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EDITORIAL

¿Qué futuro le espera a Maragall?

La incógnita es Zapatero. ¿Sucumbirá junto con Maragall o cambiará el paso para adecuarse al nuevo compás? El tiempo lo dirá, pero lo indiscutible es que el estilo Maragall empieza a escocer en Ferraz, y es bien sabido que por esos pagos no perdonan una

Cuando a finales de septiembre Zapatero se reunió –en secreto, como no- con Artur Mas para impulsarle a aprobar la reforma estatutaria, se estaba dando una primera vuelta de tuerca a la más que probable ruina política de Pasqual Maragall. Si el proyecto era frenado en el Parlamento catalán, el responsable del fracaso sería el líder convergente por su negativa a consensuar el tema de la financiación. Si, en cambio, el Estatuto -ya votado favorablemente en Barcelona- no salía vivo de las Cortes en Madrid la culpa habría que buscarla en el padrino de la idea, es decir, en el propio presidente de la Generalidad. Las razones por las que Mas recibió de Zapatero un apoyo repentino e inesperado siguen siendo un insondable misterio.
 
O quizá no tanto. Zapatero, en su infinita miopía, consideraba, y, de hecho, sigue considerando, que el Estatuto debidamente maquillado puede pasar el filtro del Congreso por lo que no encontró más que ventajas en recomendar a Artur Mas que apoyase el proyecto. El problema es que no ha sido así. La “reforma” estatutaria presentada por el Parlamento catalán lleva semanas levantando ampollas a diestro y siniestro y enturbiando sobremanera la vida nacional. A excepción de sus mentores, de la domeñada prensa catalana y de algún despistado de Ferraz el Estatuto no ha gustado a nadie. Por un lado ha servido durante todo el mes de inmejorable munición parlamentaria al Grupo Popular, y por otro, el electorado socialista ha empezado a resentirse y muchos votantes comienzan a dudar si será la papeleta del PSOE la que echen en la urna en las próximas elecciones.
 
Para un partido adicto al poder como es el caso del PSOE y con una base electoral menguada o, al menos, lejísimos de lo que fue en los tiempos de Felipe González, jugar de un modo gratuito con los votos es algo que no se puede permitir. Así las cosas, lo normal es que el causante de esta situación se encuentre en entredicho y la inmensa maquinaria político mediática del socialismo haya incoado sin más dilación su juicio sumario. El aparato del partido no está dispuesto a jugársela, ni en Madrid ni en Cataluña. En Madrid porque de esta aventura depende que la cosa se complique, se extienda por el País Vasco y Galicia y sean los socialistas los que terminen pagándolo. En Cataluña porque, a pesar de lo que se cree, el PSC obedece en lo esencial las consignas marcadas desde Ferraz. Por debajo de la pátina de nacionalistas que habitan la fachada pública del socialismo catalán, se encuentra el verdadero conglomerado de poder de ese partido. Un aparato que se pone el disfraz de nacionalista a ratos, según sople el viento desde Madrid. Ese es el drama de Maragall. Puestos a elegir, lo más probable es que los socialistas catalanes prefiriesen perder la Generalidad a perder la Moncloa. Sacrificar un brazo antes que perder el cuerpo entero. Son políticos, y sólo en clave de poder pueden entenderse sus movimientos.
 
Pistas sobran. La prensa catalana, especialmente La Vanguardia, uno de los órganos informativos que más denodadamente han hecho campaña a favor del Estatuto, ha comenzado a poner peros donde antes decía amén. Carlos Solchaga, el que fuera superministro de Economía del felipismo, manifestaba ayer en Cinco Días, diario económico de Prisa, que “estoy convencido de que el PSOE estará a la altura de este desafío histórico y que, llegadas las circunstancias, sabrá reconocer dónde está su primera lealtad, que no es en otro lugar que en la Constitución”. Bono permanece al acecho y su enfrentamiento en la embajada portuguesa no fue, precisamente, una casualidad. Este es su territorio y se sabe arropado por los suyos, es aquí donde puede pescar.
 
No hay un solo líder del PSOE que sea ajeno a esto y Maragall, como dirigente con mando en plaza, lo sabe. Quizá por ello se ha sacado de la manga una crisis de Gobierno en el peor momento. Un simple palo de ciego encaminado a desdibujar el sombrío panorama que tiene por delante. La incógnita es Zapatero. ¿Sucumbirá junto con Maragall o cambiará el paso para adecuarse al nuevo compás? El tiempo lo dirá, pero lo indiscutible es que el estilo Maragall empieza a escocer en Ferraz, y es bien sabido que por esos pagos no perdonan una. 

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