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Amando de Miguel

Las otras lenguas

Pep Martínez sugiere que, del mismo modo que todos los españoles deberíamos conocer el español, sería bueno que tuviéramos algún conocimiento del resto de las lenguas oficiales autonómicas. El problema es que uno aprende naturalmente otra lengua si tiene que comunicarse con sus hablantes y si ellos no conocen las del sujeto. Pero ese no es el caso en España. Prácticamente todos los españoles conocen el castellano (incluso los españoles que no quieren serlo). Lo mismo se puede decir de los británicos respecto del inglés. Por eso es difícil que los ingleses aprendan el gaélico cuando no lo tienen como lengua familiar. Todavía con tres o cuatro lenguas en un país se podría promover un conocimiento mínimo de ellas para toda la población. Pero ¿qué decir de algunos países (Rusia, India) en donde se hablan docenas de lenguas, centenares incluso? Lo mejor es que se preserven todas las lenguas (unas seis mil en el mundo), pero que solo se mantengan diez o doce como idiomas de comunicación. Son las que se aprenden como una segunda lengua por un gran número de personas. Todos los niños del mundo deben aprender al menos una lengua de comunicación, aparte de la familiar, si no es de comunicación. Los europeos necesitan aprender, al menos, dos idiomas de comunicación. En España vamos con un gran retraso en ese objetivo.
 
Juan José Sánchez García opina que el esfuerzo para enseñar las lenguas regionales en España debería orientarse hacia el aprendizaje del inglés, alemán o francés. En principio, parece una iniciativa sensata, pero las lenguas son también sentimientos. Muchos españoles preferirán saber vascuence y algo de castellano que castellano y algo de inglés. Lo mejor es la libertad, siempre y cuando se garantice que todos los niños aprenden un idioma de comunicación. De otra forma, sería una estafa. Pero que si quieres arroz, Catalina.
 
Luis Armero Amat (Valencia), esperantista cultivado, aunque no fanático, me pregunta por el porvenir que pueda tener el esperanto. Doy mi opinión nada profesional. Si la lengua tuviera solo la función de comunicación, es decir, fuera un vehículo práctico para transmitirnos símbolos, el esperanto sería una esperanza. Pero la lengua cumple también otras funciones expresivas, culturales. Por lo mismo que no puede haber una sola cultura en el mundo, ni una sola religión, es imposible que haya una sola lengua. Incluso el inglés ubicuo lleva camino de descomponerse en varias lenguas, como sucedió en su día con el latín. El esperanto lleva dando vueltas más de un siglo y sus éxitos han sido escasísimos. Eso que los esperantistas han sido devotos misioneros de su propuesta. Me recuerdan un poco a la actual “alianza de civilizaciones”. Cualquier forma de fraternidad universal es recibida con agrado, pero al final se impone la diversidad cultural. Confiar en que el esperanto pueda sustituir a todas las demás lenguas equivale a creer que algún día se impondrá una misma dieta, sana y equilibrada, a todo el mundo. Otra cosa es que el esperanto se afiance… para los esperantistas. Ese papel es muy plausible, como lo es la difusión de dietas sanas y equilibradas. Pero no me atrae mucho la idea de una humanidad que sea vegetariana estricta (sin ningún producto animal) y esperantista rigurosa (sin más lenguas de comunicación). Tampoco me parece hacedera una Unión Europea con docenas de lenguas oficiales. Es más, la Unión Europea solo podrá ser competitiva en el mundo si adopta una sola lengua oficial: el inglés.
 
Julio Jiménez asegura que en su pueblo salmantino se utilizan algunas palabras exclusivas de ese lugar, como zalorpas, zaborro, retalar o desotro. Bien sonoras son. En el Diccionario del castellano tradicional, de César Hernández Alonso, encuentro zaborro (= persona bruta y testadura), retalar (= gruñir, rezongar) y desotro (= el día siguiente a pasado mañana). En el Diccionario de regionalismos de la lengua española de Pablo Grosschmid y Cristina Echegoyen figura zaborro como aragonesismo (= hombre o niño gordinflón). No sé si esos significados son los que se dan en el pueblo de don Julio. Intuyo que son voces que aparecen en más puntos del territorio español.
 
Carles Raurell relata la peculiaridad lingüística de la zona de Canal de Navarrés (Valencia) donde se mezclan palabras castellanas (aragonesas) y catalanas. Por ejemplo,capuzarse(= zambullirse) oberchina(= berenjena). Hay, además, un fonema único, un sonido entre T y Q, que se utiliza en los diminutivos. Por ejemplo,pequeñikio. Ya es capricho.

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