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Ricardo Medina Macías

Amor entre puercoespines

La gran coalición es tan amplia que junta cosmovisiones radicalmente diversas; se diría que genéticamente opuestas

La gran coalición que gobernará Alemania, encabezada por la democratacristiana Angela Merkel, pero dominada en los ministerios por los socialdemócratas, plantea un difícil juego de cooperación entre contrarios, con toda Europa a la espera de los resultados.
 
Cuentan que el acertijo favorito en estos días del saliente canciller alemán Gerard Schröder es el siguiente: "¿Cómo hacen el amor los puercoespines?" La respuesta es elocuente aunque convencional: "con mucho cuidado".
 
Cuidado precisamente es lo que requieren tanto Merkel, como sus aliados liberales –en el sentido europeo del término– lo mismo que los social-demócratas que han debido ceder la jefatura del gobierno a Merkel a cambio de mantener una presencia casi abrumadora en los ministerios clave del nuevo gobierno. Cuidado para no salir lastimados de un matrimonio que, de entrada, no entusiasma ni a unos ni a otros, pero que plantea un desafío para el arte de la buena política.
 
La gran incógnita es si ese forzado ayuntamiento entre liberales-conservadores, por un lado, y socialdemócratas con apéndices ex comunistas y radicales, por el otro, producirá algo más que una gran parálisis.
 
Vale ser optimistas aunque cautelosos. El optimismo proviene de la misma formación del gobierno de Merkel. Es ya una muestra de que, puestos a ser racionales, los contrarios acceden a cooperar en el juego de la política. Punto a favor de la idea de que la política no siempre tiene que ser un desastre o un estanque de fango.
 
Por supuesto, nadie ha cedido su plaza ideológica ni se ha pasado, con armas y bagajes, al bando contrario. Se espera que Merkel y los liberales insistan en las muy necesarias reformas estructurales que requiere Alemania para salir del marasmo del desempleo (12,6 por ciento) y recuperar competitividad; también se espera que Merkel y compañía renueven la relación con Estados Unidos y examinen con lupa la conveniencia de un eje franco-alemán.
 
Pero todo esto, en el mejor de los casos, tendrán que hacerlo con mucho cuidado porque del otro lado –en el mismo gobierno, en la misma mesa y hasta en la misma cama– están los socialdemócratas y sus inopinados aliados de izquierda trasnochada (pero maquillada para ponerse al día) que se oponen a las reformas y que detestan la hegemonía americana. Y los socialdemócratas saben que una extensa franja del electorado teme a las reformas y les apoyarían contra Merkel, en caso de necesitarlo.
 
La gran coalición es tan amplia que junta cosmovisiones radicalmente diversas; se diría que genéticamente opuestas. Pero así es el electorado hoy en Europa y en otras latitudes, profundamente dividido entre la utopía del bienestar asegurado por el Estado y la aventura de la libertad personal.
 
Lo que está a prueba, en fin, es saber si la Merkel tiene madera y agallas para ser una Margaret Thatcher –se necesita fortaleza, pero también prudencia– o se quedará en el intento. Mientras tanto, Europa observa atenta. En Alemania se podría estar cocinando una salida inteligente para el pasmo en el que vive.

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