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Carlos Semprún Maura

Los herederos

Si fuera anglosajón, yo diría que Sarkozy quiso situarse entre Thatcher y Blair. Pero, claro, no lo es.

Según la prensa, la enfermedad de Chirac le aguó la fiesta a Sarkozy. Estaba reunida en La Baule (balneario familiar y chic) la “universidad de verano” de la UMP y Sarkozy, su presidente, quería transformar el evento en trampolín personal cara a las presidenciales de 2007, cuando el sábado 3 por la mañana, llegó la noticia oficial de la hospitalización del Presidente Chirac, la víspera por la tarde, y, claro, todos los micrófonos y las cámaras se volvieron hacia el primer ministro de Villepin y le siguieron hasta el hospital militar del Val de Grace, donde hizo una breve visita a su “padrino” y declaró que estaba estupendamente, rebosante de proyectos, de ideas, como si involuntariamente quisiera decir que lo que le convenía al buen señor era eso: el hospital, el descanso, la jubilación... Los periodistas lo dicen aún más claramente: el derrame cerebral fue leve y es probable que salga del hospital dentro de pocos días, pero la imagen de un Chirac en buena salud, pese a sus 73 años, se ha derrumbado para siempre, obstaculizando gravemente su proyecto de presentarse por tercera vez. Mientras tanto, en La Baule, la ausencia involuntaria de Chirac situó la presencia de Villepin en primera plana. Pero el debate, pese a todo, tuvo lugar, un debate cortés, diplomático, en el que, desde luego, Sarkozy tenía todas las bazas para ganar, pese a la dificultad dialéctica de deber situarse a la vez en la mayoría y en la oposición. Más enérgico que nunca –más nervioso, dirán algunos– reafirmó que había que llevar a cabo una política de ruptura con los últimos treinta años que han conducido Francia a su estancamiento actual, a sus problemas de toda índole, económicos, políticos, sociales, y ya que Brasil está de moda aquí, a su saudade actual. Exigió reformas profundas, un cambio radical, y no esas reformitas que se han intentado tímidamente y no solucionan nada. Si fuera anglosajón, yo diría que Sarkozy quiso situarse entre Thatcher y Blair. Pero, claro, no lo es.
 
Dominique de Villepin, en cambio, tenía que situarse firmemente en la tradición “chiraquiana”, loando al hombre y a sus diez años de presidencia y haciendo como si los problemas actuales se solucionarían fácilmente con ayuda psicológica y un par de aspirinas. Por cierto, esto de la “ayuda psicológica” ante cualquier catástrofe natural, accidentes mortales, o guerras, se ha convertido en una de las más asquerosas estafas de nuestro tiempo, y Villepin tuvo la cara de vanagloriarse porque habían enviado a sus “amigos norteamericanos” doce mantas y un equipo de ayuda psicológica. Por lo demás, que podía hacer el buen señor Villepin, sino correr por la playa de La Baule, mostrando sus pantorrillas, agrediendo así emocionalmente a las señoras de vuelta, ya los militante de Act-up, y mostrar un empedernido optimismo con su propio plan de reformas, del que, por ahora, sólo se sabe que va a costar seis mil millones de euros, con resultados previsiblemente insignificantes. A bombo y platillo se anuncia que el paro, al fin, se sitúa por debajo del fatídico 10%, sin que nadie precise, no faltaba más, que han cambiado el sistema de manipulación de las estadísticas, de forma que un parado que a la larga, ha perdido, su derecho a subsidio, se convierte en activo, ni siquiera que todos los años, las vacaciones, el turismo, las playas, etcétera, procuran empleos temporales, que desaparecen con la lluvia, lo contrario de los hongos.
 
Pero, pese a su arrogancia, no todo está por los suelos en Francia: van a privatizar (ampliación del capital, se dice) el monopolio estatal eléctrico EDF, y pese a José Bové, el maíz transgénico se extiende por doquier. La economía se impone hasta a los carcas.

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