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Fundación Heritage

Los límites del socorro

James Jay Carafano

Todo es tan fácil mientras funcionan a todo vapor las bombas de agua y las tropas se mueven por toda Nueva Orleáns, hay quién pregunta; “¿Por qué tardaron tanto? Cualquiera que viese las noticias en la tele podía ver lo que necesitaba hacerse”.
 
Si fuera tan fácil…
 
Una cosa es ver el desastre en las noticias de la noche y otra es tener que vérselas con la realidad en el terreno. Nueva Orleáns ha experimentado una bomba nuclear, sin nube hongo ni radiación. Pero parece el Tercer Mundo. El viento, la tormenta y la inundación arrasaron con todo en una ciudad moderna y dejó una masa de gente desesperada y desesperadamente difícil de alcanzar.
 
Se estima que el número de desamparados llegaba hasta los 200.000. Y mientras tanto la mayor parte de la ciudad estaba bajo el agua. La tormenta barrió con todo; electricidad, comunicaciones y transporte. Y hay poquísimos caminos sin obstruir para salir o entrar.
 
A diferencia de Nueva York después del 11-S, no había ningún lugar para pedir ayuda inmediata. Las grandes ciudades alrededor de la Gran Manzana podían echar un cable rápidamente usando puentes, carreteras y canales navegables intactos. Las pequeñas comunidades alrededor de Nueva Orleáns tenían poca capacidad extra antes de la tormenta. Ahora tienen sus propios problemas.
 
¿Dónde estaban los militares? Si la Brigada blindada de la Guardia Nacional de Luisiana hubiese estado en casa en lugar de Irak, poco hubiese importado. Muchos de los soldados habrían sido víctimas o su equipo habría sufrido daños y aún así habrían tenido problemas llegando al lugar de los hechos. Las divisiones blindadas no tienen el equipo correcto como, por ejemplo, camiones, barcos y helicópteros. En desastres a gran escala, las guardias nacionales siempre necesitan de ayuda exterior.
 
Nueva Orleáns necesitaba una respuesta nacional. Y la nación estaba lista para responder. El problema no era la falta de recursos, deseo u organización. El problema era cómo llegar a la gente.
 
Cada avión, vehículo y equipo enviado exige, al igual que las víctimas, asistencia continua. Ciertamente, un problema común es que hay tanta buena voluntad para enviar tanta ayuda, se pida o no, que asfixia la capacidad de los gestores en la emergencia para coordinar o interesarse de todos los que quieren ayudar. Irónicamente, esto pone más vidas en riesgo y en realidad ralentiza el envío de ayuda.
 
La idea de que las terribles necesidades de la ciudad puedan ser atendidas rápidamente en condiciones imposibles es simplemente absurdo. Sería irresponsable juzgar la respuesta nacional solamente por la velocidad con la que se trajeron los recursos en los primeros días. La rapidez de la llegada de la ayuda es dictada por la realidad.
 
Un avión con ayuda humanitaria destinada a las víctimas del huracán KatrinaClaro que se podrían haber desplegado tropas antes de que Katrina golpease, tener anticipadamente toda la ayuda necesaria y evacuar a los pobres. Pero esto es poco realista. Evacuar una ciudad es una decisión de proporciones monumentales. Seguir el impredecible camino de un huracán significa que usted lo conseguiría, en el mejor de los casos, unos días antes de advertencia para hacer el llamamiento. Luego con el poco tiempo que quedaría en unas carreteras totalmente colapsadas por los cientos de miles de personas saliendo, ¿cómo enviamos el montón de vehículos para que entren con tropas y suministros?
 
Además, enviar tropas implica dos grandes riesgos: La tormenta podría dar un giro en la zona preparada, convirtiendo a todos en víctimas o cambiar de rumbo, dejando a las tropas mal posicionadas para responder. Organizarse para un huracán es una elección de Hobson. 
 
Es difícil adelantarse mucho frente a una tormenta. Es después de las caóticas secuelas cuando luchamos por enterarnos de la extensión del perjuicio y la capacidad para movilizar ayuda.
 
Es también muy difícil de creer que las cantidades masivas de ayuda podrían haber llegado allí más rápidamente. Ya veremos. Poder determinar eso requeriría un análisis desapasionado de los hechos reales y no los conmovedores sabihondos oportunistas que a toro pasado se basan en informes sacados de las noticias o de conferencias de prensa.
 
Por ahora, esto es todo lo que hay sobre el desafío de Nueva Orleáns. Esta es la clase de crisis que la nación debe estar preparara para afrontar un desastre que exceda los recursos de los gobiernos estatales y locales. Es una buena prueba para el nuevo Departamento de Seguridad Nacional, las fuerzas militares y para nuestros esfuerzos desde el 11-S.
 
Deberíamos aprender de esta tragedia la calidad de liderazgo, recursos y programas que necesitamos para hacerle frente a los desastres catastróficos, ya sean naturales o por la mano del hombre. No obstante deberíamos moderar nuestras expectativas con una dosis de realismo.
 
No cabe duda que necesitamos una capacidad nacional mayor para responder a desastres. ¿Hicimos lo mejor posible con lo que había a mano? ¿Hemos mejorado desde el 11-S? ¿Cuáles son los siguientes pasos a tomar?
 
Más allá del jueguito de echarse la culpa, necesitamos recapacitar si estamos haciendo todas las cosas bien. Subvenciones que reparten cerros de dinero con escaso reparo en las prioridades nacionales no servirán de nada. Hoy, todas las estaciones de bomberos de Nueva Orleáns están bajo el agua al igual que la mayor parte del equipo comprado con dólares federales.
 
Sólo un sistema nacional –capaz de unir a toda la nación, construido para cumplir primero con las más altas prioridades nacionales— puede responder a los desastres de la escala de Katrina.
 
©2005  The Heritage Foundation
 
James Jay Carafano, doctor en Filosofía, es investigador decano especializado en Defensa y Seguridad Nacional de la Fundación Heritage.
 
Libertad Digitalagradece a la Fundación Heritageel permiso para publicar este artículo.

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