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EDITORIAL

Zapatero, entre la espada y la pared

No tenía ni la obligación ni la necesidad de jugar a aprendiz de brujo pero lo ha hecho. Ahora le toca retratarse. Esta semana, y hay algo seguro: no podrá contentar a todos

A menos que una "tregua" de ETA o un inesperado acontecimiento de pareja envergadura lo remedie, el monocultivo de la política nacional de este otoño está siendo el Estatuto catalán. La marejada que ha ido con los días deviniendo en mar gruesa, puede terminar esta misma semana en un inevitable temporal huracanado si Zapatero no decide posicionarse de una vez por todas respecto al texto salido del Parlamento catalán hace un mes.
 
Si está de acuerdo con la integridad del mismo –incluyendo sus flagrantes inconstitucionalidades–, tal y como se desprende de las declaraciones de Puigcercós y Carod Rovira, debe hacérselo saber a la nación en los próximos días, mayormente para que sepa a que atenerse. Si no lo está, bien haría en tranquilizar a su electorado y a casi todo su partido desmarcándose de los que le acusan de ser corresponsable del engendro. Si, con intención de sortear lo anterior, pretende podar el Estatuto para encajarlo en la legalidad, sería bueno que, a más tardar esta semana, precisase en qué va a consistir la poda y a qué artículos de la "reforma" estatutaria afectaría. La indefinición de la que ha hecho gala hasta el momento, no hace sino abonar las sospechas de los que pensamos que la responsabilidad última de ese texto contrario a la Constitución, recae en el propio presidente de un Gobierno que hace poco más de un año juró solemnemente cumplirla y respetarla.
 
En el partido al que pertenece y del que es Secretario General el nerviosismo cunde por momentos. Tal y como, hace dos días, apuntábamos aquí, el PSC puede empezar a hacer su propia reforma interna en cualquier momento prescindiendo de su hasta ahora líder y cabeza visible. La operación, sin embargo, sólo cosecharía el éxito esperado si el Estatuto no sale vivo de Madrid. Maragall ha puesto todas las manzanas en el mismo cesto apostando su destino a una sola carta, por lo que sería lógico su salida de la presidencia si su "hijo predilecto" no pasa de las Cortes. Quizá por eso mismo, por miedo a terminar tan calcinado políticamente como su hombre en Cataluña, Zapatero no se ha manifestado públicamente al respecto.
 
Lo caprichoso de todo esto es que haga lo que haga y diga lo que diga se verá en un aprieto, y de los gordos. Si apoya el Estatuto tal cual habrá de vérselas con los votantes socialistas, renuentes en su gran mayoría a experimentos de este tipo. Tendrá problemas en su propio partido y hasta en el gabinete que preside. Bono sigue ahí y sería de esperar que su ambición le impulse a aprovechar la oportunidad de ponerse, por fin, al frente del socialismo español. Si, por el contrario, se opone abiertamente al Estatuto o lo reforma hasta hacerlo respetuoso con la Constitución, es decir, irreconocible, sus socios en el Gobierno y los nacionalistas catalanes de todo pelaje le estarán esperando con la escopeta cargada. Sin el sostén que los independentistas le prestan en el Congreso, Zapatero tiene muy difícil sacar la legislatura adelante. Por eso les ha dado todo lo que le han pedido. Por eso y porque, en su simpleza y falta de miras, muchas de sus demandas las comparte ciegamente.
 

Tal es la encrucijada en la que se encuentra el presidente. Él mismo se ha metido en este jardín por oportunismo y por pensar que España es lo que él desearía que fuese y no lo que es en la realidad. Cultivar con dedicación entelequias como la "España plural" o la "Alianza de Civilizaciones" conduce a callejones sin salida de este tipo. No tenía ni la obligación ni la necesidad de jugar a aprendiz de brujo pero lo ha hecho. Ahora le toca retratarse. Esta semana, y hay algo seguro: no podrá contentar a todos.

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