Al millonario Dimitri Piterman le ha llegado al corazón la coreografía protagonizada por el trío "Ro-Ro-Ro" tras el segundo gol del Real Madrid en Mendizorroza. Tanto le ha ofendido al dueño del Alavés el "cucaracheo" compulsivo de los brasileños que no ha dudado en llamarles "payasos" y ha dicho que no son dignos de llevar esa camiseta. Al bailoteo, justo será que lo reconozcamos así, le faltan un hervor y unas cuantas clases privadas de Giorgio Aresu, aquel italiano flaquísimo que siempre estaba en todos los programas que dirigía Valerio Lazarov. Ladanza está por trabajar, pero pudo haber sido peor, mucho peor.
Quizás lo más preocupante sea, desde el estricto punto de vista del aficionado que paga una entrada con el objeto de presenciar un buen partido de fútbol, que los jugadores entrenen más estas danzas del vientre que los goles de cabeza, pasando a ser pésimas imitaciones del bailarín ruso Rudolf Nureyev. Pero aquí ya se ha visto de todo. Por ejemplo, a un jugador hablando con su bota como si ésta fuera el último modelo de telefonía móvil. O a otro escanciando una botella de sidra imaginaria tras haber adelantado a su equipo en el marcador. O a uno poniéndose un chupete en la boca. O agitando los brazos imitando el vuelo de una gaviota. Por ver, incluso llegamos a ver en el estadio Vicente Calderón a un futbolista brasileño del Valencia (de cuyo nombre prefiero no acordarme) yéndose al banderín para imitar a un perro orinando. Pero, comparada con la de Robbie Fowler, la celebración de los "Ro-Ro-Ro" fue un auténtico juego de niños.