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Victor D. Hanson

Las trincheras de las guerras culturales

últimamente la izquierda a menudo ha adoptado una actitud condescendiente hacia el llamado “pueblo”, banalizando a la gente en las trincheras con uniformes variopintos

Bienvenidos a las trincheras de las guerras culturales en las que las nociones académicas de lo políticamente correcto, el multiculturalismo y el relativismo cultural se enfrentan a los alborotadores americanos comunes y corrientes.
 
- El gobernador de Nueva York, George Pataki, acaba de vetar la idea de que un Centro Internacional para la Libertad se situara junto al nuevo World Trade Center y su propio monumento conmemorativo por el 11-S. Los supervisores del centro –arquitectos, académicos y las élites empresariales– creían que poniéndole un enfoque a los horrores de la esclavitud, segregación y genocidio, podrían usar el santuario del 11-S para promover una agenda más universal en apoyo a los oprimidos. La mayoría de las familias de las víctimas del 11-S, al igual que la policía y los bomberos sintieron no estar de acuerdo. Y se organizaron para “recuperar el monumento conmemorativo”. Ellos sienten que hay mejores lugares para lecciones políticas que la Zona Cero, donde sus parientes y amigos fueron incinerados por los terroristas fascistas de Al Qaeda.
 
- El actual éxito de taquilla de Hollywood “Plan de vuelo” ha enfurecido a los oficiales y personal de vuelo de las aerolíneas, muchos de los cuales están boicoteando la película. En ella se describe a algunos como rudos y torpes, a otros coqueteando mientras unos criminales desvían el avión bajo sus narices. Dos de los conspiradores son, en realidad, ¡una azafata y un agente armado de los llamados marshals! La piedra de toque obvia para la película es el 11-S, una masacre en la que el personal de vuelo hizo todo lo que pudo para evitar que uno de los 4 aviones secuestrados impactara sobre el Capitolio. Algunos fueron degollados por los terroristas asesinos de Oriente Medio, lugar de nacimiento del secuestro de aviones en los años 70. Pero Hollywood cambió por completo la realidad histórica haciendo que el personal de vuelo en la película pareciese no tener la menor idea de lo que pasaba o que eran culpables por poner injustamente bajo sospecha a inocentes pasajeros con rasgos de Oriente Medio en el avión.
 
- Recientemente, un juez federal aprobó una moción de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) para que publiquen la mayor parte de las fotos y cintas de vídeo que quedan de Abu Ghraib. Los abogados de la ACLU argumentaron, y el juez estuvo de acuerdo, que una sociedad libre como la nuestra debe sacar fuera todos sus trapos sucios. Los soldados, por otro lado, respondieron que en esta guerra, más fotos escabrosas difundidas al mundo entero sin contexto alguno sólo ayudaría a los asesinos. Y los que están en peligro luchando contra los terroristas tendrán aún más dificultades para ganarse los corazones de las poblaciones civiles.
 
 
- Tenemos también la cuestión del equilibrio. Ha habido múltiples investigaciones sobre Abu Ghraib, muchos juicios públicos y numerosas condenas, así como un montón de revelaciones hechas por periodistas, siendo de lejos muchísima más cobertura que la dedicada a los decapitaciones y a las torturas de americanos cautivos o a los asesinatos diarios por terroristas.
 
En un lado de todas estas controversias parecen estar arquitectos, directores de museos, académicos, directores generales, periodistas, guionistas de cine, actores, abogados y jueces. Sus opiniones utópicas de lo que sus compatriotas americanos deberían ver, pensar y sentir están en franco desacuerdo con aquellos que pertenecen a las familias afligidas, policía, bomberos, personal de vuelo y soldados.
 
Los que mandan en las direcciones de los museos, en los estudios de Hollywood y en los tribunales buscan moldear el paisaje intelectual en el que tienen que trabajar aquellos que apagan incendios, arrestan criminales, sirven comida y disparan a terroristas. Y ellos contraatacan. Tratan de estar a la altura de la influencia elitista con su indignación pública apelando a sus políticos y sindicatos, las tertulias de radio y televisión, la blogosfera y los canales de noticias.
 
El tema no es cuestión de división de clases sino que tiene que ver con la teoría cuando se traduce de verdad en la práctica. Un grupo privilegiado especula sobre temas abstractos y los otros son los que deben aguantar las consecuencias de esta consideración.
 
Las familias de las víctimas del 11-S temen, con razón, que escucharán de boca de los turistas de un nuevo World Trade Center, con un adyacente Centro Internacional para la Libertad, eso de que nos merecemos el 11-S por el trato dado a los indios americanos o a los negros hace un siglo. El personal de vuelo de las líneas aéreas sospechan que sus futuros pasajeros puedan volverse un poco más escépticos sobre sus esfuerzos para hacer cumplir los protocolos de seguridad de vuelo, mientras las tropas en Irak que evitan las balas saben que será más difícil convencer a los civiles que les suministren datos de inteligencia.
 
En el mundo del filántropo multimillonario George Soros, defensor del Centro Internacional para la Libertad, o de la ACLU, para ser bueno Estados Unidos debe ser casi perfecto, ventilando pecados pasados en la Zona Cero donde los fascistas asesinaron a sus ciudadanos o repitiéndole al mundo ad nauseam los crímenes de unos cuantos soldados truhanes, parte del ejército de un millón de soldados.
 
Pero otros en pesadas botas y chaquetas que cargan mangueras escaleras arriba o soldados sofocándose de calor con chalecos antibalas en el desierto parecen lo suficientemente felices como para hacerlo lo mejor posible. O en las palabras de los organizadores que detuvieron lo del Centro para la Libertad: “Queremos un lugar que proyecte la bondad de la gente”.
 
¿Cuál es la ironía de todo esto?
 
Solía suceder que el progresismo también era populista. Sin embargo, últimamente la izquierda a menudo ha adoptado una actitud condescendiente hacia el llamado “pueblo”, banalizando a la gente en las trincheras con uniformes variopintos y camuflaje que, supuestamente, necesita la guía y la ilustración moral de sus superiores de la élite.
 
Quizá eso es precisamente lo que le preocupa a los demócratas incondicionales como Hillary Clinton, que sabiamente se declaró en contra de poner el llamado Centro Internacional para la Libertad en el epicentro de la masacre del 11-S.

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