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José Vilas Nogueira

Interés compuesto y peces de colores

Su artículo, “La perversión del interés compuesto” es muy agresivo. Quizá se deba a que ciertos “liberales” latinoamericanos están acostumbrados a limitar las discusiones a sus selectos clubs

En estas páginas, don José Piñera publicó un artículo titulado “Franklin versus Bismarck”, argumentando la superioridad del sistema de seguridad social privado sobre el público en base al “milagro” del interés compuesto. Publiqué yo otro, “Interés compuesto y privatización de la seguridad social”, en el que, dejando a salvo la mayor conveniencia del sistema privado, criticaba aquella argumentación. Este artículo mío provocó un tercero, de don Tomás G. Muñoz, “La perversión del interés compuesto”, al que respondo ahora.
 
Don Tomás G. Muñoz dice de sí mismo que es cubano, banquero de inversión. Ha vivido en Seattle, Los Angeles, Baltimore, Río de Janeiro, Sâo Paulo, Milán, Madrid, Bogotá y Sofía. Jubilado, reside en Marbella. Si he de corresponder del mismo modo, habré de decir que yo soy español y profesor. He vivido en Vigo, León, Valladolid, Madrid, París y La Coruña. No estoy jubilado, aunque me falta muy poco, y resido en Santiago de Compostela. ¿Qué tiene que ver esto con la discusión sobre el interés compuesto y la seguridad social? Naturalmente, nada. Pero ilustra el tipo de discusión con que Muñoz ha terciado en la polémica.
 
Su artículo, “La perversión del interés compuesto” es muy agresivo. Quizá se deba a que ciertos “liberales” latinoamericanos están acostumbrados a limitar las discusiones a sus selectos clubs. Don José Piñera fue Ministro de Trabajo con el General Pinochet, y don Tomás G. Muñoz es un banquero inversionista cubano, aunque de sus palabras se desprende que no ha vivido nunca en Cuba. Yo no soy ni lo uno ni lo otro, ni cosa parecida. Una pena.
 
Pero lo malo del artículo de Muñoz no es su agresividad, sino la desvergonzada manipulación que hace del mío. Veamos. Citaba yo la frecuencia de posiciones adversas a la usura entre las religiones y en otras obras del pensamiento tradicional (de hecho, aún hoy, son fácilmente perceptibles representaciones negativas del dinero entre filósofos, escritores, artistas y predicadores). Pues bien, Muñoz convierte esta constatación en una “diatriba” mía contra el interés dinerario (yo sería más medieval que Tomás de Aquino). Además, mi explicación del fenómeno es involucrada con una confusa referencia a alguna de las giga-memeces (sic) que propugnaba el Che Guevara, al que yo no hago referencia ni directa ni indirecta. Ignoro todo sobre las memeces, gigas o micras, de este personaje, que nunca me ha interesado. En boca del señor Muñoz, esta ironía resulta grotesca. No faltará quien suponga que el éxito y la extraordinaria duración del despotismo castrista no son ajenos a ciertos políticos y políticas (y no me refiero a señoras) “liberales” latinoamericanos.
 
Una cosa dice bien Muñoz: “el tema del interés compuesto es eminentemente financiero, aunque acabe reflejándose en la economía, ora macro, ora micro”. Y la seguridad social, ¿es un también un tema eminentemente financiero?, o ¿será preferentemente macroeconómico? En cualquier caso ¿cómo se refleja la economía financiera en la macroeconomía? Este es el tipo de problemas que oculta la invocación milagrera del interés compuesto como panacea para la ordenación de los seguros sociales, a los que quería referirse mi artículo. El banquero cubano dice que “el ilustre profesor –(irónicamente, claro), o sea yo– fustiga el interés compuesto. Es mentira. Pueden leer mi artículo (en un medio digital, como es éste, es facilísimo). Lo que critico es la aludida concepción “milagrera” del interés compuesto y la consiguiente fundamentación en ese instrumento financiero de la ventaja de la seguridad social privada sobre la pública. La estupidez resultante no está obviamente en colocar dinero a interés compuesto, sino en ignorar los costes sociales de la generalización de esta conducta. La estupidez es no advertir que es necesario que haya algunos, y no demasiado pocos, que se ocupen en invertir en la economía real, en producir riqueza real. Sin la producción de riqueza real, todas las ganancias de las “inversiones” en interés compuesto no comprarían ni un modesto plato de sopa. ¿Es tan difícil de entender?
 
Nuestro banquero cubano-marbellí se explaya sobre distintas modalidades de bonos emitidos a interés compuesto. Disfruta suponiendo mi ignorancia. Si la refiere a las modalidades de los bonos y a sus detalles técnicos tiene razón al suponerla. Pero su creencia de que yo ignoraba que se presta dinero, mucho dinero, a interés compuesto, o su suposición de que esto me parece mal, sólo revelan fatuidad y ceguera. Claro que yo sabía esas cosas, basta estar en el mundo para saberlas, y su existencia no me atormenta ni poco ni mucho.
 
Muñoz, en cambio, deja en evidencia el ejemplo elegido por don José Piñera, pues admite que una de las clases de compradores de bonos a interés compuesto puedan ser instituciones públicas de la seguridad social. ¿Cómo entonces argumentar la superioridad de la seguridad social privada sobre la pública en base al recurso al interés compuesto, al que igualmente pueden acudir una y otra? En realidad, ya la invocación de Benjamin Franklin era contradictoria, pues el filántropo americano había ponderado las virtudes del interés compuesto con ocasión de su legado a dos instituciones públicas, las ciudades de Boston y Filadelfia, legado subordinado a un interés público, la concesión de préstamos a jóvenes emprendedores (se supone que a tasas inferiores a las de mercado, ¿sino dónde está la utilidad de la iniciativa?) y precisamente para actividades productivas; no para la especulación financiera o la satisfacción de pensiones.
 
Voy terminando. Al señor Muñoz le ha intrigado el término anatocismo. No lo ha encontrado en diversos diccionarios. Ciertamente, es un término raro y pude dispensarme de su uso. En cualquier caso, el banquero cubano puede satisfacer su curiosidad cómoda y rápidamente. En el buscador de Google, que él mismo cita para otro tema, hay casi 85.000 sitios que dan información sobre el término, sobre las legislaciones que lo prohíben y la jurisprudencia respectiva. Pero ¿para qué?. Sin saber lo que es, Muñoz concluye triunfante: “el anatocismo prácticamente no existe”. Evidentemente, si no existe, la cuestión de su prohibición es ociosa. Pero el banquero se sigue equivocando, al suponer que tal cosa me incomoda.
 
Tras su larguísimo ejercicio de incomprensión y manipulación, Muñoz se agarra a las faldas de Von Mises para adoctrinarme: “el liberalismo (...) no es un credo, al contrario del socialismo, comunismo o cualquier ismo político o religioso, pues no cree que se pueda conocer el rumbo de la historia, y no pretende cambiar la naturaleza humana, sino que se conforma con crear el marco jurídico y económico adecuado, adaptado al rumbo que siga la humanidad. En suma, el liberalismo es una filosofía cultural empírica, centrada en el ser humano, que da margen a la libertad y creatividad de ideas (...)”. Palabras conocidas. Su formulación no me hace enteramente feliz, pues es evidente algún anacoluto, más de una vacuidad y algunas restricciones no justificadas. No obstante, la daré por buena, pero ¿a cuento de qué viene?. ¿Por ventura mi artículo es socialista, comunista o de otro no identificado ismo político o religioso?, ¿se arroga, acaso, la suposición de conocer el rumbo de la historia?, ¿pretende, nada menos, cambiar la naturaleza humana? Válgame Dios. El cubano-marbellí repite las palabras de von Mises proclamando la libertad y creatividad de las ideas, pero su estilo recuerda más a Lenin que al austriaco.
 
Punto final: no se preocupe por mi soledad. Es peor estar mal acompañado.

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