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Fernando R. Genovés

El ángel desvertebrador

¿cree sinceramente que el actual presidente del Gobierno es una calamidad para España? Silencio. España desvertebrada. Ha pasado un ángel.

Observo con inquietud, no exenta de un cierto fastidio, la constante remisión que se hace por babor y estribor de la figura del actual presidente del Ejecutivo de España, José Luis Rodríguez, a tiernos referentes de corte angelical, presentándolo como un individuo modosito y gentil, que no hace mal a nadie y que, en el fondo de todo, es un pedazo de pan. Que si cara de ángel y sonrisa de serafín, que si perfil amable emisor de mensajes candorosos, que si político utópico postulante de alianzas de civilizaciones, que si talante con gracejo por aquí, que si alma dialogante por la gracia de Alá. No es extraño que con tanta lisonja esté tan campante y tan fresco, y observe con sumo regocijo cómo ha funcionado el camelo y cómo todo presagia que su historia de zapatero primoroso tiene tinte de convertirse en un cuento de nunca acabar, legislatura tras legislatura.
 
La cosa es especialmente preocupante porque resulta que este dulce discurso dirigido al señor presidente proviene por lo general de aquellos que pretenden provocarlo y aun afrentarlo con semejantes calificativos traídos desde las alturas, más allá de las nubes. Y añado asimismo que no deja de ser el caso muy cargante porque, amén de aburrido y empalagoso, el argumento termina siendo asaz gratificante y provechoso para el aludido. El recurso al ingenio sobre este asunto no parece tener fin. El actual presidente socialista es llevado en volandas por cronistas, columnistas y público en general desde el limbo al territorio zen, desde las hornacinas hasta las praderas donde brincan las túnicas color azafrán del Hara Krishna, y se considera una grave descalificación política catalogarle de tipo cándido que se cree firmemente todo lo que pregona. Equiparado a menudo a hombres santos y virtuosos, a Premios Nobel de la Paz y a personalidades modélicas en el ejercicio de la piedad y el sacrificio, a dechados de pacifismo, humanidad y caridad, ¡cómo extrañarse de que se sienta en la gloria en la cima del poder!
 
Por si esto fuera poco muchos de sus más fervientes opositores lo presentan en la política doméstica como un reo del nacionalismo insolidario, una víctima de las minorías arrebatadas, un hombre tranquilo que se deje llevar y traer (el muy ingenuo) por socios, ellos sí, muy temibles y muy extremistas, que se aprovechan de que es como es, o sea, un alma bendita y un buenazo, después de todo, para levarlo por el camino equivocado. De tal guisa se cuece el almibarado guión del “buenismo”, esa filosofía propia de la LOGSE que algunos despistados asignan al presente ministro de Defensa, cuando éste es sólo un mandado que sigue al timonel. Con tales mimbres se teje, en fin, la monserga que aspira a consolidar el doctrinario del socialismo ético y la corrección política sin fronteras (empezando por las que hacen a España). Hasta sus más firmes oponentes coinciden en el estribillo: el Presidente es, en el fondo, un hombre agradable, educado y encantador. ¡Lástima que esté tan mal aconsejado y frecuente malas compañías! El infierno, por consiguiente, son los otros.
 
Ni él mismo ni sus asesores de imagen podían imaginarse con qué facilidad y simplicidad cuajaría entre el personal el artificioso producto del ZP coronado bajo orla de querubín, ni que la campaña propagandística del Presidente arcangélico y blandito acabaría siendo orquestada por sus rivales. ¡Así ya puede ir por la vida de antiamericano impasible y de rompepatrias plural, seguro de que la ciudadanía se conmueve ante su infinita bondad y su buen corazón, y se indigna al verle maltratado por un rudo tejano que no lo recibe en su rancho (el muy grosero) y por una oposición reluctante e inmovilista que no le hace coro (los muy radicales)!
 
Tal vez cuando muchos descubran al Mister Hyde que se oculta tras la máscara de Doctor Jeckyll sea ya demasiado tarde. Estamos hablando de un personaje oportunista que llegó a la presidencia del partido socialista como resultado dialéctico de una lucha de contrarios en propia casa, y que accedió a la presidencia del Gobierno de España, tras encabezar una feroz oposición de extrema izquierda, catapultado por un eficaz atentado terrorista. He aquí unos antecedentes y unas credenciales que le hacen mantenerse coherentemente en una línea dura condescendiente con extremismos y terrorismos de toda laya. Nos las tenemos, en suma, con un sujeto que, desde las más las más altas instituciones, dirige el proceso de desvertebración de la Nación, que margina y afrenta a la mitad de su población, colocada por su graciosa voluntad a los pies de los revividos jinetes del odio y del resentimiento.
 
Los españoles estamos a merced de un parlamentario gris, elevado a la colina de La Moncloa por desgracias nacionales y otros cantos muy poco celestiales, que no ha condenado todavía la violencia que le llevó a donde se encuentra, que se protege tras las faldas de sus ministras y se da importancia con la lectura de discursos cursis escritos por serviciales aduladores, que busca legitimidad en los falsarios informes firmados por “comités de expertos” y confirmación en las palmaditas en la espalda que le propinan altas autoridades colocadas ad hoc, que promueve el pacto con ETA y el entendimiento con las dictaduras tercermundistas…
 
Con todo, su nivel de popularidad no decae, y pocos se atreven, en público y en privado, a contrariarle y a contradecirle. Dígame usted, querido conciudadano, ¿cree sinceramente que el actual presidente del Gobierno es una calamidad para España? Silencio. España desvertebrada. Ha pasado un ángel.

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