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EDITORIAL

El consenso constitucional según el PSOE

El partido del Gobierno ha elevado a categoría política gobernar contra la oposición y favor de los nacionalismos más recalcitrantes. ¿Es esa la visión del pacto constitucional que tiene el PSOE?

Pocos discursos del Príncipe de Asturias han tenido tanta relevancia política como el que pronunció el pasado viernes en Oviedo, en la ceremonia de entrega de los premios que llevan su nombre. Tal y como están las cosas, era preciso que la Corona se “mojase” reafirmando a la Constitución como único referente válido. El heredero manifestó su compromiso con la Carta Magna y apeló al genuino consenso que, hace un cuarto de siglo, hizo posible una modélica transición democrática y dio comienzo a las casi tres décadas de paz y prosperidad que hemos disfrutado desde entonces.
 
La Corona no posee, en nuestro ordenamiento político, atribuciones ejecutivas, pero cuenta con una responsabilidad moderadora que es en estos momentos de crisis cuando ha de hacer efectiva. Para el Príncipe de Asturias el “pacto constitucional”, es decir, el prodigioso acuerdo que posibilitó el paso de la dictadura a la democracia, es la base sobre la que ha de construirse la España del futuro. Celebramos tal compromiso porque, descendiendo a la arena política, sólo hay un partido –el Popular- que lo tenga tan claro. La otra pata de la estabilidad institucional, el PSOE, se encuentra preso de la esquizofrenia afirmando una cosa en Barcelona y otra en Madrid, una en Bilbao y otra en Sevilla. Y lo que es peor, el presidente del Gobierno aún no se ha resuelto a manifestarse al respecto, y eso de por sí ya es motivo de preocupación.
 
Para nadie es un secreto que la clave de la crisis actual es que sólo una parte del arco parlamentario se ha mostrado abiertamente dispuesta a defender la Constitución. La otra, la formada por el PSOE y la pléyade de partidos nacionalistas que le apoyan en el Congreso, vacila en la indecisión o se muestra partidaria de dinamitar la Carta Magna sin más dilación. Los partidarios de lo segundo disfrutan, además, de un trato preferencial en Moncloa y ven como todas sus demandas, por delirantes y revanchistas que éstas sean, son atendidas sin pestañear. Este es nuestro verdadero problema. Por lo tanto, no deja de ser curioso contemplar a destacados miembros del PSOE asegurar que coinciden plenamente con las palabras de Felipe de Borbón, cuando en su propio partido se tiran los trastos a la cabeza con la cuestión nacional y cuando hacen lo posible por evitar a toda costa un acuerdo de mínimos con el Partido Popular.
 
Si el PSOE fuese, tal y como manifiesta serlo, leal a la Constitución, debería expedientar a todos los que han contribuido a parir una “reforma” estatutaria que vulnera abiertamente nuestra Ley de Leyes. Acto seguido, y con la casa debidamente barrida, debería buscar el espíritu de consenso del que anteayer hablaba el Príncipe de Asturias. La realidad, sin embargo, es muy otra. El partido del Gobierno ha elevado a categoría política gobernar contra la oposición y favor de los nacionalismos más recalcitrantes. ¿Es esa la visión del pacto constitucional que tiene el PSOE?, ¿pretende respetar la Constitución renegando de los constitucionalistas y dando cancha a los que quieren reventarla?
 
La responsabilidad a la que aludió el Príncipe de Asturias hace dos días incumbe a los que creen que la Constitución del 78 es un instrumento con vigencia plena para regular la vida nacional. Los que no creen en ella ya nos lo recuerdan a diario agitando el espantajo del conflicto. El PSOE ha de situarse a un lado o a otro de la línea. Las medias tintas y los dobles discursos quizá queden bien para rebañar algún voto y dárselas de “partido total”, pero flaco favor le hacen a la estabilidad y gobernabilidad de la nación. Si lo hace del lado de los constitucionalistas, su aliado natural en este brete es el Partido Popular, aunque le pese a su más conspicuo líder. Si se decide por seguir abanderando la causa de aquellos cuyo principal objetivo es acabar con el pacto del 78, que lo haga abiertamente y deje de fingir lealtades de las que se halla muy distanciado.        

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