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Amando de Miguel

Étimos

Es curioso que lo de “viajar” sea un rasgo sospechoso para la sociedad bienpensante. En el pasado español en esa categoría entraban los arrieros y maragatos, esto es, los antecesores de los actuales camioneros.

Tengo aquí un correo perdido de Juan Luis García Alonso (profesor de Filología, Salamanca). Su tesis es que sábado viene directamente del hebreo sabbath. En español no aceptamos lo de dies Saturni. Añado que en inglés, sí (saturday). Lo fundamental es que “el sábado se hizo para el hombre”.
 
León Zeldis (Hezlía, Israel) confirma que shabat en hebreo equivale a “dejó de trabajar”. En el Génesis “Dios dejó de trabajar el séptimo día, Elohim shabat”. Se me ocurre que en castellano no tenemos verbo para “dejar de trabajar”, pero sí en catalán: plegar. Lo hemos asimilado todos los españoles. “Plegamos” ya el viernes para un largo fin de semana.
 
José Antonio Martínez Cofiño echa a volar la imaginación para explicar la extraña identificación de la cópula sexual con el “polvo”. Sugiere que quizá provenga de la antigua práctica de utilizar polvos espermicidas como anticonceptivo. Ni entro ni salgo, y perdóneseme la ironía. Habrá que rebuscar más hasta que demos con el origen del famoso “polvo”. Camilo José Cela lo rastrea en la poesía erótica del siglo XIX, pero quizá antes se decía y no se escribía. Espero sugerencias.
 
Antonio Carpi (Lérida) comenta que algunas personas, para indicar el sopor que suele entrar después de comer, dicen morriña en lugar de modorra. Tiene razón. Son dos palabras que se parecen, pero que nada tienen que ver. La morriña es una maravillosa noción de los gallegos, la melancolía que se siente de la tierra natal o en la que se ha vivido mucho tiempo y que se añora desde otras tierras. La modorra es la somnolencia que entra después de una buena comida o por el calor, el cansancio u otras circunstancias. Lo único que tienen de común es que, tanto la morriña como la modorra, son también nombres populares para algunas enfermedades de los ganados.
 
Tengo traspapelados ciertos retales que sirven para recomponer algunos de los centones que aquí se han ido componiendo. Por ejemplo, Alfonso Tena (Montpellier, Francia) advierte que la famosa frase “sangre, sudor y lágrimas” elimina del original el cuarto elemento, “brega”. La razón es porque “es el único de los elementos que no es fluido corporal, y rompe la redondez no solo rítmica sino también gráfica de la fórmula”. Está bien visto. Ya de paso, don Alfonso documenta que en Francia se produce el mismo efecto de corrección política para llamar a los gitanos. Ahora son gens de voyage (= gente viajera), como así aparecen con frecuencia en las páginas de sucesos. Es notable el parecido con los Irish travellers del Reino Unido. También es curioso que lo de “viajar” sea un rasgo sospechoso para la sociedad bienpensante. En el pasado español en esa categoría entraban los arrieros y maragatos, esto es, los antecesores de los actuales camioneros.
 
Luis Ferreras Matilla sostiene que lo de roma, aplicado al pueblo gitano, procede del inglés roam (= vagar, errar). No lo creo. En todo caso, la palabra inglesa roam puede que proceda de los romas o gitanos. En castellano decimos romaní como equivalente de gitano. Lo de gitano es porque se creyó que procedían vagamente de Egipto. Lo de romaní es porque los gitanos así designan ellos mismos al caló, su idioma particular. Pede que ese gentilicio proceda de que las primeras tribus gitanas, itinerantes, se disfrazaban de romeros o peregrinos para así no levantar sospechas. Un objeto muy característico de esos vendedores ambulantes era la balanza llamada romana que todavía se ve en algunos mercadillos. También puede ser que en la lengua gitana, rom es simplemente “hombre”. Hay quien piensa en el parentesco entre romaní y la larga estadía de algunas tribus gitanas en Rumanía. Se ha señalado una gran semejanza entre las palabras básicas del romaní o caló y el sánscrito o el hindi.

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