Me escribe un lector quejándose de mi última columna. Rechaza tanto mi crítica a la Segunda República como cuestiona que el socialismo busque su legitimidad en aquella experiencia historia nefasta para los españoles. Me reprocha sobre todo que fui duro con un régimen político que, al margen de sus resultados, tuvo buenas intenciones y pretendió modernizar a España. A lo que sólo puedo contestar que quizá tenga razón sobre las intenciones de los republicanos, pero quien escribe de política, que no es sino una dimensión de la historia, está obligado a evaluar más obras, acciones y hechos que intenciones. Reconstruir con un mínimo de dignidad una historia, la que sea, para no repetir sus errores requiere eludir cualquier conjetura sobre lo que hubiera podido ser si las cosas hubieran sucedido de otro modo.
Porque me niego a caer en las trampas de las cientos de “historias” contrafácticas, o sea, ideológicas, le aconsejo cariñosamente a mi lector que mire la historia de frente, conozca sin anteojeras los hechos y júzguelos libremente. La “historiografía” de conjeturas no es verdadera historia sino un divertimiento para gentes con mala conciencia o, peor todavía, que quieren ocultar los males pasados. Juzgue, por favor, a Azaña más por sus acciones, malas o buenas, que por las exculpaciones de las malas llevadas a cabo en sus Diarios. Hacer historia de intenciones es la peor manera de contribuir al proceso, siempre necesario de todos los pueblos libres, para clarificar su pasado, pulir su fuerza histórica y traducirlo en potencias y derechos de sus ciudadanos. Los catálogos de conjeturas son la mejor manera para comprender lo real, la verdadera historia.
Por lo tanto, querido lector, me reitero en dos certezas. Primera: los socialistas del entorno de Rodríguez Zapatero no dejan de buscar su legitimación citando permanente y elogiosamente a la Segunda República, a veces, incluso remitiéndose antes a esas “historias” que al proceso de transición democrática. Segunda: la República fue un régimen político desastroso. Llegó con un “golpe” de Estado, si usted quiere “progesista”, pero golpe al fin y al cabo. Evolucionó pronto expulsando de la propia República a genuinos republicanos. Hombres, por ejemplo, como Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, sin cuya ayuda no hubiera llegado jamás la República, no sólo protestaron contra el régimen sino que fueron rechazados, expulsados e, incluso, mandados al exilio.