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Francisco Cabrillo

El tardío divorcio de Vilfredo Pareto

Formó allí una extraordinaria bodega con los mejores vinos de Europa; y se rodeó de una gran cantidad de gatos, que le gustaba tener a su alrededor en todo momento. No es sorprendente que llamara a su casa Villa Angora.

En la ciencia social de nuestro tiempo Vilfredo Pareto ocupa, sin duda alguna, un lugar de privilegio. Si la sociología contemporánea difícilmente puede entenderse sin algunas de sus aportaciones, el economista de nuestros días conoce el papel que nuestro personaje desempeñó en la formalización de la teoría económica y todos los estudiantes encuentran en sus primeras lecturas sobre temas económicos el concepto de “óptimo de Pareto”, que les hace ya preguntarse quién sería este señor que parece que sometía todo al criterio de las ganancias y las pérdidas de bienestar experimentadas por los agentes que intervienen en una transacción o se ven afectados por cualquier tipo de reforma legislativa.
 
Pese a haber dedicado la mayor parte de su existencia al estudio y a la redacción de su amplia obra en el campo de las ciencias sociales, la vida de Pareto tiene mucho de novelesco. Nuestro personaje nació en París el año 1848, debido a que su padre, el marqués Raffaele Pareto, un aristócrata italiano de ideas liberales, había tenido que abandonar Italia en 1835 por motivos políticos, y había rehecho allí su vida y contraído matrimonio con una francesa, la madre de Vilfredo. Al cabo de algunos años, la familia volvió a Italia y el futuro economista, como antes había hecho su padre, estudió ingeniería, logrando su título en el Politécnico de Turín en 1870. Trabajó al principio en la profesión para la que se había formado, llegando a ser director de la Compañía de Ferrocarriles de Roma y, más adelante, de una empresa de productos siderúrgicos de Florencia. Pero pronto sería el campo de las ciencias sociales el que más atraería su atención y su tiempo. Y su vida dio un giro radical cuando en 1892 le fue ofrecida la cátedra de economía de la universidad de Lausana, que hasta entonces había ocupado Leon Walras, y desde la cual el profesor francés transplantado a Suiza había sido uno de los protagonistas principales de lo que en nuestra disciplina se conoce con el nombre de “revolución marginalista”, que supuso un cambio fundamental en la forma de entender la economía y que tuvo, además, como efecto dar un gran impulso a la formalización matemática de esta ciencia.
 
Tres años antes Pareto se había casado con una condesa de origen ruso, Alessandrina Bakounine, cuya familia llevaba ya algún tiempo establecida en Italia. Nunca lo hubiera debido hacer. El matrimonio no fue afortunado y terminó en 1901 cuando su mujer se fugó con el cocinero, llevándose todo lo que de valor que pudo encontrar. De acuerdo con lo que se comentó en la época, hasta treinta cajas llenas de todo tipo de objetos sacaron de la casa la señora y el sirviente cuando partieron con destino desconocido. Parece que el asunto cogió por sorpresa a nuestro economista, que se enteró de todo cuando regresó de un viaje a París. No es extraño que, a lo largo de la última fase de su existencia, el pesimismo y la misantropía fueran las notas dominantes de su carácter.
 
Pero, en fin, como con algo hay que consolarse y era un hombre rico gracias a una herencia de un tío suyo, fallecido pocos años antes, Pareto se construyó una villa en Celigny, cerca de Lausana, donde pasó prácticamente recluido el resto de su vida. Formó allí una extraordinaria bodega con los mejores vinos de Europa; y se rodeó de una gran cantidad de gatos, que le gustaba tener a su alrededor en todo momento. No es sorprendente que llamara a su casa Villa Angora.
 
A cargo de este mundo aparte, estuvo una mujer francesa, treinta años más joven que él, Jane Regis, con la que pasaría en la villa el resto de su vida. El problema era que Pareto, aunque vivía en Suiza, tenía la nacionalidad italiana y, por tanto, no podía divorciarse. Y en esta situación estuvo más de veinte años, desde su encuentro con Jane en 1902 hasta su propia muerte en 1923. Dos meses antes de fallecer, sin embargo, Pareto se casó finalmente con la señorita Regis. ¿Cómo lo consiguió? Pues de una forma bastante extraña, ya que lo que hizo para ello fue adoptar la ciudadanía del Estado Libre del Fiume. La historia de este Estado del Fiume es muy curiosa y responde fielmente a la personalidad del principal de sus protagonistas, el gran escritor y más que pintoresco personaje Gabrielle D’Annunzio. El territorio del Fiume era, en 1919, reclamado tanto por Italia como por el recién creado Estado de Yugoslavia, y D’Annuzio lo invadió en 1919 con varios cientos de legionarios, cuyos uniformes, por cierto, había diseñado él mismo. En Fiume D’Annunzio proclamó la Regencia de Canaro y llegó a declarar la guerra a Italia, con lo que Giolitti -primer ministro italiano por entonces- se hartó y lo sacó de allí con cajas destempladas. Pero el poeta se planteó también, con la colaboración de Alceste de Ambris, un anarco-sindicalista, la creación de un estado corporativo, que algunos verían poco tiempo después como un modelo para el nuevo estado fascista italiano. Y las reformas, entre otras cosas, consiguieron que los que no existía para los nacionales de Italia fuera posible para los ciudadanos del Fiume: el divorcio.
 
Las interpretaciones de la obra de Pareto en su posible relación con el fascismo han sido después muy diversas. Pero mi favorita es, seguramente, la del economista –y fascista convencido- Luigi Amoroso, quien escribió en 1938: “Como la debilidad de la carne retrasó, pero no evitó, el triunfo de San Agustín, la vocación racionalista retrasó pero no impidió el florecimiento de la mística de Pareto”. Me pregunto, sin embargo, qué habría pensado de tales ideas nuestro economista, mientras disfrutaba de una copa de un magnífico Burdeos en un confortable sillón de la villa de Celigny, con un gato de angora en su regazo.

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