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Francisco Cabrillo

Esplendor y caída del Señor de Vauban, economista y Mariscal de Francia

Vauban pasó en cuestión de días del favor al rechazo regio, lo que no era precisamente un buen cambio en la Francia del Antiguo Régimen

Escribir un libro resulta peligroso en muchas ocasiones. Si la obra trata sobre cuestiones económicas –y más aún si se ocupa de reformas impositivas– su publicación puede plantear aún más problemas. Y si el autor recomienda la introducción de cambios en el sistema fiscal, que son poco atractivos para quienes ostentan el poder; y resulta, además, que es un personaje que vive, en buena medida del favor real, lo efectos pueden ser demoledores. Esto es precisamente lo que le ocurrió a Sébastien Le Prestre, Señor de Vauban.
 
Nació Vauban en Borgoña el año 1633. Su familia pertenecía a la pequeña aristocracia local; y él, como tantos otros jóvenes de su mismo rango, hizo carrera en el ejército. Fue una carrera de éxito, que le permitió alcanzar el rango más elevado, el grado de mariscal de Francia. Nuestro personaje ha pasado a la historia por dos razones que, en principio no tienen mucho que ver la una con la otra. En lo que a su actividad como militar hace referencia, Vauban fue un gran experto en obras de ingeniería y llegó a ser, seguramente, el mejor especialista de la época en el diseño y construcción de fortificaciones. Pero nuestro personaje tuvo también interés por el estudio de las cuestiones económicas, afición arriesgada, como es sabido; y que, en su caso acabaría siendo la causa de su ruina.
 
En el ejercicio de su actividad como ingeniero militar Vauban viajó mucho por Francia y llegó a tener un profundo conocimiento de su país. Interesado por cuantas cuestiones pudieran afectar a la prosperidad de sus habitantes, se preocupó por reunir el mayor número posible de datos, al estilo de lo que en Gran Bretaña habían hecho los “aritméticos políticos”, y especialmente su contemporáneo William Petty. Escribió Vauban sobre demografía, economía agraria y forestal y técnicas de colonización, llegando a ser nombrado, por estos trabajos, miembro honorario de la Academia Francesa de Ciencias. Uno de los temas que más le preocupaban en sus estudios económicos era la existencia de grandes desigualdades en el sistema fiscal francés, que ofrecía todo tipo de privilegios a la nobleza y al clero, mientras hacía recaer la mayor parte de la carga fiscal sobre las clases productivas. Parece que fue en 1698 cuando redactó su obra económica más importante el Proyecto de un diezmo real, en el que defendía una reforma radical del sistema de impuestos. Se trataba, en esencia, de simplificar el modelo, centrando la recaudación en algo parecido a un impuesto sobre la renta, que tendría como base todos los ingresos, estableciendo como tipo de gravamen máximo el 10 por ciento, que daría nombre al proyecto. Pero las implicaciones de la idea iban, desde luego, mucho más allá de la racionalización de un sistema tributario muy complejo e ineficiente. Incidían también directamente en el reparto de la carga tributaria y atacaba los privilegios de la aristocracia y la iglesia. Debió ser consciente el autor de lo que aquel libro significaba, porque lo guardó durante ocho años y no lo publicó hasta 1707.
 
En aquellos años Vauban había recibido el reconocimiento expreso del rey, quien lo había nombrado mariscal en 1703. Todo parecía indicar, por tanto, que nuestro gran ingeniero militar pasaría con tranquilidad, y cargado de honores los últimos años de su vida. Pero la publicación de su última obra lo cambió todo. A Luis XIV, que no había sido consultado previamente, le sentó muy mal el mensaje del libro. Y Vauban pasó en cuestión de días del favor al rechazo regio, lo que no era precisamente un buen cambio en la Francia del Antiguo Régimen. De hecho nuestro personaje sobrevivió muy poco tiempo a la aparición de su obra, ya que falleció el mes de marzo del mismo año 1707. Se dijo entonces que murió de pena al perder el apoyo real. Otras versiones, menos románticas, dicen que en realidad lo que le causó la muerte fue una inflamación de los pulmones. Pero ambas cosas pueden ser verdad. Pocas cosas había entonces peores para un cortesano que enemistarse con su rey...y a los hombres de setenta y tres años se les inflaman, de vez en cuando, los pulmones.

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