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Juan Carlos Girauta

Hegemonía y fracaso del nacionalismo

Y sin embargo, el nacionalismo ha fracasado estrepitosamente en su único propósito de los últimos años: hacer que prenda en la sociedad la demanda de un nuevo estatuto

Otorgándole al vasto nacionalismo catalán una astucia de la que carece (pues, para empezar, no es un sujeto), analistas de todo pelaje denuncian o celebran sus planes. Presuponen una estrategia donde cada pieza encajará al final, donde cada paso responde a decisiones concertadas. La realidad es mucho más pedestre y puede decepcionar a los amigos de las conspiraciones. Por decirlo lisa y llanamente, no hay plan.
 
Es decir, no hay un plan compartido. El PSC desea básicamente mantener el poder; ERC trabaja para conferir a su radicalismo la credibilidad de lo institucional; en ICV todavía no se creen que estén tocando presupuesto; CiU son dos partidos con fines y preocupaciones diferentes: Artur Mas teme que Carod le haga una sangría de votos y Duran teme que se la haga Piqué. Todos usan el nuevo estatuto como herramienta de posicionamiento político. Y ya está.
 
Los principios del nacionalismo impregnan la vida pública. Comulgan con ellos los dirigentes del PSC y de ICV, los dirigentes y militantes de Esquerra y de CiU, varios señores del PPC y hasta los ruidosos grupos extraparlamentarios que mandan en la calle. En el limbo de las entidades, el espectro cubre oenegés, asociaciones de vecinos, de escritores, de cantantes, compañías teatrales, grupos católicos y orfeones. En el planeta de lo institucional, alcanza a los colegios profesionales y a las cámaras de comercio, a las patronales y a los organismos vinculados al idioma, la tecnología, las obras públicas, los archivos, las bibliotecas, el cine, el turismo. En los mass media, el nacionalismo controla directamente las televisiones y las radios públicas y tiñe el lenguaje de todas las demás, como mínimo en sus franjas de desconexión. Los diarios más importantes participan del imaginario nacionalista y cubren un flanco vital: el marcaje de discrepantes, generalmente mediante la acusación de pertenecer –o de hacer el juego a– “la Brunete mediática”, “la extrema derecha” o “la prensa de Madrid”. Los otros diarios están salpicados de nacionalismo en las páginas dedicadas a Cataluña. Por fin, coronando el paisaje, se alzan Escila y Caribdis: el Barça y La Caixa.
 
Y sin embargo, el nacionalismo ha fracasado estrepitosamente en su único propósito de los últimos años: hacer que prenda en la sociedad la demanda de un nuevo estatuto. El silencio es tan ensordecedor que el PSC ha perdido los nervios y ha lanzado una campaña ilegal colgando pancartas de los árboles barceloneses para simular que existe tal demanda: “Volem el nou estatut”, rezan pulcras y anónimas ante la indiferencia general.
 
Corolario: El nacionalismo catalán hegemónico no tiene un plan sino un sucedáneo, el nuevo estatuto, con el que los partidos tratan de sacar ventaja unos de otros. Al darles la espalda los ciudadanos, se ha ensanchado hasta lo insalvable la brecha entre el poder y la sociedad.

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