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Cristina Losada

Todos los fuegos

Y es que la España de Zetapé daría para una nueva entrega de la Historia de la Frivolidad de Ibáñez Serrador, con sus destapes políticos por aquí y sus vestidos insinuantes por allá

Mientras ZP se va de vacaciones con siete libros, siete, que los ha contado, como un colegial al que le mandan lectura en verano, los chicos de la gasolina se aplican en el País Vasco a la asignatura del diálogo. Esa que ha impartido durante el curso el susodicho lector de ocasión con ayuda de los jueces del peine. Las lecciones han sido provechosas y se están batiendo récords de terrorismo callejero. El mismo que había decrecido gracias a las reformas del Código Penal y de la Ley del Menor. Pues el que cree que el único destino de la violencia es su fin, no se siente concernido por el recrudecimiento que haya que soportar entremedias. Todo sea por el diálogo.
 
Y todo es, en verdad, por el diálogo, que no otra es la cerilla que ha dado nuevo aliento al fuego. Un fósforo que aplicado a las bandas terroristas provoca incendios que, en el País Vasco, tienen que apagar los propios ciudadanos como pueden, que no hay policía ni bomberos que los asistan a tiempo. Nada más efectivo para avivar las llamas de la presión y la amenaza que abrirle al terrorismo expectativas de sacar tajada de su actividad criminal y ofrecerle otra vez espacio político, que es lo que ha hecho el gobierno. Que eleva el diálogo a valor absoluto y hace de él plañido y mantra.
 
O experimento. Probando, probando, que nada se pierde por intentarlo. Era la tesis del director del CNI, quien decía en El País que “si el diálogo acelera el fin de ETA hay que intentarlo” y si no sale, recogemos velas y “será un intento frustrado como otros”. Se ve que no es lo suyo la dinámica o no le importa que se crezcan entretanto los etarras. Aunque lo que uno se pregunta es por qué diablos el jefe del espionaje español tiene que pringarse en materia política volátil.
 
Será porque hasta hace dos años, lo suyo eran los incendios. Pues si el MI5 tiene como directora a una mujer que lleva veinte años en la lucha antiterrorista y al frente de la CIA hay un tipo experto en Inteligencia, el director del CNI es un ingeniero de montes que atesoró su experiencia como cuidador del medio ambiente castellano-manchego. Y lo dejó de tal guisa, que fue irse él y arder los montes de Guadalajara con furia incontenible, llevándose además once vidas un fenómeno llamado ¡plaf!
 
Y es que la España de Zetapé daría para una nueva entrega de la Historia de la Frivolidad de Ibáñez Serrador, con sus destapes políticos por aquí y sus vestidos insinuantes por allá, como los que lucían las ministras para darle morbo a la fachada de La Moncloa. Con su peña de jugadores que ponen y quitan el comodín de la nación y sus jefes de espías promoviendo la negociación con los terroristas. Arde Guadalajara y el presidente en China. Arde el País Vasco y ZP toca los libros.

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