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¿Padre o hijo?

Bush está tocado y su principal frente no es Irak ni la presión demócrata, sino la revuelta interna de unas bases que se sienten traicionadas

Hay algo evidente para cualquier comentarista norteamericano, la crisis provocada por el huracán Katrina ha destapado un conjunto de tensiones políticas de muy distinto signo que, a la postre, ha colocado al presidente norteamericano en una situación de gran debilidad. No vamos a detenernos a comentar cada una de estas crisis, ni siquiera el hecho mucho más relevante de que se haya desatado una profunda crisis interna dentro del Partido Republicano caracterizada por el rechazo al liderazgo del actual Presidente, al que se califica de traidor al programa del partido. Nuestra intención es fijarnos exclusivamente en una de las consecuencias de esta crisis republicana: su efecto sobre la política exterior de Estados Unidos.
 
En el primer gobierno Bush convivían realistas clásicos, como Rice o Powell, con realistas nacionalistas o imperialistas, que de ambas formas se les ha denominado, como Cheney o Rumsfeld. Sin embargo, tras el 11-S Estados Unidos adoptó una estrategia nacional neoconservadora. La razón de un comportamiento tan atípico se resume en la personalidad de George W. Bush. A diferencia de su padre, el actual presidente norteamericano es un hombre de fuertes convicciones morales. Carente de experiencia internacional y ajeno a las luchas de escuela, entendió claramente que el mundo había entrado en una nueva etapa y que las recetas que le ofrecían los “realistas” eran insuficientes para dar respuesta a las nuevas amenazas. De ahí que hiciera propio el ideario neoconservador, por el que el eje de la acción norteamericana sería el de la promoción de la democracia, porque sólo transformando determinadas regiones de la tierra se erradicarían las raíces culturales y políticas de las que se nutre el radicalismo islámico.
 
De la nueva Estrategia de Defensa Nacional derivó un conjunto de documentos más especializados. La nueva doctrina dio sentido a las campañas de Afganistán y de Irak. Pero, como en repetidas ocasiones hemos denunciado desde estas páginas, la Administración norteamericana fue incapaz de desarrollar políticas concretas para afrontar los problemas que se consideraban más urgentes, como Corea del Norte o Irán. El hecho no era casual. Aunque la estrategia era neoconservadora sus supuestos ejecutores continuaban siendo “realistas”.
 
Rice ha sorprendido con un conjunto de discursos de fuerte calado ideológico, asumiendo el ideario neoconservador con la fogosidad propia de una conversa, pero no es ese el caso. Según sus propias palabras se trata de desarrollar una estrategia idealista con una política realista. Una hermosa frase que oculta el arrinconamiento al plano retórico de los principios de la todavía estrategia oficial y la vuelta a los hábitos de siempre. En política exterior Estados Unidos sigue hoy los mismos criterios que probablemente hubiera aplicado el senador Kerry o que en su día guiaron a la Administración de Bush padre. No puede, por lo tanto, extrañarnos que en la negociación con Corea del Norte Estados Unidos haya cedido importantes posiciones sobre el futuro de la energía nuclear en aquel país, lo que nos llevó en su día a reconocer el éxito de la diplomacia comunista. Tampoco que en el caso de Irán se haya pasado de amenazar al régimen de los ayatolás y de despreciar la posición europea a sumarse a su tradicional pusilanimidad.
 
Los propios funcionarios admiten que la política seguida hasta la fecha era inviable. Un hecho indiscutible, puesto que ellos mismos evitaron desarrollar una estrategia en la que no creían. La situación era absurda y de aquel cuello de botella se ha salido aprovechando la debilidad de Bush y volviendo a las viejas y estériles fórmulas.
 
Son muchas las hipótesis que se barajan. Hay quien piensa que Rice quiere participar en la próxima campaña presidencial y busca moderar su imagen para estar en condiciones de competir, aunque sólo sea como candidata a vicepresidente. Hay quien lo ve como una revuelta de los clásicos republicanos contra los neoconservadores. En cualquier caso resulta indudable que sin el aliento presidencial los viejos “realistas” han recuperado terreno. Bush está tocado y su principal frente no es Irak ni la presión demócrata, sino la revuelta interna de unas bases que se sienten traicionadas. En este contexto, los actuales responsables de la diplomacia Norteamérica abrazan con más pasión que nunca el credoneoconpara poder ejecutar la diplomacia “realista” de siempre.

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