Luto. Los españoles estamos de luto. Otra vez. Verano sangriento. A los 12 muertos del incendio de Guadalajara, al hombre muerto en el cuartel de la Guardia Civil de Roquetas del Mar, tenemos que añadir los 17 militares muertos en acto de servicio en Afganistán. Aunque muertes son todas, y por tanto son equiparables, las de Afganistán son muertes derivadas de un riesgo asumido por los muertos. La asunción de un riesgo, sin embargo, no debería llevarnos a relativizar el sacrificio de una profesión honorable como es la militar. La antítesis del mercenario. Los hombres que arriesgan sus vidas por salvar otras vidas merecen más que respeto. Merecen reconocimiento a su vocación. Esta ocasión luctuosa debería ser ocasión propicia no sólo para expresar las condolencias y la solidaridad a los familiares, sino también para rendir tributo moral a quienes se juegan su vida, sencillamente, por salvar la de muchos otros que quieren un régimen de libertades. Quien no halle un fondo heroico en el militar de vocación no tiene corazón.
La reacción del Gobierno ha sido normal. Pues normal tiene que ser la suspensión de unas vacaciones ante la muerte de unos compatriotas, que estaban representándonos en otros lugares del mundo. Quizá todo ha resultado demasiado normal. También el comportamiento de la oposición, especialmente, al advertir de que no utilizará estas muertes para arremeter contra el Gobierno. En principio, parece claro que el resultado de este suceso es responsabilidad de los compromisos políticos contraídos por nuestra nación con otras naciones. Habrá que esperar, en cualquier caso, el resultado final de una investigación que nos dirá, en efecto, si ha sido producto de un accidente o de un ataque exterior.
Todo parece, pues, normal. Parece que estamos en un país civilizado. Sin embargo, he notado una carencia en las comparecencias de Bono, Rodríguez Zapatero y el resto de los miembros de la oposición, a saber, no se ha hecho suficiente hincapié en que Afganistán sigue siendo un país peligrosísimo para el mundo occidental.
Ilustración.- Sería menester, pues, que los políticos insistieran en varios asuntos, primero, que Afganistán fue donde comenzó, después de la invasión soviética de 1979, el mayor reclutamiento de terroristas islamistas que se ha conocido en la historia contemporánea; segundo, que los nuevos militantes islamistas que llegaban Afganistán procedían de las viejas convicciones internacionalistas del marxismo-leninismo; tercero, que Afganistán ha sido, y es, un lugar perfecto para reclutar combatientes islamistas para el mundo entero; más, aún, quien aprendió terrorismo en Afganistán, según dicen los expertos, hay que reenviarlos a sus países de origen, o en su defectos a otros, para que creen las mismas situaciones de guerra que en Afganistán; cuarto, que Azzam, el maestro de Bin Laden, los más altos dirigentes más altos del terrorismo islamista, tuvieron su primera y última escuela de asesinato en Afganistán; quinto, que la organización de Bin Laden, Al-Qaeda, obtuvo sus primeras y más legendarias victorias en Afganistán; la retirada del ejército soviético de Afganistán y la posterior victoria del régimen de los talibanes hubiera sido imposible sin Al-Qaeda y su fuerza de elite, la Brigada 055.