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Agapito Maestre

Coraje político o nihilismo

No hay que ir a La Moncloa, como ha dicho Rajoy, por educación, sino para hacer oposición pura y dura, imaginativa e inteligente.

Dos hechos marcarán la política del próximo curso. Primero, todos tenemos la sensación de estar al final de una legislatura. El fracaso político, económico y social del Gobierno socialista no sólo lo ha llevado al desgaste más absoluto, sino que los ciudadanos comienzan a percibir que éste no tiene salida. Ni los propios socialistas creen una sola palabra de las promesas de Rodríguez Zapatero sobre la reforma de Estatutos, menos todavía sobre el apaño con los terroristas, pero todos hacen como si la cosa funcionase. Basta comprobar la contestación de los barones socialistas, en el último Comité Federal del PSOE, a ciertas propuestas del Gobierno para hacernos cargo de su fracaso. Segundo, aunque parezca que estamos al final de la legislatura, el año que viene no hay elecciones previstas y, lo que es peor, la ciudadanía no ve la fuerza del PP para provocar elecciones anticipadas. El PP espera, como agua de mayo, la crisis del tripartito catalán y sus consecuencias directas en el Gobierno de España, pero su labor de oposición deja mucho que desear desde el punto y hora que busca votos en múltiples caladeros sin terminar de satisfacer las expectativas ideológicas y políticas de su fiel electorado.  
 
Las opciones son claras para el futuro inmediato: o más de los mismo, o sea, agitación y propaganda socialista, o más nihilismo pillo como actitud dominante de toda la clase política, o sea, simular que esto es un Estado-nación cuando ya casi nadie duda de que ésta ha sido troceada en 17 partes para beneficio del aldeanismo nacionalista. Sin embargo, si la oposición se dejase de ejercicios gimnásticos sobre el centrismo político, entonces aprovecharía estas circunstancias, las convertiría en las condiciones ideales para crear una “nueva” agenda política capaz de generar entusiasmo en unos ciudadanos cada vez más retraídos en su individualismo de apartamento, litrona y fútbol. Sería, pues, un año decisivo para crear una genuina agenda política para todos los partidos. No hay que ir a La Moncloa, como ha dicho Rajoy, por educación, sino para hacer oposición pura y dura, imaginativa e inteligente. Con coraje. Para decirle a los ciudadanos que Rodríguez Zapatero se resiste a definirse con respecto a todo, porque nada tiene que decir. No es nada fuera de la propaganda y la represión totalitaria que ejerce compulsivamente en el ámbito ideológico y de los medios de comunicación.
 
El PP no debería seguir jugando al centrismo de cartón-piedra, de amagar pero sin rematar la faena, sino que tiene enseñar los dientes para generar confianza. Rajoy tendrá que aprender rápidamente, insisto, que la confianza no es una creencia, o mejor, no se gana por una acto de fe, como decía en la entrevista de ayer en ABC, sino porque sus votantes, y quienes les observan, sienten que su partido político satisface sus expectativas ciudadanas.
 
Pondré un asunto, en realidad, es un ejemplo del que no podrá zafarse el PP si no es con coraje cívico. El debate ya está en la calle y condicionará, sin duda alguna, la agenda política. Me refiero a las discusiones abiertas en la sociedad, después de haber sido iniciadas de modo propagandístico por el Gobierno, sobre la Segunda República, la Guerra Civil e, inevitablemente, el significado del franquismo. En torno a ellos nadie podrá escurrir el bulto. Definirse sobre tales asuntos es tanto como determinar el futuro de la política española. Pues que si ésta es una dimensión de la historia, entonces nadie podrá decir qué es lo genuinamente político sin definirse ante nuestro pasado reciente. Hasta ahora, por desgracia, la agenda “política” de Rodríguez Zapatero no ha sido otra que reducir su pésima gestión a propaganda sobre un pasado histórico del que, como todo propagandista de izquierda, nada ha cuestionado o puesto en duda. Actúan con la historia como si de una guerra se tratase. A Rajoy le corresponde contestar cuanto antes tal falacia, si quiere satisfacer no sólo las expectativas de su electorado sino de aquellos ciudadanos que se acercarían a él si fuera más resuelto en estos asuntos.
 
Sí, el debate sobre el franquismo lo tenemos ya aquí, pero si Rajoy lo deja pasar, o peor, se esconde en lo políticamente correcto, despídase de poder definir la agenda política de “lo que queda de España” para los próximos años.

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