De todas las leyendas de escaladores, la más famosa es sin duda la del yeti, conocido como el abominable hombre de las nieves. Hasta el momento en que irrumpió Juanito Oiarzabal, el más famoso de nuestros alpinistas fue César Pérez de Tudela. Él asegura haber visto al yeti. Y no sólo eso. César, que cuenta como nadie sus aventuras en los "ochomiles" más famosos del mundo, afirma haber cruzado su mirada con la del misterioso habitante del alto Himalaya. El nombre de yeti procede de los términos tibetanos "yeh" ("valle nevado") y "teh" ("hombre"), aunque por aquellos lares, según cuenta el periodista Alfredo Merino en "Everest. Cincuenta años de misterios, escaladas y tragedias" (Editorial La Esfera de los Libros, 2003), también se le llama "mah-teh", "metton kangmi" o "nitikanji", o lo que es lo mismo: el terrible, el desagradable o, más directamente y sin más zarandajas, el asqueroso.
¿Existe realmente el yeti o lo que ocurre es que desearíamos que existiera?... ¿Confundimos nuestros deseos con la realidad?... ¿Es un mito o es una realidad?... Ralph Izzar, periodista del Daily Mail, encabezó una expedición organizada por su periódico en los años cincuenta con el único objetivo de localizar a esta misteriosa criatura. En "El abominable hombre de las nieves" lo describe así: "Se trataba de un animal no grande; rechoncho; de la estatura aproximada, en posición erecta, de un muchacho de catorce años; cubierto de pelo rígido e hirsuto; de color rojizo, oscuro y negro; con el rostro chato como el de un mono; la cabeza, algo puntiaguda, y el cuerpo, sin cola. Se le describía como andando normalmente erguido, al modo de los hombres, si bien, de hallarse asustado o ir por terreno rocoso, solía moverse a cuatro patas. Usaba una llamada distintiva, una especie de maullido fuerte, o más bien algo semejante al chillido de una gaviota. Se le oía normalmente al atardecer o cuando comenzaba la noche". Yo mismo tuve la ocasión de escuchar por la radio el presunto gruñido de un posible yeti y es ciertamente aterrador. Aquella noche no pegué ojo, lo prometo.