos, además, en los que los precios del petróleo y sus derivados han alcanzado máximos históricos y, lejos de mostrar signos de una corrección, todo apunta a que, en el mejor de los casos, seguirán donde están y, en el peor, a que continuarán su escalada. ¿Qué significa todo esto? Pues ni más ni menos que tensiones inflacionistas que minan la competitividad de la economía española, sus posibilidades de exportar y de competir en el propio mercado nacional con los productos de fuera, y, en consecuencia, su capacidad de crecimiento, de generación de empleo y de creación de bienestar sin que aparezca en el horizonte una sola medida para atajarlas: los tipos de interés de la zona del euro seguirán siendo bajos y en España no hay en marcha una sola reforma estructural de los mercados de bienes y servicios que ayude a corregir la situación. Por tanto, y desde esta óptica, las cosas no pintan muy bien de cara al futuro y eso que los socialistas, cuando estaban en la oposición no hacían más que criticar el modelo de crecimiento económico del PP, basado en la demanda interna. Ahora el PSOE tiene la responsabilidad del Gobierno y no ha cambiado nada.
 
Esto nos lleva al segundo argumento, relacionado con los datos de desempleo correspondientes al mes de julio que acaba de hacer públicos el INEM. Resulta que el mes pasado el paro se incrementó en 14.557 personas, una evolución poco habitual en julio, un mes en el que el paro suele reducirse. Y la culpa no es de aquellas personas que acaban de finalizar sus estudios y han empezado a buscar trabajo puesto que, según el INEM, el grupo de demandantes de primer empleo es el único en el que cae el paro en cifras absolutas. Por tanto, los culpables no son quienes cabrían pensar en primera instancia, sino otros y los datos oficiales apuntan a la naturaleza del problema: el desempleo ha crecido en todos los sectores productivos. Que en estas fechas aumente en la industria no es ninguna sorpresa porque muchas compañías utilizan el truco de despedir a la gente en verano para ahorrarse las cotizaciones a la Seguridad Social y volver a contratarlas en septiembre. En la agricultura tampoco debe resultar extraño, debido a la sequía que azota el campo español y que, como es lógico, reduce las necesidades de mano de obra ya que la producción, previsiblemente, será menor.
 
Donde reside el quid de la cuestión es en la construcción y los servicios. Los meses de verano son muy buenos para la actividad constructora debido a la bonanza del tiempo y a la longitud de los días, con lo que se construye y se contrata más. Pero este año parece que no es así, lo que resulta preocupante ya que la construcción ha sido en los últimos años el sector que ha tirado del resto de la economía. Y en los servicios, done el empleo suele crecer en julio debido al inicio de la temporada alta en el turismo, resulta que este año no solo ha aumentado el paro sino que ha sido el sector en el que más ha crecido. Así es que parece que se repite la historia de 2004, cuando la temporada turística no fue tan buena como se esperaba y, como es lógico, se contrató menos gente. Este año parece que vamos por el mismo camino; eso es preocupante porque el turismo afecta directamente a una balanza de pagos que ve como, mes tras mes, se amplía su déficit hasta situarse en el segundo más elevado del mundo industrializado después del de Estados Unidos, donde, por cierto, ha empezado a corregirse. Aquí sucede todo lo contrario: el crecimiento de las exportaciones de bienes y servicios, entre ellos el turismo, es muy bajo, en sí mismo y comparado con la fortaleza que manifiesta el aumento de las importaciones debido al dinamismo de la demanda interna. De esta forma volvemos al problema del modelo de crecimiento que los socialistas criticaron en su momento pero que no han hecho nada para cambiar. El modelo está agotado y el Gobierno no ha ofrecido una alternativa, con lo que el panorama que se dibuja en el horizonte dista mucho de ser halagüeño: si la construcción se desacelera y el sector exterior sufre un importante desequilibrio, la conclusión inmediata es que se pueden avecinar problemas.
 
¿Por qué, en estas circunstancias, la Bolsa está en los 10.000 puntos y se mantiene en tendencia alcista? En principio, el comportamiento del mercado de valores no parece coherente con la argumentación anterior, salvo que ésta no sea cierta, ya que los precios de las acciones anticipan en unos seis meses el comportamiento del conjunto de la economía. Si nos quedamos aquí, parece que no hay de qué preocuparse. Pero si tenemos en cuenta que la mayor parte de las empresas que cotizan en el parqué español desarrollan buena parte de su actividad fuera de nuestras fronteras, a través de sus filiales, sobre todo en Latinoamérica, y que una parte importante y creciente de los buenos resultados que han cosechado en la primera mitad de 2005 procede, precisamente, del exterior, entonces aparece la explicación. Las compañías españolas que cotizan en Bolsa dependen cada vez menos de la coyuntura nacional y cada vez más de la internacional, mucho más favorable en estos momentos gracias al dinamismo de las economías estadounidense y china y a un tipo de cambio entre el dólar y el euro más favorable para las empresas españolas. Esta es la razón por la que la Bolsa sube en estas circunstancias, una evolución impresionante en lo que va de ejercicio que desvía la atención de la verdadera realidad económica a la que nos enfrentamos, una realidad plagada de sombras.

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