Francisco Rodríguez (Sevilla) hace bien en distinguir aire (= fluido que forma la atmósfera terrestre) del viento (= corriente de aire producida naturalmente). Don Francisco se queja de que muchas veces se confundan esas dos palabras. En efecto, tanto en Castilla como en Aragón, en lugar de viento dicen aire. Es una equivocación que debe ser perdonada. En Zaragoza llaman aire incluso al ventarrón o cierzo, lo cual suaviza mucho la cosa. Por lo menos aprovechan el cierzo que siempre sopla en La Muela para instalar un aparatoso parque eólico. Ha sido una predestinación que en La Muela se erigieran tantos molinos.
A propósito de esos que llamamos molinos y que festonean las sierras españolas, Pablo Alcaide se lamenta: “¿Por qué nos empeñamos en llamar molino a algo que no muele? Son aerogeneradores o turbinas eólicas… pero no molinos”. Tiene toda la razón, don Pablo. Si los llamamos “molinos” es por asociación con el perfil desgarbado de los que amedrentaron en su día a don Quijote y Sancho. Molinos serán porque responden a una verdad poética. Por lo mismo, la palabra electrón quiere decir “ámbar”. Esos molinos eólicos son más bien gigantes subvencionados que han venido a estropear el paisaje.
Álvaro García del Río me plantea la diferencia entre eficiencia y eficacia. Muy sencilla. La eficiencia se predica de las personas, los equipos, las organizaciones. La eficacia califica a las cosas, las máquinas, los procesos. Así, “los médicos son eficientes con medicinas eficaces”. También tenemos efectividad, que es la capacidad de lograr el efecto verdadero que se espera. Se aplica tanto a personas como a cosas. Cuando haya duda entre eficiente o eficaz, dígase efectivo.
Creía que ya estaba zanjada la polémica sobre el imeil, correo electrónico, e-mail, etc. Pero estamos a tiempo de admitir en el corralillo de las palabras la sugerencia de Guillermo Indacoechea (Venezuela). En su país algunos llaman a la cosa “correl”, síntesis de “correo electrónico”. Admitido a trámite.
No para ahí la cosa. Juan Ramón Eraso (Santander) propone que el dichoso emilio quede como “c/e”. Ignoro qué significa la barrita de marras. Resulta odiosa por ambigua.
Carlos Andrés Zelaya (Tegucigalpa, Honduras) me envía una larga disquisición técnica sobre la significación de lo cuántico, a partir de la teoría cuántica de Max Planck. A efectos del lenguaje común, mi opinión es que lo cuántico equivale a lo discreto o a saltos (por oposición a lo continuo) y sobre todo a lo infinitamente pequeño. Así pues, un “cambio cuántico” será algo minúsculo y abrupto, como una especie de latido atómico.
Antonio Javier Albarreal Troya anda a vueltas con la distinción entre honesto y honrado. En su opinión “la honradez es más apropiada para una acción y la honestidad para el estilo de vida”. Se me escapa tanta finura. Por influencia del inglés, tendemos a decir más “honesto” y menos “honrado”. Tradicionalmente, la honestidad se relacionaba con la decencia, el decoro, el pudor, virtudes íntimas. En cambio, la honradez era más la consideración que los demás le daban a uno por atenerse a las normas, por comportarse de una forma íntegra. En la práctica la honestidad se relacionaba más con el sexto Mandamiento y la honradez con el séptimo. Pero me parece que los dos sentidos aparecen hoy entrelazados.
Miguel Ramos remacha la cuestión de la impresión tipográfica cuando la acción de presionar ya no es tan evidente para el profano. Su opinión es que, en lugar de imprimir, tendríamos que decir copiar. Ese verbo tiene un sentido óptico, icónico, que es más realista. Tiene más sentido decir que uno “copia” lo que puede ver en la pantalla. En ese caso la “impresora” pasaría a ser “copiadora”. Me gusta.