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Thomas Sowell

FEMA versus Wal-Mart

puede ser toda una revelación comparar la forma cómo el sector privado respondió al huracán Katrina y cómo lo hicieron las administraciones locales, estatales y federales

Pase lo que pase en la investigación posterior acerca de los errores de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias (FEMA) en Nueva Orleáns, es poco probable que las escandalosas acusaciones de “racismo” demuestren ser otra cosa más allá que temeraria retórica política.
 
FEMA ha hecho chapuzas en otras emergencias en las que la mayoría de las víctimas eran blancas así como con gobiernos anteriores. Al igual que muchas otras burocracias gubernamentales, FEMA hace chapuzas indiscriminadamente, igual para todos.
 
Mucha gente, que piensa que el gobierno es la respuesta a nuestros problemas, no se toma la molestia de contrastar la evidencia. Pero puede ser toda una revelación comparar la forma cómo el sector privado respondió al huracán Katrina y cómo lo hicieron las administraciones locales, estatales y federales.
 
Mucho antes que Katrina llegase a Nueva Orleáns, cuando sólo era una borrasca tropical a las afueras de la costa de Florida, Wal-Mart estaba despachando a todo vapor generadores eléctricos, agua embotellada y otras provisiones de emergencia a sus centros de distribución en toda la costa del Golfo.
 
Lo de Wal-Mart no era algo único. Federal Express despachó urgentemente 100 toneladas de suministros al área damnificada después que Katrina golpeara. State Farm Insurance envió unos dos mil agentes especiales para facilitar las reclamaciones del seguro de desastres. Otras empresas lucharon para lograr que sus mercancías o servicios llegasen a la zona.
 
Mientras tanto, las leyes impidieron que el gobierno federal entrase sin el permiso o el pedido expreso de las autoridades estatales o locales. Lamentablemente, el alcalde de Nueva Orleáns y la gobernadora de Luisiana son de un partido distinto al del Presidente Bush, lo cual puede haber tenido que ver con su reticencia inicial de no dejar actuar al Presidente para llevarse el mérito político.
 
Al final no hubo mérito político para nadie. Sólo tuvimos los jueguitos del dedo acusador y del “yo no fui”.
 
La política es sólo una de las numerosas razones por las que los gobiernos no son los que mejor gestionan las emergencias. Ni siquiera Estados Unidos es distinto cuando se trata de eso.
 
Hace unos años, más de 100 marineros rusos pagaron con sus vidas la poca disposición de su gobierno de aceptar un ofrecimiento de ayuda por parte del gobierno americano para enviar a la Marina a salvar a la tripulación de un submarino ruso atrapado bajo las aguas. ¿Qué imagen darían al mundo si la Armada americana pudiese salvar a los rusos que no podían ser rescatados por su propia Marina?
 
La indignación de la gente en Rusia después de ese episodio fue lo que propició a que el gobierno ruso permitiese a expertos navales británicos llevar a cabo las labores de rescate de los marinos atrapados bajo las aguas en otro submarino recientemente.
 
La mera burocracia puede entorpecer la ayuda de emergencia. No es nada extraño que cuando hay hambrunas los cargamentos con alimentos provenientes de otros países estén estropeándose varados en los muelles mientras la gente se muere de hambre dentro del país porque esos alimentos no son transportados con la suficiente rapidez como para que les lleguen a tiempo.
 
En 2001, los refugiados de la guerra en Afganistán morían de hambre mientras los cooperantes se pasaban el día haciendo el papeleo antes de distribuir los alimentos. Durante el tsunami en el sureste asiático los cargamentos venidos del extranjero con comida, medicina y otras necesidades se amontonaban en los aeropuertos.
 
En ambos casos, tanto en días de emergencias como de total normalidad, los gobiernos tienen incentivos distintos a los de las empresas privadas. Algo más fundamental aún, por lo general los humanos harán más por su propio beneficio que por el beneficio de los demás. El deseo de ganar dinero generalmente hace que la gente se ponga en marcha más rápido que por el deseo de ayudar a otros.
 
Esta no es una verdad aplicable a todo mundo. Prácticamente nada es verdad cuando generalizamos. Rendimos nuestro merecido homenaje a aquellos que hacen hasta lo imposible por ayudar a los demás, en parte porque no todo mundo se comporta de esa manera. Sin duda alguna este sería un mundo mejor si amáramos al prójimo como a nosotros mismos y nos comportáramos en consecuencia.
 
Pero en el mundo real, que es en el que de verdad vivimos, la pregunta es qué formas de incentivar a la gente dan mejor resultado de que el trabajo se haga con prontitud, especialmente cuando el tiempo podría significar la diferencia entre la vida y la muerte.
 
El país no necesita ni un céntimo más en recursos disponibles cuando esos recursos tienen que ir por vías administrativas del gobierno. Los recursos son gestionados con menor efectividad por el gobierno y se administran de una manera indiscriminada tal que motiva a que la gente siga situándose en la trayectoria conocida de los desastres predecibles.
 
©2005 Creators Syndicate, Inc. 
* Traducido por Miryam Lindberg
 
Libertad Digital agradece al Dr. Thomas Sowell el permiso para publicar este artículo.

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