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José Vilas Nogueira

Hablemos sólo de futuro

Si el PP quiere hablar del futuro, hágalo en buena hora. Pero poco y mal podrá hablar si no ancla sus proyectos de futuro en el pasado

Me figuro que en todas partes cocerán habas, y en todas partes se producirán ventosidades (esos gases sí que son naturales y no la Compañía patrocinada por Maragall, Montilla y demás socios de la Caixa). Pero, como soy poco viajado, prefiero reducirme a España, que es lo que mejor conozco, o al menos tal ilusión me hago. Pues bien, en nuestro entrañable pandemónium hispánico, la trivialización y vacuedad del discurso político ha alcanzado cotas que desalientan al más pintado y aterran al más valeroso.
 
En tiempos pasados, estas características hubiesen podido ser atribuidas a la transición de una política de élites a la política de masas. La condición ignara de los individuos integrados en la masa, analfabetos o escasamente alfabetizados, habría abonado un empobrecimiento intelectual del discurso político, en favor de consignas elementales, de fácil comprensión, más propicias a ser cargadas emotivamente y, en consecuencia, con mayor virtud movilizadora. Pero hoy esta no puede ser la explicación. Tenemos poblaciones muy ilustradas, por lo menos si hacemos confianza a sus grados académicos. Y disponemos de fuentes y de volumen de información sin parangón en épocas pasadas (lamentablemente, también tenemos a los sociólogos y demás asesores).
 
Sin embargo, el nuevo régimen psoeísta-nacionalista arrancó con la consigna, prontamente popularizada, del “talante” del líder de la cosa, el increíble Zapatero. Algunos analistas y escritores denunciaron lo huero de tal proclamación. Pues, efectivamente, el sustantivo talante requiere adjetivación para identificar cualquier tarea o cualquier propósito de gobierno. Así se desprende del Diccionario de la Real Academia Española, que ofrece cuatro acepciones de la palabra: (1) modo o manera de ejecutar algo; (2) semblante o disposición personal; (3) estado o calidad de algo; y (4) voluntad, deseo, gusto. Habrá, pues, buen o mal talante; talante individualista o talante colectivista; talante autocrático o talante democrático; talante elitista o talante populachero; talante apresurado o talante parsimonioso, etc., etc., pero la proclamación del “talante”, a secas, sin determinar, no nos dice nada ni de un político, ni de un gobierno. Naturalmente, estas voces críticas, han sucumbido ante la repetición infinita del “talante”. Incluso, algunos líderes de la oposición, en días poco afortunados, han acudido a la muletilla para denunciar, a contrario sensu, excesos autoritarios del Gobierno.
 
Dada la pobreza moral e intelectual del PSOE, quizá no haya de qué extrañarse. Pero el Partido Popular tampoco renuncia a la logomaquia. Uno de sus debates preferidos gira en torno al centro (y, claro es, gira tanto, que se marean ellos y marean a quienes los contemplan; por lo menos a mí). Parece ser que el PP se enfrenta a una grave cuestión: la opción entre la derecha y el centro. Averiguar qué sea una cosa y la otra requiere escafandra apta para desplazarse en abisales profundidades. Desprovisto yo de tal artefacto, mi percepción es que ser de “derechas” equivale, en este debate, a postular una oposición muy enérgica a la izquierda, y ser de “centro” a postular otra más moderada. Naturalmente, esta es una dicotomía real, pero designarla con las palabras derecha y centro no hace más que disfrazar la cuestión.
 
Los “centristas” del PP parecen estar permanente e irremediablemente subyugados por las habilidades y la capacidad de seducción de la izquierda (me recuerdan tiempos antiguos en que esta percepción era referida a los comunistas, que parece que acertaban siempre, cuando la realidad era la contraria, el comunismo se estaba desintegrando). Pero estos centristas son tan tontos que practican todo lo contrario a lo que hacen aquellos que toman como modelo. En efecto, los partidos socialistas se han “centrado” en cuanto a sus políticas y a sus principales yacimientos de votos. Pero, en el plano de su legitimación, hacen todo lo contrario, enfatizan continuamente su condición de izquierdas.
 
Como las desgracias nunca vienen solas y la logomaquia tiene una capacidad expansiva formidable, el otro día a Rajoy no se le ocurrió mejor cosa que decir: “lo que pasó en su día ya pasó, y no ha sido bueno. Desde hoy, aquí sólo se habla de futuro”. Y según El Mundo esta frase fue la más aplaudida en la reunión de la Junta Directiva Nacional del PP. Válgame Dios. Que Zapatero, ignaro oligofrénico nos obsequie con frases hueras entra dentro de lo normal. Que lo haga Mariano Rajoy no es fácilmente comprensible y resulta estremecedor. Puestos a decir chorradas, por qué no hablar sólo del presente que, tal como están las cosas, más de una parrafada merece.
 
Parece ser que tal perentoria sentencia quería expresar la intención de pasar la página de la derrota electoral del 14 de marzo, pero no, en cambio, de la investigación del 11-M. Pues haberlo dicho así, y santas pascuas. Pero no, había que ponerse a la altura zapateril (lo que obviamente es ponerse a ras del suelo). Si nos elevásemos, aunque fuese un poquito, constataríamos que, si se quiere hablar seriamente del futuro, a la excepción del 11-M habrá que ir añadiendo, guste o no, otras más. Si el PP quiere hablar del futuro, hágalo en buena hora. Pero poco y mal podrá hablar si no ancla sus proyectos de futuro en el pasado, al menos en el pasado inmediato y en el inquietante presente. Salvo que decida contratar a Rappel o a cualquier otro “futurólogo”, más o menos rosa, más o menos amarillo.
 
Frasecitas como esta de Rajoy son propias de la conjunción psoeísta-nacionalista (repárese en sus argumentos a favor del “matrimonio” homosexual, de Estatutos de autonomía anticonstitucionales, etc.), y sitúan al PP en el terreno más desfavorable posible. Además, según la información del periódico antes citado, el catálogo de grandes temas que pretende abordar el PP comienza con “el cambio climático”. Pues Dios nos coja confesados, porque desde luego la perspectiva de que Groenlandia vuelva a ser la tierra verde, que su nombre indica, es sin duda indicio de catástrofe, como toda la progresía ha unánimemente dictaminado (los dictámenes de la progresía son siempre unánimes). Y, para mayor gracia, Rajoy pretende incorporar a personas ajenas al partido. Pero, cuando los partidos se convierten en ateneos o foros de discusión, ni suelen aportar ideas, ni hacen política (la concepción gramsciana del partido como “intelectual orgánico” es una de esas proposiciones, típicas del marxismo, desmentidas obstinadamente por la realidad).
 
Si no rectifican a tiempo, me parece que don Mariano y su equipo, van a tener todo el tiempo del mundo para hablar del futuro. Eso sí, los medios gubernamentales y paragubernamentales los tratarán mucho mejor que ahora.

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