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Serafín Fanjul

Lemas

Porque los carteles de los democristianos son los únicos que lucen tachones, manchas y agresiones reveladoras de la impotencia de sus autores.

Ha sido un verano lluvioso en el centro de Alemania. En los intervalos entre orballos y chaparrones declarados, tímidamente, va apareciendo la propaganda electoral que nos recuerda la proximidad de las elecciones generales del 18 de septiembre. Los escasos actos políticos anunciados se presentan con discreción y de puntillas, en carteles minúsculos y desperdigados, sin grandes concentraciones de multitudes ni invasión de la vida cotidiana por los partidos. Obviamente, no por falta de ganas de algunos, sino tan sólo porque la sociedad no lo acepta y da la espalda a la politización del ambiente abusiva, crispada y folklórica que por España padecemos.
 
Es patente un acuerdo tácito de no ensuciar las paredes, de no vociferar demasiado –como en la existencia real– y de dejar para convencidos y amigos los mítines, casi microscópicos y de poco aparato. Y de reducido gasto por tanto: tal vez el común de los alemanes reprobaría los grandes despliegues publicitarios y el consiguiente despilfarro de fondos. “Joschka kommt” (“Viene Joschka”) advierten con antelación de muchas semanas los socialistas sin que el sentimiento de las masas populares parezca desbordarse ante tan feliz acontecimiento; en el Mercado de Verduras de la ciudad algunos liberales han plantado un tenderete y explican a tres o cuatro personas las ventajas salvadoras de votar al FDP,( ya se sabe, “Más FDP, más puestos de trabajo”, “Más FDP, más derechos civiles”, “Más FDP, más libertad”); los seguros ganadores, en este Land y en casi todos los otros –es decir, la CDU-CSU, porque estamos en el norte de Baviera– no se esfuerzan en exceso por marear a los ciudadanos con su mercancía, aunque no dejan de proponer lemas de cierta envergadura.
 
Es una propuesta de fondo que quizás rebasa la mera publicidad electoral afirmar “Aprovechemos la ocasión para Alemania”, “De nuevo a Berlín”, o “Juntos para el cambio”, con el rostro de Stoiber, que alguien ha apostillado a mano “En Baviera”. Porque los carteles de los democristianos son los únicos que lucen tachones, manchas y agresiones reveladoras de la impotencia de sus autores. Saben que van a perder y con rabia de adolescentes intentan tapar, o al menos ridiculizar, las caras de Angela Merkel o Thomas Silberhorn, en no pocos puntos de la ciudad, con las palabras “Muschi” y “Pimmel” respectivamente y que podrían traducirse como “Chichi” y “Pilila”, en lenguaje semiinfantil. Bien es cierto que para tal maniobra de contrapropaganda bastan dos o tres amiguetes bien sobrecargados de cerveza y Schnaps en algún rato nocturno que no llueva, pero la verdad, la verdad, no parece que tal muestra de mala educación sea sino el desahogo de alguien con más pujos de gracioso y resultón que de rojo peligroso y, desde luego, a años luz de la agresividad violenta de la izquierda española. Hoy por hoy, una jornada como la del 13 de marzo es impensable en Alemania.
 
Los verdes, como es natural, persisten en transmitir la buena nueva de sus utopías ecologistas (“Fuera petróleo”, “Hazlo así”, se sobreentiende que con energía solar, como muestra el cartel), o insinuaciones un tanto misteriosas, llamadas a la fantasía del receptor (“Para que algo se mueva”), como nos sugiere Ursula Sowa. No es sorprendente. Como tampoco nos asombra nada la publicidad del socialdemócrata SPD con invocaciones a favor del desarrollo y contra la lucha de clases, o con un poco convincente “Confianza en Alemania”: se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, o sea, apelan sin convicción al sentimiento nacional quienes lo ejercen poco. Y a ver si cuela. A la vista de ese “Vertrauen in Deutschland” uno no puede evitar el recuerdo de Rodríguez, cuando a la desesperada, en los días previos a las elecciones de 2004 y antes del 11 de marzo, aparecía en televisión con una bandera nacional a su diestra. Y una vez cumplido el desaguisado, el personaje volvió a su estado prístino, al día siguiente: eso de la nación, la unidad de España, la patria y demás zarandajas son cosas de los fachas, como de costumbre. Con lo que ganó el mayor galardón a que podía aspirar, ser considerado por los separatistas catalanes “el primer presidente del gobierno no nacionalista español”. Enhorabuena. Sin embargo, no creo que Schroeder alcance tales cotas de inhibición en sus obligaciones ante los alemanes, porque para ello debería estudiar y esforzarse mucho. Y no lo hace, el muy descuidado.
 
Sin embargo, lo más chocante y exótico nos lo ofrece el MLPD (Partido Marxista-Leninista de Alemania) que parece no haberse enterado de que hubo un Muro, derribado por la hartura de los beneficiarios del Edén que encerraba, los muy desagradecidos. Estos postcomunistas alemanes, de hecho, navegan por las mismas derrotas que infinidad de progres hispanos, siempre suspirando por el Paraíso, a base de lemas y consignas, de catecismo en píldoras y recetas infalibles sobre buenos y malos, mientras pasan los años viviendo tan ricamente a la sombra del inmundo capitalismo, tan fresquita. Estos rojos alemanes –rojos hasta en la publicidad, con predominio del color bermellón y sus derivados y mezclas– se gastan una estética retro propia de la cartelería estalinista de los años treinta: muchas banderas rojas, imágenes de muchedumbres en que el individuo desaparece, profusión de los rostros de Marx y Lenin (se olvidaron, ingratos, de Stalin, Ulbricht y Honecker), convencida y firme la expresión, como propia de quien sabe cuanto hay que saber en la vida y no necesita añadidos. Así pueden proclamarse la Alternativa Socialista y exigir Solidaridad Internacional (con fondo de manifestantes indígenas bolivianos, cuyas ideas sobre el internacionalismo son, digamos, un tanto discutibles) o “Retirada de todas las tropas alemanas del Extranjero” (al menos llaman tropas a las tropas, al contrario de aquí, donde se las designa “Misioneros de la paz” y otras cursilerías por el estilo). Pero, como la cabra siempre tira al monte –o, dicho de otro modo, ¿dónde irá el buey que no are?– terminan y empiezan enseñando no la patita sino el corpachón completo: “Confiar es bueno, pero controlar es mejor”, nos avisa un Lenin de trazos encarnados y negros, mientras otro cartel exige “Prohibición de todas las organizaciones fascistas”, con lo cual nos vemos abocados a la eterna exégesis de quién decide y sobre qué bases y argumentos cuáles son, en realidad, esas “organizaciones fascistas” que tanto parecen inquietar a los comunistas. Quizás, si en lugar de mirarse el ombligo, se mirasen al espejo, reconocerían de inmediato la intolerancia, la crispación y el odio, junto a ese deseo –por fortuna irrealizable- de volver al paraíso, un paraíso que un servidor conoció en 1986 con conclusiones poco halagüeñas.
 
A la vista de todo este surtido de propuestas condensadas, cuyo sentido real vaya usted a saber, uno se pregunta si, en definitiva, no es más clarificador y honrado el anuncio, también callejero, de la tienda “Schell Moden”: “Komplette Sommer-Kollektion” y que juzgo innecesario traducir.

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