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Antonio José Chinchetru

Abierta la caja de los truenos

Organizaciones que se erijan en representantes de los hablantes de cualquier idioma tendrán a partir de ahora derecho a exigir un dominio para esas lenguas.

Hace algo menos de un año escribí un artículo oponiéndome al ahora recién aprobado .cat. A pesar de las victimistas y peculiares teorías conspirativas de algunos, que lo quisieron ver como parte de una inexistente campaña, aquel texto se limitaba a exponer argumentos lógicos sin componente ideológico o, mucho menos, anti-catalán alguno. De hecho, gran parte de las ideas centrales fueron las mismas que expuse para rechazar en noviembre de 2002 la creación de un dominio que identificara sitios publicados en español. La propuesta, salida del Senado, felizmente no llegó a buen puerto y el .his tan sólo existe para una posible crónica de ideas absurdas relacionadas con Internet, el mismo lugar donde debería haber quedado el .cat.

En mi primer artículo contra el sufijo que desde dentro de unos meses identificará páginas en catalán decía que su aprobación supondría abrir la caja de los truenos. Decía entonces que a la gran cantidad de identificadores "ya existentes se terminarían sumando dominios como el por ahora malogrado .his y otros como .arab (árabe), .eng (inglés), .fra (francés) o incluso un .jdes (judeoespañol o ladino) o un .aran (aranés). Así se podría seguir hasta varios cientos". Posiblemente los responsables de la ICANN no se den cuenta, pero han emprendido el camino hacia el caos. Organizaciones que se erijan en representantes de los hablantes de cualquier idioma tendrán a partir de ahora derecho a exigir un dominio para esas lenguas. Y no habrá ningún argumento para oponerse. La corrección política ha vencido a la lógica.

Frente a lo que creen los promotores del .cat, este no va a dar mayor fuerza al catalán en Internet. Ya lo dijimos en los dos artículos antes citados. La presencia y relevancia de una lengua en la Red no están relacionadas con la existencia de dominios. Es una cuestión de cuantos internautas hablan o conocen ese idioma y están dispuestos a crear o buscar contenidos en los que se utilice. Los mejores ejemplos son el inglés o el chino, que no disponen de identificadores idiomáticos y sin embargo son los lenguajes más usados on line.

Un aspecto inquietante del .cat –que también lo sería con otros dominios de idiomas que se habla en varios países (en la totalidad de ellos o tan sólo en algunas regiones, lo mismo da) o regiones con gobierno propio– es quien va a tener el poder en la entidad que lo gestione. Lo ideal es que fuera un organismo totalmente privado en el que las autoridades no pudieran influir, pero eso es algo a lo que seguro las Administraciones de los territorios donde se usa el catalán se van a oponer. A partir de ese punto quedan dos escenarios posibles: el permanente conflicto entre ellas o la sumisión de todas a la que se muestre más fuerte (posiblemente la Generalitat de Cataluña). En el primer supuesto, el .cat se quedaría en un intento fallido. En el segundo, unos políticos estarían legislando fuera de su territorio, algo profundamente antidemocrático.

La ICANN ha estado poco acertada. Ha abierto el camino hacia el caos más absoluto.

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