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Fundación Heritage

Echemos a los maleantes

Rebecca Hagelin

“Mujeres y niños primero”.
 
Ese famoso, abnegado grito por la seguridad de otros se asocia bastante con la tragedia del Titanic, cuando miles perdieron la vida en las heladas aguas del mar hace ya tantos años. Pero no muy diferente de las aguas crecientes en Nueva Orleans –donde el océano empezó a reclamar su territorio natural después de que esas paredes, hechas por humanos, que lo supieron contener por tanto tiempo, fallaron– las poderosas aguas del Atlántico Norte se tragaron al barco malherido que buscaba desafiar a la Madre naturaleza de los icebergs y el mar abierto. Pero a diferencia de Nueva Orleans donde había tierra seca cerca, el Titanic era un barco solitario, en medio de las vastas aguas, lleno de almas desamparadas que no tenían adónde ir con la excepción de unos cuantos botes salvavidas.
 
La dura realidad es que en ese horrendo día en 1912, la mayoría de pasajeros moriría y ellos lo sabían. Sin embargo, en medio del pánico y la fatalidad inminente, las historias de los supervivientes nos hablan de un tiempo en el que el civismo y el honor eran más importantes para muchos que la supervivencia en sí.
 
¿Cómo es que en menos de 100 años hemos perdido el rumbo y pasamos a ser una sociedad que cuando el desastre nos golpea, la historia a contar queda manchada con la exhibición del peor lado de la naturaleza humana en lugar que sea el mejor?
 
¿Podría ser que en una cultura pop en la que el estilo pandillero conocido como gangsta es “guay” representado y perpetuado en rap violento, música hip-hop, en el estilo de la ropa, en el lenguaje, en los gestos que se usan como comunicación “normal”, en las actitudes negativas hacia las mujeres y los niños, que ese “estilo” no es sólo una cosa de la moda sino que se ha convertido en un estilo de vida para algunos? En otras palabras, en una cultura en la que la gente se viste como pandillero, habla como pandillero, se pavonea como pandillero, ¿nos extraña y nos horroriza que se meta al crimen pandillero apenas tiene la oportunidad?
 
No puedo evitar llegar a la conclusión de que si el trágico desastre natural en Nueva Orleans hubiese sucedido en una cultura que practicase la Regla de Oro –”Todo lo que queráis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo también vosotros con ellos.” (Evangelio de Mateo 7,12)– en lugar de la podredumbre gangsta, habríamos visto más escenas de vecinos ayudando a sus vecinos y muchas menos escenas de vecinos atacando a sus vecinos como aves de rapiña.
 
Esto no quiere decir que la anarquía dominase Nueva Orleans la semana pasada. La verdad es que no fue así. La historia de la inundación esta repleta de actos heroicos de entrega y de vecinos desesperados ayudando a vecinos desesperados aún cuando les rondaba la muerte. Y la increíble generosidad de una incontable cantidad de americanos –en la zona de desastre y las áreas cercanas, así como en todo el país— es el testamento al buen corazón de los americanos.
Pero, las violaciones, los maltratos, el pillaje y el asesinato que asombraron al mundo definirá para muchos no sólo a Nueva Orleans sino a la cultura americana.
 
De modo que es hora de preguntarnos unas cuantas preguntas obvias: ¿Por qué como nación producimos y aceptamos una cultura pop que glorifica el rap y la música hip-hop, que enseña a los hombres a atacar a las mujeres y a perpetrar actos de violencia sin sentido? Según la última encuesta de la Kaiser Family Foundation sobre los medios y la juventud, ésta es la preferencia musical número uno de los jóvenes de todas las razas y estatus socioeconómico. ¿Por qué producimos en masa, películas, programas de televisión y contenido de Internet tan hedonistas? ¿Por qué seguimos haciendo videojuegos cada vez más gráficos y violentos para nuestros niños? ¿Por qué hemos permitido que semejantes mensajes de egoísmo tengan una voz tan poderosa en nuestra cultura?
 
Ojo que no estoy pidiendo censura gubernamental, sino que hago un llamamiento a que haya rechazo social y paternal para poder reemplazar la actual proliferación y aceptación de semejantes mensajes bárbaros y destructivos.
 
Hay otras preguntas –un poco distintas pero totalmente relacionadas— para la buena gente de Nueva Orleans y los contribuyentes en todo el país que queremos preguntar a Luisiana y a los funcionarios federales: ¿Por qué el crimen organizado y las pandillas tienen mucho del poder y control sobre el comercio en Nueva Orleáns, algo sabido no sólo por todos sino que es práctica común aceptada? ¿Se reconstruirá Nueva Orleans para que vuelva a ser todo “como de costumbre”? ¿O se reconstruirá la comunidad entera echando a los maleantes y sus viles mercancías por las que Nueva Orleans es tristemente célebre? Cuando se piensa en eso, los valores de los rufianes metidos en el crimen post-Katrina en realidad no eran tan distintos de aquellos que han inundado secciones de Nueva Orleans con agua de cloaca social por años.
 
Una vez que el peligro inmediato haya pasado y la limpieza haya empezado en serio, debemos preguntarnos muchas cosas como nación. Junto con las investigaciones formales de lo que salió mal a nivel local, estatal y federal con los planes de emergencia nacional (o la falta de ellos), como ciudadanos debemos averiguar cómo nuestro fracaso en enseñar civismo, decencia y moralidad complicaron gravemente los problemas de un ya espantoso desastre.
 
Las historias de figuras heroicas del Titanic y el civismo que marcó sus vidas y su cultura no se deben perder. Ahora es un momento excelente para usar esas lecciones de la historia y construir un futuro mejor para nuestros hijos.
 
* Traducido por Miryam Lindberg
 
Rebecca Hagelines Vicepresidenta de Comunicaciones y Marketing de la Fundación Heritage.

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