Se cumplen ahora 60 años del lanzamiento de la primera bomba atómica. Se estaba en la segunda guerra mundial, con un Japón casi vencido pero sin voluntad de rendirse. La bomba sobre Hiroshima y luego una segunda sobre Nagasaki abrirían una nueva etapa en la historia de la guerra y del mundo. Sin embargo, en aquellos momentos, 6 y 9 de agosto de 1945, Little Boy y Fat Man, los dos apodos que llevaban cada uno de los ingenios nucleares, no eran más que dos bombas más eficaces, esto es, más destructivas, pero no algo nuevo y revolucionario. De hecho, los bombardeos incendiarios sobre Tokio habían causado más muertes sin necesidad de recurrir a la explosión nuclear.
El salto cualitativo vendría después y, sobre todo, cuando los Estados Unidos perdieron su monopolio atómico al hacerse la URSS con idénticos sistemas bélicos. A partir de la bomba H, mucho más destructiva que la A, el escenario de un intercambio termonuclear pasaba a considerar se un suicido mutuo habida cuenta de dos factores: la multiplicación de armas nucleares y la inexistencias de defensas antimisiles eficaces. Fue entonces cuando se descubrió el valor disuasivo de las armas nucleares. Como dijo el estratega del Pentágono, Bernard Brodie, “la función esencial de estas armas no es ganar una guerra, sino evitar que se produzca”. Ahora bien, la disuasión pudo funcionar relativamente bien por dos razones básicas: que los actores nucleares se reducían a dos, inicialmente; y que tanto Washington como Moscú compartían el mismo lenguaje estratégico. Por ello no se produjo nunca una conflagración nuclear. Ese fue el valor esencial de la disuasión, mantener la guerra fría, fría.
Hoy, por el contrario, la disuasión está en entredicho. Ya no hay como enemigo un actor racional, como era Moscú, sino una extraña red de fanáticos religiosos y el elemento básico del juego de la disuasión, el amor a la vida por encima de todo (nadie quiere suicidarse gratuitamente), queda en nada cuando los terroristas están dispuestos a convertirse en mártires si para matar tienen que morir ellos mismos. ¿Puede amenazarse con quitarle la vida a un suicida convencido para evitar que haga daño? Imposible a priori.